Hay dos Cuarón: Alfonso, el director
-irregular aunque célebre- de Hollywood, merced a grandes producciones corte “Niños
del hombre”, “Harry Potter y el prisionero de Azkabán”, “Gravedad” u otras. Y
Carlos, sin realizaciones a su haber hasta “Rudo y cursi”, pero quien le ayudó
de manera determinante a componer el guión de la película que hizo famosos al
par de hermanos mexicanos: “Y tu mamá también”, aquella interesante, mas
exageradamente encumbrada, parábola primisecular en formato de road movie sobre
los tercios inconmensurables de la razón, la emoción y los sentimientos.
Dicho filme dio a conocer a
una de las duplas interpretativas más recordadas, y sobredimensionadas, de la
década: la de Gael García Bernal y Diego Luna; el primero brincó de México al
Cosmos (de Almodóvar y su repudiable “La mala educación” a tutti mundi), sin
mucha razón para el arrebato a mi modo de ver porque se repite más que un
cómico de cabaret; y el otro tuvo un tilín de menos fortuna, contoneándose entre
alguna gringolada básica y otra de respeto, si bien casi siempre en plan de
relleno. Sin embargo, nadie lo iba a dudar, volver a juntarlos suponía de
antemano un respaldo comercial para cualquier película.
Y el mano Carlitos los trajo
de vuelta al equipo para “Rudo y cursi”, su opera prima en la dirección,
mediante la cual quedó inaugurada la productora Cha Cha Cha, propiedad del carnal
Alfonso y otros dos cuates de armas tomar: Guillermo del Toro y Alejandro González
Iñárritu, los más granados productos de exportación de la pantalla mexicana del
siglo XXI. Los tres compadres, hace
mucho rato ya, por arriba del río Bravo.
La fórmula Gael-Diego no le
falló a Carlos. Pese a que sin tener en cuenta sus ocho nominaciones a los
Premios Ariel la pasaron del todo por alto en la entrega de los lauros (para
ira aquilina del realizador, quien echó pestes hasta de los conserjes de la Academia de Artes y
Ciencias Cinematográficas azteca), la película recibió loores en el Sundance y arrasó
en la taquilla mexicana durante 2008, por arriba de tanques americanos
innombrables y las también muy rentables cintas locales “La misma luna” y “Arráncame
la vida”, sus más cercanas perseguidoras patrias en ventas a lo largo de la
temporada.
“Rudo y Cursi” es una
comedia costumbrista con trasfondo dramático y un toque social de una sola capa
de barniz pero en cierto modo plausible en torno a varios de los males que
afectan a la sociedad mexicana contemporánea. No solo en el universo deportivo
-donde más se centra el relato-, sino en todo un escenario nacional sometido a
la corrupción, el pillaje, el narcotráfico, la delincuencia, la miseria
campesina, las mafias deportivas, el fanatismo idiotizado al juego y la
frivolidad de unos medios proclives a valerse de un nivel cultural general bajo
para entronizar los más rancios estandartes kitchs entre los gustos artísticos
masivos.
Tato o el Cursi (Gael) sueña
con ser un gran cantante de rancheras en California y Beto o el Rudo (Luna),
más de pie en tierra, trabaja con él en una plantación bananera. En los ratos
libres juegan al fútbol. Cierto día, en medio de uno de sus improvisados
desafíos, descubre sus habilidades con el balón un cazador de talentos
recorremundo, quien vende nuevas promesas a los clubes futboleros capitalinos.
Los hermanos, primero uno,
luego el otro, irán con Batuta, su recién conocido suerte de patrocinador-gestor
laboral, al Distrito Federal a meter o parar goles, tejiendo una típica
historia de ascensión y caída, tan caras a las narraciones literarias y
cinematográficas. El éxito es tal para la yunta de campesinos -sobre todo para el
Cursi-, que, cual suele ocurrir, no son capaces de soportar su peso. Comienzan
las drogas, el vicio en las apuestas, las bellas trepadoras que chupan las
buenas rachas pero luego olvidan… Y poco a poco, todo se derrumbó, como en la
canción de Enmanuel.
Batuta, el Colón de los
nuevos ases, no es otro que el comediante argentino Guillermo Francella, quien
aporta la mayor parte del componente de hilaridad de un filme simpático, divertido,
realista, a ratos agridulce, nunca ajeno al mantenimiento de su ritmo. De esos largometrajes
que con toda certeza no forman parte de las a veces insufribles “obras de arte”
del cine latinoamericano, pero que resulta muy conveniente continuar filmando, para
contrarrestar de alguna manera la hegemonía carcelaria hollywoodina.
Altibajos tiene “Rudo y
Cursi” (algunos momentos de rivalidad de los hermanos son de aula de
kindergarten, actuaciones de reparto desparejas, Cuarón congestiona la columna
vertebral del relato con demasiadas costillas temáticas), pero en su género
supera a la mayor parte de la ración anual de yanquilandia, cada día más
pedestre y abrumadora.
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