domingo, 7 de abril de 2019

Vice: un hombre que refleja a un sistema


Todo cuan valiente puede llegar a ser un cineasta dentro de las estructuras de producción de la industria fílmica estadounidense, Adam McKay levanta en su película Vice (2018) un largometraje a contracorriente en dichos predios, si elidimos a Michael Moore en la documentalística y a Oliver Stone en ese campo y además en la ficción, abocado a demostrar e impugnar el sofisma como instrumento bélico dentro del poder en los Estados Unidos.


Lo hace a través de una de sus figuras contemporáneas más “conspicuas”: el vicepresidente Dick Cheney, entre los fabricantes de mentiras más grandes conocidos en los tiempos recientes, a quien en buena medida se debe la conformación general de las bases y el impulso de la decisión final de la invasión injustificada contra una nación soberana como Irak en 2003. Esa agresión, orquestada sobre el engaño de las “armas de destrucción masiva” nunca halladas de Saddam Hussein, provocó un millón de muertos allí, cientos de miles de desplazados, la inestabilidad socio-política en toda la región y el surgimiento de engendros nacidos bajo el aliento yanqui como el Estado Islámico. Un crimen de lesa humanidad por el cual nadie ha pagado aún.

Todo el objetivo de Cheney (Christian Bale, otra vez rotundo en una de esas caracterizaciones suyas de transformaciones totales a las cuales nos tiene acostumbrados desde El maquinista, con la magistral Amy Adams a su lado en el rol de su esposa Lynne) consistía en provocar una guerra para el fortalecimiento del complejo militar industrial, entregar las cuantiosas reservas de petróleo de la nación asiática a los emporios occidentales y sacar la mejor tajada posible (como lo hizo con creces) para su empresa Haliburton, cuyas acciones aumentaron 500 por ciento tras la invasión.

Esto está dicho sin ambages en una película que, eso sí, no cuestiona en ningún instante el posible papel, directo o indirecto, de Washington en la voladura de las Torres Gemelas en 2001, todo lo cual favoreció la puesta en marcha de esta “guerra contra el terror” de Cheney y los halcones neoconservadores como Paul Wolfowitz y Donald Rumsfeld, bajo la venia de Bush hijo. A dicho presidente el filme lo describe como un ser lerdo, totalmente manipulable, en bosquejo que acerca peligrosamente el personaje a la caricatura. Retrato con el cual quien escribe tiene sus reservas. Más allá del inobjetable talento malévolo de Cheney y de su ascendencia sobre W, este tenía detrás la escuela de su padre y a su vera varios de los tanques pensantes de renombre en su época. Y los objetivos de cada equipo, la verdad sea dicha, no difirieron en la cruzada global posterior al 11 de Septiembre. Era un propósito del sistema, no de un hombre. Y a la larga, ese hombre, Cheney, representó el reflejo más puro de un sistema.

Vice, cinematográficamente, descuella por cimentar un edificio dramático donde cada elemento está planteado y planificado sobre la base de la pertinencia, la organicidad y la fluencia. Los diálogos refuerzan la verdad de cómo el cinismo y el engaño operan como los blasones principales en la Casa Blanca. Y determinados resortes técnicos contribuyen sobremanera a apuntalar los conceptos manejados, al resaltar esta por ser una producción editada con eficacia desde los preceptos más rigurosos, y por su empleo acaso poco original pero sí tan pragmático como certero del montaje paralelo de sesgo ideológico. Esto lo vemos en varias oportunidades a lo largo del decurso del metraje, si bien resulta encomiable en momentos como el minuto 109 y la alternancia de la apacible cena de la familia Cheney en su mansión con los bombardeos salvajes contra Bagdad.

El ex comediante Adam McKay escribe y dirige en Vice -en inglés el término designa al vicepresidente, pero también al vicio- una película irónica donde el humor intencionadamente absurdo y el componente lúdico irrigan a discreción, en el sentido de generar el rechazo del espectador hacia la sordidez explicitada, desde el territorio de la sonrisa socarrona y el sarcasmo; no obstante nada risibles sean los terribles acontecimientos narrados que, además de las carnicerías en Asia, apuntan al desarrollo exponencial de un modelo de propaganda legitimador de todos los desmanes imperiales (Fox News) o a la santificación de la tortura como práctica corriente del Ejército y los demás cuerpos y agencias de la Casa Blanca.

Pero Vice no se limita a la mera exposición de hechos y a reflexionar sobre la capacidad del poder para transformar escenarios. Es la rica aproximación a un ser humano siniestro, un visionario del mal pero con su lógico costado de valor (la importancia que le concede a la familia y especialmente a la esposa, quizá la única persona del mundo a quien respeta). Y es una película que juega con lo metafictivo, hace plausible planteamiento de la alternancia de los tiempos narrativos y porta secuencias de antología como el recitado de Macbeth en la cama de los Cheney o la ruptura de la cuarta pared por el vicepresidente al epílogo. Con ese mensaje-trampa de Dick al pueblo norteamericano muchos millones de personas mordieron el viejo anzuelo-engañifa de “debemos responder a los monstruos, para que ustedes y sus familias sigan durmiendo tranquilos”. Ya será la siguiente quizá una idea paratextual, pero lo más doloroso es que constituye el mismo mensaje de instauración de miedo y odio al otro que siempre les ha funcionado y continúa funcionando en la era Trump. En el caso de Cheney, con índices de aprobación popular magros del 13 por ciento al cierre de su mandato; en el caso del emperador lunático todavía con un respaldo popular interno muy preocupante para el resto de la humanidad.

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