viernes, 18 de diciembre de 2020

«El baile»: puro Murphy

 


La recién estrenada película El baile (The Prom, 2020) representa una suerte de concentrado de la plataforma ideo-estética del realizador estadounidense Ryan Murphy a lo largo de su trayectoria.

 

El tan prolífico y mimado como desigual creador de la televisión sustantiva en este musical cinematográfico -el cual forma parte de su contrato a barra libre con Netflix-, la mayoría de las constantes de su ejecutoria: adoración por la cultura popular de su país, devoción hacia los géneros fílmicos, una corrección política siempre interpuesta y no siempre para bien en su defensa de los postulados de la comunidad LGBT, veneración por el pastiche y proclividad a cruzar la línea separadora entre lo paroxístico, el carnaval y lo puramente kitsch.

 

Si un musical de Broadway guardaba relación directa con la sensibilidad Murphy es justo este de 2018 que él trasunta ahora a la pantalla con el apoyo de los propios firmantes del material base y un elenco de primeras figuras del cine norteamericano: Meryl Streep y Nicole Kidman a la cabeza, amén del más televisivo James Corden. Una y otra con experiencias en el género: Mamma Mia y Moulin Rouge. También él, en Into the Woods y la inenarrablemente mala Cats.

 

El baile, versión fílmica, arranca con la caída momentánea en desgracia de unos actores de Broadway tras las pésimas reseñas de prensa a su último espectáculo, quienes ven en la defensa de Emma (Jo Ellen Pellman, a seguirla ya), ninguneada adolescente lesbiana de Indiana cuyo caso conocen por Twitter, la cortina de humo ideal para que los críticos se olviden de la obra; mientras ellos, luego de ser tildados de narcisistas congénitos, de paso ganen puntos mediáticos cual quijotes de una causa “progre”.

 

La troupe no esconde, de entrada, su oportunismo -tan común en el gremio, también fuera de la ficción, a la hora de asumir el activismo y la filantropía- al viajar de Nueva York a un pequeño pueblo de los Estados Unidos en “socorro” de la joven a quien le impiden asistir con su novia al baile de graduación (el famoso y para mí estúpido prom de dos de cada nueve películas de esa nacionalidad), pero luego, of course, sus integrantes serán fieles conversos de tan noble empeño.

 

Ryan, de Indiana él mismo e igualmente gay, quizá corporice en Emma su alter ego y la emplee para este discurso reivindicativo del respeto a la identidad sexual de los seres humanos -pertinente en cualquier caso, mas algo anacrónico en lo tocante a la especificidad del argumento a estas alturas del campeonato, pienso, por mucho que la trama se ambiente en ese radio del Estados Unidos rural y conservador, buena parte en las filias de Trump aunque siempre con sus matices-, teñido con un poco del victimismo propio del autor y expuesto en la puesta en pantalla a través de sus típicas irregularidades narrativas y ese escaso don para la sutilidad marca de la casa. Expresado lo anterior, por ejemplo, en su contraposición de dos mundos: el del comienzo, progresista, vinculado al cosmopolitismo y el giro artísticos de Nueva York; y el del desarrollo/cierre: retrógrado, abiertamente vinculado al entorno del interior de la nación. Dicotomía planteada de forma bastante esquemática, más bien pueril, en la película.

 

Ahora bien, pese a lo “solemne” del asunto abordado, lo del tema resulta lo menos determinante en El baile, cuyo centro de atención lo constituye en realidad el componente coreográfico-musical y las interpretaciones, subyugantes, de Corden y la Streep. El primero ha sido denostado, de forma del todo injusta, en los Estados Unidos por la composición de su personaje. Pesan, en realidad, razones extra artísticas (que si es heterosexual y encarna a un homo; que si los gays no son tan afectados…) Leso error, con su intencional tilín extra de plumas y todo El baile ha de verse en gran medida merced a la energía encantadora suya y el refocilante impregnado lúdico que tanto él como su principal compañera de equipo, Meryl, le aportan a sus roles, en base a un relato configurado en igual tono y en virtud de ello disfrutable. La Kidman, en cambio, luce afantasmada en un personaje de peso menor.

 

Es esta, la cuarta y menos lastimada película de un ambivalente Ryan Murphy siempre mucho mejor en la tele -Nick/Tup, las tres temporadas salvables de American Horror Story, Feud- que en el cine, una obra que, pese a los obvios vasos comunicantes con su serie televisiva Glee, constituye empresa de mayor empaque, devenida homenaje directo a la comedia musical cinematográfica clásica más gozosa. Aquella que, a contrapelo de cuánto podría suponer la observancia de sus codificadas formas, se las arreglaba para hacer de la alegría de vivir razón de ser y nos transportaba a un universo de ritmo, emociones, pasión y colores. Lo de colores, demasiado literal aquí, porque el inefable director, guionista y showrunner suelta en lentejuelas y paletazos de exageración polícroma todo cuanto tiene en su mano de prestidigitador nunca reacio a vociferar tanto sus grandezas como sus debilidades.

1 comentario:

  1. Nombre: Aram João Mestre León

    Me gustó la película, en especial los momentos musicales de Meryl Streep, tiene una voz impresionante. También me di cuenta de que a Nicole no la dejaron demostrar mucho su talento.

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