En buena parte de la teleficción latinoamericana, de Televisa a Caracol
y O´Globo, la superficie de la imagen no coincide con el fondo espacial
legítimo de los contextos enfocados. De tal suerte, el cien por ciento de las
telenovelas mexicanas y segmento considerable de las colombianas y brasileras
trabajan sobre el subconsciente de 200 millones de televidentes a partir del
arte del escamoteo, el sofisma y la desvirtuación. Esa constituye una de las tantísimas
razones por las cuales los culebrones regionales son paupérrimos productos
audiovisuales ultrapolitizados, cuya factura responde a pautas de sojuzgación
mental exquisitamente diseñadas, dada su apariencia de invisibilidad.
Pero, por suerte, hay una noticia buena. Todo cuanto oculta o tergiversa
la televisión, el cine latinoamericano lo saca a flote, desde Torre Nilson en
los ´50, el cinema novo e infinidad de exponentes de esta comunidad de países,
tan parecidos y distintos cada uno.
Y, en tal camino, está dando sus primeros y elogiables pasos la cinematografía
paraguaya, todavía poco significativa en términos cuantitativos, pero con
materiales a considerar como este largometraje que
lleva por título 7 cajas.
El argumento del filme dirigido a cuatro manos por Juan Carlos Maneglia
y Tana Schembori y ganador del Premio Cine en Construcción del Festival de San
Sebastián, tiene en su ecuador dramático a Víctor, un muchacho de 17 años, de
profesión carretillero, quien hace su vida en el bloque 4 del populoso mercado central
de Asunción, la capital.
Dicha galería de ventas es un crisol exponencial de los estamentos y
modos de vida antónimos que conviven en países donde coexisten la pobreza más
cruenta y la riqueza más vergonzante. Esta red inacabable de mercadillos
alberga mendigos, truhanes, narcotraficantes, pillos de toda laya y gente
humilde que intenta vender cuanto puede para garantizar el plato de la tarde en
sus hogares. Todo esto lo registra, con vocación cartográfica, una cinta
convertida en retrato social, menos de un microcosmos que de una nación toda e
incluso un continente, cual volumen notable de sus congéneres latinoamericanos.
El joven protagonista de 7 cajas, quien sueña con ser galán de
telenovela, tiene otro anhelo inmediato, no tan difícil mas casi improbable
para los escasos ingresos que se agencia transportando mercadería. Es comprar
un celular nuevo, de muchas prestaciones; por tanto bastante caro para los
estándares salariales paraguayos.
A él le cae entre manos, casi como del cielo, la misión que le
permitiría adquirirlo. Deberá transportar en su vieja carretilla siete cajas,
de contenido desconocido. Pero el trabajo, por el que pagarán cien dólares,
también lo pretende un viejo carretillero malacabeza del lugar, quien apelará a
cualquier recurso con tal de apropiárselo.
El inicio del desplazamiento de las cajas por esta especie de submundo o
ciudad interior del mercado marca el disparador de un conflicto dramático que,
si bien no es lo que podría denominarse exactamente original, habida cuenta de
que el cimiento de esta escritura narrativa fue plantado tan temprano como en
1950 por Luis Buñuel en Los olvidados, sí está resuelto con bastante ingenio,
fuerza, entusiasmo creador y un desenlace decoroso.
La película tiene un montaje frenético, deudor del thriller norteamericano,
pariente en ciertos cortes de la alemana Corre, Lola, corre, que no solo sabe
correr bien el metraje, sino principalmente acentuar, eliminar o posponer una
situación dramática. De manera que esta odisea en la cual se transforma el
acarreo de las famosas cajas está contada de forma arrolladora sí, pero sobre
todo orgánica.
Ayudan a conferir el verismo ambiental, contextual procurado, los
actores no profesionales empleados; si bien las mudas sonoras de sus diálogos
del español al guaraní y viceversa pueden llegar a mortificar literalmente al
espectador. Tanto que resulta preferible precisa verse con subtítulos.
7 cajas, además, tiene un muy ojo fotográfico, explícito en sus
correctos travellings y planos cenitales, resueltos con pericia que no parece propia
de cinematografía emergente. En resumen, una película bien construida,
disfrutable, entretenida, y a la vez testimonial de ese universo ignorado por
la acaramelada televisión latinoamericana, de cuentos de hadas e imposibles
muchachas pobres casadas con ricos ejecutivos empresariales.
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