miércoles, 30 de abril de 2014

Jacques Demy: la poética de la inocencia


En la vida privada de Jacques Demy hubo tanta pasión y ternuras como las que habitaron esos filmes suyos que representaron el alborozo romántico, el candor y la inocencia de una época, entre los que por norma común se recuerda de forma automática su definitoria Los paraguas de Cherburgo, Palma de Oro en el Festival de Cannes.

Película ésta multipremiada en otros certámenes, suceso de público, portadora de una banda sonora ubicada entre las más escuchadas por cinéfilos o melómanos a través de los años y una historia de amor a la cual muchos espectadores recordarán por siempre, fue estrenada por Demy en 1964, tres años después de su éxito de crítica Lola, el primer largometraje de ficción de una carrera comenzada en 1955 en el campo documental.
Cuando Demy presentía inevitable su muerte -acaecida finalmente en 1990 luego de meses de martirio físico- a causa del tumor cerebral que le afectaba, decidió rodar ese filme-testimonio, esa biografía fílmica de los sentimientos que es Jacquot de Nantes, que comenzara a realizar en las postrimerías de su vida junto a su compañera sentimental por más de treinta años: la también importante directora francesa Agnes Varda, creadora de las imperdibles La felicidad y Cleo de 5 a 7, quien la concluiría definitivamente para 1991.
Es una pieza semipóstuma que su esposa debió finalizar ante el deceso de Jacques, en la se narran los principales episodios de la vida de éste, desde sus correrías en el Nantes natal, la bondad materna, sus incursiones en el taller de mecánica del padre, la reticencia de ambos progenitores ante sus deseos de adentrarse en el mundo del arte, la invasión alemana,  …, y luego, el Jacques adolescente, joven que de a poco conocería a la Varda, su amada eterna, con la que fraguara uno de los consorcios artístico-románticos más célebres de la historia del cine.
Varda y Demy, por sí solos, son figuras atendibles de la pantalla gala de todos los tiempos; si bien la carrera de ella cobró más notoriedad en términos de trascendencia artística. Jacques, quien nos ocupa ahora y al que la nueva versión del Festival de Cine Francés le rinde homenaje especial, fue sin dudas el representante menos aupado por críticos y especialistas de esa corriente renovadora de los ´60 en Francia denominada Nueva Ola.
Lo anterior halla fundamento, a mi modo de entenderlo, en tres razones básicas: la primera que fue tal el éxito de la en sus comienzos filmada Los paraguas…, que al espectador y la crítica -más a la segunda, valga decirlo- le supieron a poco sus nuevas y progresivas incursiones en el séptimo arte. La segunda, que el creador de Las señoritas de Rochefort (1967) tuvo la mala fortuna de coincidir en tiempo y espacio con “monstruos” como Jean-Luc Godard, Alain Resnais o incluso el mismo Claude Chabrol, cimentadores de un cuerpo fílmico de mayor solidez y respaldados en el mundo entero por películas que constituyeron manifiestos epocales. La tercera, dimanada de la previa: a diferencia de todos los autores mencionados y otros, a Demy los años 60 no lo tomaron haciendo películas que pueden definirse como “transgresoras” en la reformulación de los códigos narrativos (si nos olvidamos de sus aportes al género musical desde una expresión europea), tampoco optó por encarrilar sus relatos hacia el entonces muy justipreciado tema político, no le llamó la atención poner en sintonía a su cine con nuevas tendencias emergentes a la sazón no sólo en su patria, sino en todo el continente europeo y América toda.
No se trató de nihilismo, ni que fuera un extraterrestre o tampoco un cineasta menor, ni menos un simple artesano. Es que las proyecciones de Demy entraban por otro carril de intereses; existen directores a lo largo de la historia de la pantalla a quienes no les resulta tan factible trasladar al arte las pulsiones del momento como sí le es dable hacerlo con los puntos íntimos de su mapa sentimental, los rasgos de un mundo personal llevado en andas de la fantasía, lo mágico, la inocencia. Quizá ataduras a una infancia de la que nunca pudieron desprenderse del todo.
El director de Piel de asno (1970), según el cuento homónimo de Charles Perrault, fue capaz de configurar un territorio fílmico propio, pletórico de seducción, luz, alegría, color, música y -sobre todo- un poderoso estilo visual que un crítico de referencia como Andrew Sarris elogiara en más de una ocasión.
No obstante, y pese a reconocerle méritos tales, no soy el único que en diversos textos ha criticado la propensión meliflua de algún Demy; y certificado que, pese a ser contratado por Hollywood, disponer de presupuesto, granjearse algún notable éxito taquillero ocasional o incorporar a sus repartos a grandes estrellas como Catherine Deneuve o Marcello Mastroianni, tuvo etapas creativas marcadamente grises a finales de los ´70 y la década posterior, con nuevos pero desacertados cuentos de hadas, musicales, coproducciones (hizo la aventura histórica Lady Oscar con los japoneses en 1978), por lo general de escasa valía.

1 comentario:

  1. Comparto,no es. tener artistas de envergadura,sino la capacidad del guion,contenido,ambientacion.

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