El sujeto temático de La
mancha humana (The human stain) es la mentira. Antivalor que la pantalla ha
explorado prolijamente y ahora toca a través de lo que en Estados Unidos se le
llamara desde el siglo XIX “pase racial”: la persona negra que se hace pasar
por blanca con el objetivo de sacar ventajas sociales o evitar recriminaciones
de cualquier índole. El filme, ceñido celosamente a la novela de Philip Roth,
vuelve a un fenómeno que ya algunos
narradores decimonónicos estadounidenses abordaran, ahora con el enfoque puesto
en la figura de Coleman Silk, decano de cierta universidad fictiva
norteamericana, quien durante más de medio siglo vivirá una vida inventada tras
renunciar a su identidad racial. Lo más interesante de esta película de Robert
Benton resulta precisamente su personaje central, Silk, interpretado por
Anthony Hopkins.
Hacía tiempo que la pantalla
EUA no cincelaba a figura tan rica, llena de contradicciones, zarandeada por
conflictos internos. Aunque se haya creado una burbuja irreal para subsistir en
medio de un sistema carcomido por los prejuicios, la intolerancia y la
discriminación racial, Silk no es un fracaso como persona -cosa con la cual la
película crece, al crecer su punto focal humano. Estamos frente a un personaje
seguro de sí mismo, vigoroso, fuerte, pasional, sensual, vital en todos los
sentidos. Pero que arrostra su envés, su (para él) estigma moral, la cuita
físico-espiritual que le impide ser sí mismo en plenitud. La “mancha humana”
que tal cual señala el realizador Benton “de un modo u otro casi todos portamos
en el andar por la vida”. Por tanto, su existencia compone una línea infinita
de conflictos que solo finalizará de un modo trágico, como los héroes griegos
de quienes habla en sus clases de literatura en la Universidad. De
allí expulsan a Silk por referirse como
spooks (espectros) a dos estudiantes negros que no asisten repetidamente
a clases. El profesor lo dice sin conocer su raza y por ende sin matiz
despectivo; sin embargo la junta del centro da lugar a la queja de los alumnos,
ateniéndose a la segunda acepción de la palabra, la cual en inglés significa
oscuros, o sea negros.
La injusticia provoca la
muerte de la esposa de Silk (en toda su vida de pareja nunca conoció el
verdadero color de su marido). El hombre lo soporta todo, pese a que con solo
descubrir su origen racial al claustro hubiera solucionado el problema. Claro
que eso significaría para él el peor de todos los derrumbes. Para tratar de
entender el comportamiento de Silk, el guión de Nicholas Meyer incorpora -a
veces de manera poco oportuna- flash-backs de la juventud del personaje, de
cuando incluso renunció a su madre y hermanos para proseguir el curso vital
propuesto. En un nuevo salto al presente, el tiempo predominante en pantalla,
el profesor conoce a Faunia (Nicole Kidman), quien subsiste compartiendo varios
trabajos miserables. Ella perdió a sus dos hijos en un accidente, fue violada
por el padrastro y golpeada salvajemente por su esposo, un sicótico veterano de
Viet-Nam interpretado por Ed Harris. Faunia también ha debido apelar a la
cápsula ilusoria de la mentira para sobrevivir a los golpes de la vida. Silk es
casi un anciano y Faunia una joven de 34 años, y la película abruptamente nos
vende este romance con mucha intencionalidad argumental, mas sin mucha
justificación dramática. Hay sexo y comprensión entre ellos; Nathan (Gary
Sinise), escritor amigo de Silk quien narra en off el filme, le pide que la
deje pues lo conducirá a la destrucción total. Su compañero le replica: “Este
no es mi primer amor, no es mi gran amor, pero es mi último amor”.
Robert Benton (Kramer vs.
Kramer, En un lugar del corazón, Crepúsculo), fiel a su estilo europeísta,
conforma una película plácida en su andadura, de tempo pausado y sereno.
Emotiva y profunda. Si bien quizá muy en deuda con su fuente literaria en
diálogos cuyo cuño lo delata. Se le criticó reiteradamente sus supuestos
problemas de “miscasting”: actores mal seleccionados para sus personajes,
aduciendo a que la Kidman,
por su glamour, no está habilitada para incorporar a una conserje escolar; y que difícilmente el sonrosado galés Hopkins
pueda hacer creíble a un hijo de negros. Su poco de cierto hay en ello, pero
son tan inmensos, tan gigantes y extraordinariamente creativos ambos talentos
que han levantado sus personajes con tamaña vehemencia interpretativa. Para mí
fueron y serán el profesor Silk y la joven Faunia, dos personas que
configuraron sus propios universos morales al peor de los costos; pero también
con la mayor decisión del mundo.
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