Salvo
en un fugaz período de inicio, el Festival Internacional de la Canción Viña del
Mar ha representado a los intereses históricos de la derecha chilena, incluso
de forma previa a la dictadura militar apoyada militar y financieramente por
EE.UU. que ensangrentó esa nación latinoamericana.
Resulta
tan sólido el vínculo entre el evento surgido en 1960 y la clase dominante del
país austral que cuando a Pinochet todavía le faltaban meses por perpetrar el
golpe de estado contra el líder socialista Salvador Allende, ya el derechista
público de Quinta Vergara (sede de la cita anual) repudiaba a la cantante
surafricana Miriam Makeba por apoyar en el escenario al gobierno de la Unidad
Popular. Era 1972. En la edición de un año después, muy poco tiempo antes de fraguarse
la asonada golpista, el reaccionario espectador de Viña pedía abiertamente el
asesinato de Allende.
Durante
el festival de 1974, en la escena, no en la platea, le agradecieron de rodillas
(literalmente fue así, de hinojos) a Pinochet por haber “salvado” a Chile. Culmen
de lo absurdo, la cantante española Mari Trini le lanzó una rosa blanca al
señor de la sangre. Siempre perdidos muchos españoles con Latinoamérica; no
todos, por fortuna.
Una
vez instaurada la dictadura, el programa de presentaciones quedó a merced del
aparato ideológico del régimen. A Paloma San Basilio le prohibieron interpretar
un tema de Violeta Parra en 1986. Nada que oliera a izquierda, alternativa o
disenso subiría a cantar allí. Solo la romanticada apolítica de Iberoamérica. Y
algo extra, pero que entrara dentro del canon de lo posible.
También
fue eliminado de cuajo el certamen folclórico, surgido en 1961. La frivolidad y
la obnubilación del pensamiento marcaron, y marcan, la agenda.
En
1981, Miguel Bosé -el mismo que se rasgaba las vestiduras durante el concierto
de la reacción en la frontera contra Maduro-, le cantaba al dictador chileno causante
de decenas de miles de muertos y desaparecidos. También lo hicieron Camilo
Sesto y Julio Iglesias, entre otros.
Cuanto
ocurrió en 1988 pareciera la premonición de lo sucedido en 2020. Entonces, ante
la mirada atónita de los organizadores (quienes, no obstante, lo obligaron a
retractarse durante la propia presentación, algo bochornoso e inédito hasta
entonces: hoy es muy común en Miami), Richard Page, vocalista y líder de la
banda estadounidense Mr. Mister, dijo en la escena: “Un saludo a los artistas
chilenos amenazados de muerte. Los artistas del mundo estamos con ustedes”.
Nunca
se repitió algo parecido allí, hasta esta semana, cuando un grupo de intérpretes
mostró su desacuerdo explícito con la neo-dictadura opresora de Sebastián
Piñera, exponente de un modelo neoliberal que ha hundido a Chile. Fueron
varios, como la prensa ha consignado, pero pienso que el más consecuente, sincero
y valiente, resultó el de la nacional Mon Laferte, blanco de amenaza de los
carabineros y de bullyng en las
redes, donde conminaron al público de Viña a que la abucheara, cosa que no hizo
para, antes bien, solidarizarse.
La
cantante -quien en la alfombra roja de los Latin Grammy 2019 había descubierto
unos pechos desnudos sobre los cuales podía leerse: “En Chile torturan, violan
y matan”- volvió a exigir respeto y libertad de expresión. Pocos minutos antes
de su presentación, el público del festival comenzó a repetir esta frase: “Piñera,
culpable, tus manos tienen sangre“. La platea de Viña, por una vez en la vida,
estuvo del lado de los reprimidos, del ala de los preteridos.
Pero
lo más importante no sería lo sucedido dentro del anfiteatro principal, sino
fuera. El evento constituyó el mecanismo de reactivación de las protestas
sociales iniciadas en el país hace cuatro meses.
Muchos
de los participantes en las manifestaciones suscitadas ahora llevaban pancartas
que recordaban que Viña del Mar es una de las ciudades de mayor desigualdad en
Chile, donde por cierto existe uno de los epicentros marginales más
desgarradores del país.
Desde
el inicio de la crisis social en Chile, el 18 de octubre pasado, se han
reportado 31 muertes, centenares de
casos de pérdida ocular y miles de violaciones a los derechos humanos denunciadas
por organismos nacionales e internacionales.
La
respuesta represora del neoliberal Piñera (con un índice de desaprobación
popular cercano al 90 por ciento, pero reacio a abandonar el poder) se ha
ensañado contra un pueblo que se hastió de perder derechos y de ver cómo en
treinta años el país se convirtió de forma progresiva en uno de los de más
elevados márgenes de desigualdad social a escala regional y mundial.
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