domingo, 16 de junio de 2013

La mancha humana: Silk, Faunia y los verdaderos espectros


El sujeto temático de La mancha humana (The human stain) es la mentira. Antivalor que la pantalla ha explorado prolijamente y ahora toca a través de lo que en Estados Unidos se le llamara desde el siglo XIX “pase racial”: la persona negra que se hace pasar por blanca con el objetivo de sacar ventajas sociales o evitar recriminaciones de cualquier índole. El filme, ceñido celosamente a la novela de Philip Roth, vuelve  a un fenómeno que ya algunos narradores decimonónicos estadounidenses abordaran, ahora con el enfoque puesto en la figura de Coleman Silk, decano de cierta universidad fictiva norteamericana, quien durante más de medio siglo vivirá una vida inventada tras renunciar a su identidad racial. Lo más interesante de esta película de Robert Benton resulta precisamente su personaje central, Silk, interpretado por Anthony Hopkins.
 
Hacía tiempo que la pantalla EUA no cincelaba a figura tan rica, llena de contradicciones, zarandeada por conflictos internos. Aunque se haya creado una burbuja irreal para subsistir en medio de un sistema carcomido por los prejuicios, la intolerancia y la discriminación racial, Silk no es un fracaso como persona -cosa con la cual la película crece, al crecer su punto focal humano. Estamos frente a un personaje seguro de sí mismo, vigoroso, fuerte, pasional, sensual, vital en todos los sentidos. Pero que arrostra su envés, su (para él) estigma moral, la cuita físico-espiritual que le impide ser sí mismo en plenitud. La “mancha humana” que tal cual señala el realizador Benton “de un modo u otro casi todos portamos en el andar por la vida”. Por tanto, su existencia compone una línea infinita de conflictos que solo finalizará de un modo trágico, como los héroes griegos de quienes habla en sus clases de literatura en la Universidad. De allí expulsan a Silk por referirse como  spooks (espectros) a dos estudiantes negros que no asisten repetidamente a clases. El profesor lo dice sin conocer su raza y por ende sin matiz despectivo; sin embargo la junta del centro da lugar a la queja de los alumnos, ateniéndose a la segunda acepción de la palabra, la cual en inglés significa oscuros, o sea negros.
La injusticia provoca la muerte de la esposa de Silk (en toda su vida de pareja nunca conoció el verdadero color de su marido). El hombre lo soporta todo, pese a que con solo descubrir su origen racial al claustro hubiera solucionado el problema. Claro que eso significaría para él el peor de todos los derrumbes. Para tratar de entender el comportamiento de Silk, el guión de Nicholas Meyer incorpora -a veces de manera poco oportuna- flash-backs de la juventud del personaje, de cuando incluso renunció a su madre y hermanos para proseguir el curso vital propuesto. En un nuevo salto al presente, el tiempo predominante en pantalla, el profesor conoce a Faunia (Nicole Kidman), quien subsiste compartiendo varios trabajos miserables. Ella perdió a sus dos hijos en un accidente, fue violada por el padrastro y golpeada salvajemente por su esposo, un sicótico veterano de Viet-Nam interpretado por Ed Harris. Faunia también ha debido apelar a la cápsula ilusoria de la mentira para sobrevivir a los golpes de la vida. Silk es casi un anciano y Faunia una joven de 34 años, y la película abruptamente nos vende este romance con mucha intencionalidad argumental, mas sin mucha justificación dramática. Hay sexo y comprensión entre ellos; Nathan (Gary Sinise), escritor amigo de Silk quien narra en off el filme, le pide que la deje pues lo conducirá a la destrucción total. Su compañero le replica: “Este no es mi primer amor, no es mi gran amor, pero es mi último amor”.
Robert Benton (Kramer vs. Kramer, En un lugar del corazón, Crepúsculo), fiel a su estilo europeísta, conforma una película plácida en su andadura, de tempo pausado y sereno. Emotiva y profunda. Si bien quizá muy en deuda con su fuente literaria en diálogos cuyo cuño lo delata. Se le criticó reiteradamente sus supuestos problemas de “miscasting”: actores mal seleccionados para sus personajes, aduciendo a que la Kidman, por su glamour, no está habilitada para incorporar a una conserje escolar;  y que difícilmente el sonrosado galés Hopkins pueda hacer creíble a un hijo de negros. Su poco de cierto hay en ello, pero son tan inmensos, tan gigantes y extraordinariamente creativos ambos talentos que han levantado sus personajes con tamaña vehemencia interpretativa. Para mí fueron y serán el profesor Silk y la joven Faunia, dos personas que configuraron sus propios universos morales al peor de los costos; pero también con la mayor decisión del mundo.

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