domingo, 29 de junio de 2014

Cine y Fútbol: Rudo y cursi


Hay dos Cuarón: Alfonso, el director -irregular aunque célebre- de Hollywood, merced a grandes producciones corte “Niños del hombre”, “Harry Potter y el prisionero de Azkabán”, “Gravedad” u otras. Y Carlos, sin realizaciones a su haber hasta “Rudo y cursi”, pero quien le ayudó de manera determinante a componer el guión de la película que hizo famosos al par de hermanos mexicanos: “Y tu mamá también”, aquella interesante, mas exageradamente encumbrada, parábola primisecular en formato de road movie sobre los tercios inconmensurables de la razón, la emoción y los sentimientos.

Dicho filme dio a conocer a una de las duplas interpretativas más recordadas, y sobredimensionadas, de la década: la de Gael García Bernal y Diego Luna; el primero brincó de México al Cosmos (de Almodóvar y su repudiable “La mala educación” a tutti mundi), sin mucha razón para el arrebato a mi modo de ver porque se repite más que un cómico de cabaret; y el otro tuvo un tilín de menos fortuna, contoneándose entre alguna gringolada básica y otra de respeto, si bien casi siempre en plan de relleno. Sin embargo, nadie lo iba a dudar, volver a juntarlos suponía de antemano un respaldo comercial para cualquier película.
Y el mano Carlitos los trajo de vuelta al equipo para “Rudo y cursi”, su opera prima en la dirección, mediante la cual quedó inaugurada la productora Cha Cha Cha, propiedad del carnal Alfonso y otros dos cuates de armas tomar: Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu, los más granados productos de exportación de la pantalla mexicana del siglo XXI.  Los tres compadres, hace mucho rato ya, por arriba del río Bravo.
La fórmula Gael-Diego no le falló a Carlos. Pese a que sin tener en cuenta sus ocho nominaciones a los Premios Ariel la pasaron del todo por alto en la entrega de los lauros (para ira aquilina del realizador, quien echó pestes hasta de los conserjes de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas azteca), la película recibió loores en el Sundance y arrasó en la taquilla mexicana durante 2008, por arriba de tanques americanos innombrables y las también muy rentables cintas locales “La misma luna” y “Arráncame la vida”, sus más cercanas perseguidoras patrias en ventas a lo largo de la temporada.
“Rudo y Cursi” es una comedia costumbrista con trasfondo dramático y un toque social de una sola capa de barniz pero en cierto modo plausible en torno a varios de los males que afectan a la sociedad mexicana contemporánea. No solo en el universo deportivo -donde más se centra el relato-, sino en todo un escenario nacional sometido a la corrupción, el pillaje, el narcotráfico, la delincuencia, la miseria campesina, las mafias deportivas, el fanatismo idiotizado al juego y la frivolidad de unos medios proclives a valerse de un nivel cultural general bajo para entronizar los más rancios estandartes kitchs entre los gustos artísticos masivos.
Tato o el Cursi (Gael) sueña con ser un gran cantante de rancheras en California y Beto o el Rudo (Luna), más de pie en tierra, trabaja con él en una plantación bananera. En los ratos libres juegan al fútbol. Cierto día, en medio de uno de sus improvisados desafíos, descubre sus habilidades con el balón un cazador de talentos recorremundo, quien vende nuevas promesas a los clubes futboleros capitalinos.

Los hermanos, primero uno, luego el otro, irán con Batuta, su recién conocido suerte de patrocinador-gestor laboral, al Distrito Federal a meter o parar goles, tejiendo una típica historia de ascensión y caída, tan caras a las narraciones literarias y cinematográficas. El éxito es tal para la yunta de campesinos -sobre todo para el Cursi-, que, cual suele ocurrir, no son capaces de soportar su peso. Comienzan las drogas, el vicio en las apuestas, las bellas trepadoras que chupan las buenas rachas pero luego olvidan… Y poco a poco, todo se derrumbó, como en la canción de Enmanuel.
Batuta, el Colón de los nuevos ases, no es otro que el comediante argentino Guillermo Francella, quien aporta la mayor parte del componente de hilaridad de un filme simpático, divertido, realista, a ratos agridulce, nunca ajeno al mantenimiento de su ritmo. De esos largometrajes que con toda certeza no forman parte de las a veces insufribles “obras de arte” del cine latinoamericano, pero que resulta muy conveniente continuar filmando, para contrarrestar de alguna manera la hegemonía carcelaria hollywoodina.
Altibajos tiene “Rudo y Cursi” (algunos momentos de rivalidad de los hermanos son de aula de kindergarten, actuaciones de reparto desparejas, Cuarón congestiona la columna vertebral del relato con demasiadas costillas temáticas), pero en su género supera a la mayor parte de la ración anual de yanquilandia, cada día más pedestre y abrumadora.

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