Falleció el director cubano Rogelio París. A propósito, La Viña de los Lumière evoca su largometraje de ficción Kangamba, de 2008. El primer acierto de Kangamba
es desmarcarse del clisé impuesto por el cine norteamericano bélico de
entreguerras y cierta parte del soviético y esteuropeo dedicado al género, consistente
en deificar a los personajes como suerte de héroes impolutos con rastro de
divinidad: etéreos, de una pieza en su conformación psicológica, carentes de
debilidades humanas, incapaces de cometer la mínima acción incorrecta que desde
la sala oscura se viese como impropia en tales hombres corolados en la pantalla
por la aureola de lo totémico.
La película de Rogelio París planta al personaje central de
Mayito (el más holgadamente definido por el guión e interpretado por el actor
Rafael Lahera) como el guerrero revolucionario, solidario, de gran corazón y
entereza que es; pero sin escamotearle ni sus urgencias biológicas relativas al
sexo (contrae gonorrea con las mujeres africanas); ni su afición al alcohol
(necesidad perentoria-válvula de escape-resorte energético volitivo en
situaciones tales, de siempre en los conflictos, no solo en Angola), como
tampoco el lógico deseo de volver a su patria
cuando ya es hora del viaje de regreso a Cuba, tras agotarse el tiempo
que debe cubrir en la misión.
En principio, él no entiende que justo al cumplirse el tan ansiado
momento del retorno, deba posponerlo para marchar a Cambanga; y así se lo hace
saber a su superior, el teniente coronel Lorenzo, asumido por Armando Tomey. Un
compañero de armas le dice luego que ese a quien le pide cuentas está en la misma
situación. Mayito entenderá de a poco que resulta necesaria su experiencia en
el teatro de operaciones.
Ambos son representaciones fictivas, pero muy cercanas y
creíbles, de los luchadores cubanos presentes en esa epopeya, al lado de soldados
angolanos de las FAPLA: protagonistas de uno de los episodios bélicos de mayor
trascendencia en la guerra de liberación de ese país, suscitado en agosto de
1983 y por espacio de siete días, durante los cuales fuerzas de la UNITA y asesores
surafricanos -técnica y militarmente en superioridad con respecto a los
nuestros- emprendieron un hostigamiento constante.
París cuenta con solvencia el transcurrir de las jornadas de
cerco enemigo, mezclando con inteligencia las secuencias de corte intimista, de
diálogo, de reflexión o de laceración mental, con las escenas de puro registro
físico. Y el equilibrio conseguido en la alternancia representa otra de las
bazas de su largometraje. Tampoco, para loor de la pieza, hay aquí señal alguna
de glorificación de la guerra, pues toda
su cruda estela de devastación general queda expuesta sin ambages.
Esta coproducción del ICAIC y el MINFAR describe, con realismo
y exquisita minuciosidad, sin chovinistas ni patrioteras afectaciones
hollywoodinas, la hidalguía épica de ese valiente acto de resistencia culminado
en victoria contra el agresor extranjero, que de atacante pasó a atacado y
debió poner pies en polvorosa ante tamaño arrojo.
A juicio del coronel
Fidencio González Peraza, jefe de las tropas en Cambanga y Héroe de la República de Cuba -en quien
se inspira el personaje de Lorenzo-, el mayor mérito del filme estriba en
mostrar a las nuevas generaciones el valor del internacionalismo. Ni el marco
ni el carácter de una reseña permiten validar con más detenimiento unas
palabras tan veraces, pero sí es menester subrayar que estas porciones de la
épica revolucionaria retratadas por el cine cubano son tan importantes como
cien libros de historia, en el sentido de ilustrar a dichas generaciones cuánto
los hijos de esta tierra han entregado a lo largo de la historia por defender la
dignidad de los hombres.
Lamentablemente,
debido a la extrema carestía de un género fílmico como el aquí asumido, cintas
semejantes son una especie de rara avis
dentro del mapa de ficción de la pantalla nacional, casi impensables en los
tiempos acres del período especial. Antecedente en tal sentido sería Caravana, que este propio director
estrenara en 1990, en lo que constituyó un verdadero hito taquillero probatorio
del atractivo del narratario por dicha parcela genérica.
Es difícil realizar una película bélica en las condiciones
de una industria tan deprimida como la isleña, pero el equipo técnico de Kangamba ha salido con bastante decoro
de una prueba literalmente de fuego. El Cambanga fictivo, reproducido en
Camagüey, resulta prácticamente idéntico al africano, en virtud de un diseño de
producción preciso, que aprehendió cada signo de identidad visual. Labor
respaldada por un encomiable trabajo de ambientación, selección de extras… Más
allá de alguna explosión demasiado artesanal, incongruencias de raccord entre estallidos y sonidos, o
algunas otras limitaciones de signo menor, en la sencilla pero eficiente
coreografía bélica destaca la eficacia pirotécnica y el alarde de imaginación
del equipo técnico para -con un presupuesto que no llega ni a un 0, 5 por
ciento de lo que demanda una producción occidental de este tipo- lograr
paisajes fidedignos amparados, en buena parte de los casos, meramente en la
posibilidad digital.
Sí es necesario
señalar en tal sentido que no había necesidad de remachar tanto ante el
espectador la falsía de dicho artificio, atestiguar de forma tan abierta el
carácter virtual de la representación cuando los aviones disparan e ilumina el
celuloide el plano inferior de la nave generado en ordenador. Se trata de algo
chocante, parecido a una especie de “permiso por ser pobre y perdóname esta
licencia” que no le iba a la película.
De igual modo, no está a la altura de la trama la
reiterativa y un tanto discursiva banda sonora, como tampoco convence la manera
primaria con que París procura contextualizar geográficamente a la pradera
africana. Nada censurable existe en importar imágenes (hasta el Hollywood más
poderoso lo hace, recordemos la reciente La
lista de ahora o nunca, donde Jack Nicholson y Morgan Freeman viajan por
todo el planeta, aunque nunca se movieron del estudio en Los Ángeles) y sabemos
por añadidura que el equipo de filmación no pudo desplazarse al continente
negro; pero con el primer hipopótamo hubiera bastado: lo de los angolanos
corriendo con el león a lo El fantasma y
la oscuridad (aquella de los felinos asesinos) y para rematar el elefante
atrás, me parece excesivo.
Pese a que, al menos en teoría, Kangamba es una película coral, como la mayoría de las producciones
bélicas de ficción, y ya se sabe que ello a veces opera como excusa en algunos
de estos filmes para mediante par de pinceladas de color humano esquivar un más
hondo bordeado psico-conflictual de los personajes, nos quedamos con ganas de
que éstos sean mejor explorados en la película de París. Con los de menor e
incluso con los de mayor preeminencia dramática: el ejemplo principal: el
oficial Lorenzo, de Tomey. Todavía muy a lo Mosfilm, para mi gusto.
En términos de construcción del guion, deviene una jugada
cuando menos abrupta la -dramáticamente innecesaria, poco procedente- muerte a
manos de un UNITA acorralado del capitán Mayito. No por el hecho de que el
combate hubiera terminado, en realidad en las batallas suceden estas tragedias
postreras; o porque, al constituir la voz narrativa que a través de la lectura
de sus cartas se erige como el agente de información central y por ende cual
centro de identificación emotiva del espectador, sino por algo tan básico como
“si yo estoy contándote tu filme, a mí no me mates director, porque los muertos
no podemos decir: a mí me dispararon, a no ser que esté usted filmando una
película fantástica o esté vendiendo un Hollywood barato”.
Por lo demás, una película atendible en la historia de la
pantalla nacional; digna contribución al género bélico, demostrativa de que
éste puede acometerse incluso en nuestras condiciones económicas, sobre la base
del talento y el deseo; y, por arriba de todo, un diáfano legado del valor, la
solidaridad y la ética del pueblo cubano: justo lo que se propusieron sus
realizadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario