No
suele hablarse de los derrotados; menos los de una contienda electoral, pues se
supone que ya ninguna relación tendrán con el futuro político inmediato. Pero
Bernie Sanders, que contradice esto último, sí merece un comentario.
No
obstante la permanente fusta de la opinión mediática estadounidense arriba de
su espalda, el candidato demócrata no era exactamente un socialista en el
sentido cubano u oriental, ni muchísimo menos un comunista. Pero vivir en un
escenario macartista, xenófobo e intolerante genera tales conjeturas, atizadas
por la maquinaria de propaganda trumpista.
Sus
posiciones respecto al gobierno de Venezuela diferían de lo que podría llamarse
una postura sensata (muy pocos la tienen
en su país) y, a la larga, de vencer y lograr la presidencia, iba a ser un
hombre del sistema, porque el sistema no permite eslabones independientes.
Pero
lo anterior no quiere decir que con Bernie Sanders a la cabeza, la
administración estadounidense no iba a dar un giro señalado en su política
exterior e interna. Sí lo haría, de maneras que no resulta posible imaginar,
menos ahora, pero de forma ostensible.
Más
allá de nuestras diferencias ideológicas consigo, a fuer de sinceros hemos de
reconocer todos que este señor es una persona digna, honesta, realmente
preocupada por los destinos de su país y del mundo. Un ser humano probo, ajeno
a las mezquindades políticas típicas de los Estados Unidos, sabedor de los
principales problemas de nuestro tiempo, advertido del inconmensurable papel de
la juventud y reacio a mantener varias formas de exclusión social reinantes en
su nación.
Representa,
en altura moral, principios éticos, conocimientos políticos y cultura, el
extremo opuesto de la persona al frente de su país hoy.
Por
si fuera poco, Sanders constituye uno de los muy contados políticos
norteamericanos en reconocer, públicamente, logros de la Revolución Cubana.
Transformó
algunas reglas del juego en la maquinaria interna eleccionaria y dio energía a
grandes grupos de nuevos votantes: los jóvenes, quienes apostaron por defender
las aspiraciones del aspirante. En dicha fuerza se deposita la esperanza mayor,
en el fortalecimiento de esa masa juvenil que en número sorprendente respalda
la vía del socialismo estriba la importancia histórica de la personalidad
estadounidense.
Encendió
una llama dentro de una franja que es actor fundamental de cambio y le hizo
pensar que otro mundo es posible, a despecho de cuanto siempre les enseñaron a
estos jóvenes en sus escuelas desde la infancia.
Esta
campaña sí, pero fundamentalmente el más de medio siglo de carrera política
suya, atestigua que, incluso en ese planeta aparte que es los Estados Unidos,
un político puede ser consecuente, consigo mismo y para con los suyos.
Coherente, ahora solo verbalizó lo pensado y sostenido por décadas en su línea
de acción: "transformar nuestro país y crear un gobierno basado en los
principios de la justicia económica, social, racial y ambiental".
En
algunos costados de su discurso (los temas de igualdad social, redistribución
de las riquezas, salud para todos, universidades gratuitas) Sanders era, de
cierto, un adelantado dentro del contexto de los Estados Unidos, al punto que
no sería apurado señalar que ese país aún no estaba preparado para un hombre
semejante.
No
lo estaba, porque es un territorio donde la opinión está en extremo manipulada
por un poderoso aparato que marca las pautas del pensamiento, donde priman los
intereses minoritarios, la ley del mercado, el criterio de los magnates y la
desigualdad social más lacerante, todo esto remarcado ahora en medio del
coronavirus, cuando caen como moscas negros e hispanos, los más desfavorecidos
por el sistema.
No
obstante su impronta social y logros, la dirección del Partido Demócrata lo
abominaba; e, igual que en 2016, Sanders no recibió el mismo tratamiento que su
caballo ganador, entonces Hillary Clinton y ahora Joe Biden.
Ojalá
no hayan vuelto a equivocarse y su opción sea reducida a nada en noviembre. De
suceder esto, los Estados Unidos, el planeta todo, pero especialmente algunos
países de América Latina entre los cuales no encontramos estaríamos abocados a
experimentar en la práctica las expresiones de la consolidación total de un
gobierno al arbitrio de alucinados, gente que lleva a grado extremo el
irracional concepto del “excepcionalismo”, que va contra todas las banderas de
la cordura y las normas internacionales y a la cual solo le interesa mantener
tanto el poderío militar como la preeminencia económica de su imperio.