jueves, 31 de marzo de 2016

Disperso ejercicio de cine dentro del cine



El único rostro de ángel aparecido en la penúltima película de Michael Winterbottom es el de Kate Beckinsale, la mujer más bella existente en el cine inglés hace años, aunque de registros limitados, y constreñida su gloria (comercial) a la saga Inframundo. Ella, más bien figura de calzo aquí, incorpora a la periodista con la cual Thomas, el director de cine protagonista de esta metaficción (el hoy día omnipresente actor hispano-alemán Daniel Brühl), sostendrá durante su viaje a Italia la inevitable one-nigth stand o noche de sexo e intercambiará algunas consideraciones en torno a un suceso criminal acaecido allí, que este pretende trasladar a la pantalla.
El caso referido, verídico, es el de la joven británica Meredith Kercher, objeto de salvaje asesinato ejecutado en 2007 cuando realizaba un viaje estudiantil a la localidad medieval italiana de Perugia, episodio criminal muy seguido por los tabloides ingleses y hecho que podría haber incitado a esa verdadera esponja de intereses del todo diversos que es Winterbottom a interesarse por esta historia, si bien de forma tan tangencial como distante de la visión sensacionalista adoptada por reportes periodísticos perfilados hacia el costado morboso del asunto.
Afincado de algún modo al libro de la reportera Barbie Latza Nadeau, Angel Face: Sex, Murder and the Inside Story of Amanda Knox, y sobre todo a sus propias elucubraciones al respecto, Winterbottom arma un ejercicio de cine dentro del cine donde a ciencia cierta el espectador nunca sabe si está por la de seguir el caso de Amanda Knox (la estudiante norteamericana acusada, y absuelta, de asesinar a Meredith Kercher); por la filmación en derredor del crimen: objetivo artístico de Thomas y en presunción la línea cardinal a conferir preeminencia aquí; o por la crisis de mediana edad observada en dicho personaje central, sujeto a tormentos interiores de diversa naturaleza aunque ninguno realmente redondeado en términos dramáticos, porque aquí la mayoría de las intenciones o sugerencias sígnicas devienen muñón de sí mismas, esbozos, amagos, tentativas, barruntos .
Entre los casos de dispersión y confusión cinematográficas más notables apreciados en los últimos años en la pantalla mundial, la estrenada en Cuba El rostro de un ángel (Face of an angel, 2014) es una película pletórica de desarticuladas girovagancias narrativas, esquiva -por defecto, no por intención expresa- al mantenimiento de un curso lógico de desarrollo del relato la cual, para más inri, está filmada con el desgano de cualquier telefilme de sobremesa.
Un actor de recursos como Brühl (ahí están Eva y Burnt para comprobarlo) anda en piloto automático, confiado en que Winterbottom sabe lo que hace, aunque ni él mismo lo entienda. A la lastimosa falta de foco del peor  largometraje dirigido por él se suma el ritmo plúmbeo, mortecino de un relato desnortado en las yuxtaposiciones narrativas entre la realidad y su construcción ficcional, algo que este director sí supo manejar con solvencia en filmes previos.
En su afán por filmar y estrenar, y volver filmar y estrenar como parte de un ciclo de la vida que en sí adquiere visos frenéticos -nadie alcanza su ritmo de trabajo en Inglaterra, en parte debido a que rueda lo que da la gana puesto que tiene su propia productora, Revolution Films, desde 1994- en ocasiones Winterbottom encuentra dificultades para saber corresponder su grandeza creativa con no tanto los temas como con el “cómo” de esos temas escogidos, y a resultas es responsable seminal también, entre buenas películas, de anhelos artísticos nonatos como El rostro de un ángel.
No obstante este parto de horas bajas, a su dirección debemos un rosario de notables propuestas desde que en los años ´90 renovara el universo del séptimo arte en su país junto a contemporáneos como Danny Boyle o Guy Ritchie, tras emerger en su caso de los epicentros catódicos de Thames y la BBC. Exponente, sí, del prototipo clásico de cineasta ecléctico y prolífico, es Winterbottom además paradigma del concepto de ese autor líquido posibilitado de sedimentar una impronta sin recurrir a las marcas de agua formo-conceptuales de otros colegas. Ganador de un Oso de Oro y un Oso de Plata en Berlín por, respectivamente, In this World (2003) y The Road to Guantanamo (2006); y de una Concha de Plata en San Sebastián merced a Genova (2008), el cineasta se desplaza con habilidad pasmosa del relato fictivo al documental, o difumina las fronteras entre ambos, al tiempo que succiona con pericia las tendencias expresivas de la contemporaneidad dentro de un corpus atípico donde cohabitan piezas tan heterodoxas como 24 Hour Party People, Código 46, Tristram Shandy, Nine Songs, El asesino dentro de mí o El viaje a Italia, todas experiencias fílmicas sui generis, más allá del mayor despegue artístico de unas con relación a otras.

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