Sí, de
acuerdo, el humorista mexicano Eugenio Derbez suelta sus dos o tres chistes
graciosos como maestro de ceremonias en los Latin Grammy y determinado segmento
de su andadura televisiva no resulta del todo descartable; pero va una
distancia intransitable de ahí a dirigir una película completa, con el
protagónico reservado y una historia telenovelera y melodramática a rabiar, que
desoye los derechos de autor en cada fotograma porque todo es la copia de la
copia de la copia. O sea, el cadáver exquisito en estado de putrefacción por
excelencia.
Podrá ser
el filme más taquillero en la historia de un país sumido en insondable crisis
moral y cuyos habitantes casi por lógica olvidaron sus desgracias durante dos
horas diseñadas milimétricamente para la evasión absoluta, pero cuanto en
realidad representa No se aceptan
devoluciones (2013) es un suceso audiovisual vergonzoso para las dinámicas
temático-narrativas del cine latinoamericano actual. Elemento factual irónico,
sin embargo constituye la cinta regional de todos los tiempos más vista en los
Estados Unidos, si bien ello se desprende del volumen de mexicanos existentes
allí, a los cuales el guion apunta de forma descaradamente aviesa en sus personajes,
gags verbales y andanzas binacionales del papá con la nena bonita que habla dos
idiomas como los de la diáspora y además tiene cabellos rubios, como las
heroínas de tantas telenovelas de Televisa. Que para indios ya está bueno con
los muertos por los narcotraficantes. Harían falta mil cargas villeneanas para
acabar con el analfabetismo audiovisual de grandes conglomerados de público
latinoamericano, cuyos prefabricadas opciones estéticas ninguna relación
guardan con la de los talentos del séptimo arte.
La pantalla
de Luis Estrada, Carlos Reygadas o Fernando Eimbcke retrocede setenta años
mediante este culebrón televisivo en formato fílmico, paradigma de modelos de hacer afincados a
retrógradas configuraciones, que trabaja con arreglo a un arsenal de fórmulas
de manual muy básico y el cual por consiguiente está plagado de estereotipos del
primer al postrer plano.
Luego de ciertas
de escenas de ligero humor, bellas animaciones, mucho paneo polícromo kitchs en
un falso e idílico Acapulco o en Gringolandia y sus buenos close-ups a la tan
linda como agradable rubita Loreto Peralta (en la graciosa intérprete de nueve
años radica parte del éxito popular del filme), el Derbez director y
coguionista fragua una variación a la Shyamalan versión para estúpidos, al colocar al
largometraje en territorio total del golpe bajo, el moco y los pañuelos. Bien
en la cuerda del dramón más caro a compatriotas alimentados desde siempre de un
menú que hoy día se encargan de reforzar Televisa y Univisión, puesto que en el
cine ha perdido lógico terreno a favor de signos discursivos menos arcaicos. Nota
al canto pero pertinente: No se aceptan
devoluciones fue facturada por Pantelion Films, estudio del cual Televisa
es copropietaria. Quien tenga ojos…
Como en la
prensa cinematográfica, algo menos en la crítica, también existe su cuota de retardo,
algunos camaradas que le hacen demasiado caso a los dossiers entregados por las
productoras y no pierden neuronas en
pensar por cabeza propia han comparado ¡ay¡ a No se aceptan devoluciones con El chicuelo, de Chaplin; Kramer contra Kramer, de Robert Benton;
y La vida es bella, de Roberto
Benigni, en vez de establecer apropiadas equiparaciones con La niña de los hoyitos o la peor
vertiente de comedietas familiares de Adam Sandler, con quien el propio Derbez
colaborara en Jack y su gemela,
mezcladas con el “ángel” de cualquier telenovela de Thalía. Los criticastros
(para usar un término lezamiano) signatarios de tan galácticas sandeces merecen
peores epítetos que los perpetradores del despropósito fílmico de marras. Como
en la policía yanki, también haría falta una división de Asuntos Internos en
nuestro universo, para detectar a quienes embaucan a la gente en los periódicos
del mundo.
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