El
único rostro de ángel aparecido en la penúltima película de Michael
Winterbottom es el de Kate Beckinsale, la mujer más bella existente en el cine
inglés hace años, aunque de registros limitados, y constreñida su gloria
(comercial) a la saga Inframundo. Ella,
más bien figura de calzo aquí, incorpora a la periodista con la cual Thomas, el
director de cine protagonista de esta metaficción (el hoy día omnipresente
actor hispano-alemán Daniel Brühl), sostendrá durante su viaje a Italia la
inevitable one-nigth stand o noche de
sexo e intercambiará algunas consideraciones en torno a un suceso criminal acaecido
allí, que este pretende trasladar a la pantalla.
El
caso referido, verídico, es el de la joven británica Meredith Kercher, objeto
de salvaje asesinato ejecutado en 2007 cuando realizaba un viaje estudiantil a la
localidad medieval italiana de Perugia, episodio criminal muy seguido por los
tabloides ingleses y hecho que podría haber incitado a esa verdadera esponja de
intereses del todo diversos que es Winterbottom a interesarse por esta historia,
si bien de forma tan tangencial como distante de la visión sensacionalista
adoptada por reportes periodísticos perfilados hacia el costado morboso del
asunto.
Afincado
de algún modo al libro de la reportera Barbie Latza Nadeau, Angel Face: Sex, Murder and the Inside Story
of Amanda Knox, y sobre todo a sus propias elucubraciones al respecto,
Winterbottom arma un ejercicio de cine dentro del cine donde a ciencia cierta
el espectador nunca sabe si está por la de seguir el caso de Amanda Knox (la
estudiante norteamericana acusada, y absuelta, de asesinar a Meredith Kercher);
por la filmación en derredor del crimen: objetivo artístico de Thomas y en
presunción la línea cardinal a conferir preeminencia aquí; o por la crisis de
mediana edad observada en dicho personaje central, sujeto a tormentos
interiores de diversa naturaleza aunque ninguno realmente redondeado en
términos dramáticos, porque aquí la mayoría de las intenciones o sugerencias
sígnicas devienen muñón de sí mismas, esbozos, amagos, tentativas, barruntos .
Entre
los casos de dispersión y confusión cinematográficas más notables apreciados en
los últimos años en la pantalla mundial, la estrenada en Cuba El rostro de un ángel (Face of an angel, 2014) es una película
pletórica de desarticuladas girovagancias narrativas, esquiva -por defecto, no
por intención expresa- al mantenimiento de un curso lógico de desarrollo del
relato la cual, para más inri, está filmada con el desgano de cualquier
telefilme de sobremesa.
Un
actor de recursos como Brühl (ahí están Eva
y Burnt para comprobarlo) anda en
piloto automático, confiado en que Winterbottom sabe lo que hace, aunque ni él
mismo lo entienda. A la lastimosa falta de foco del peor largometraje dirigido por él se suma el ritmo
plúmbeo, mortecino de un relato desnortado en las yuxtaposiciones narrativas
entre la realidad y su construcción ficcional, algo que este director sí supo
manejar con solvencia en filmes previos.
En
su afán por filmar y estrenar, y volver filmar y estrenar como parte de un
ciclo de la vida que en sí adquiere visos frenéticos -nadie alcanza su ritmo de
trabajo en Inglaterra, en parte debido a que rueda lo que da la gana puesto que
tiene su propia productora, Revolution Films, desde 1994- en ocasiones
Winterbottom encuentra dificultades para saber corresponder su grandeza
creativa con no tanto los temas como con el “cómo” de esos temas escogidos, y a
resultas es responsable seminal también, entre buenas películas, de anhelos
artísticos nonatos como El rostro de un
ángel.
No
obstante este parto de horas bajas, a su dirección debemos un rosario de
notables propuestas desde que en los años ´90 renovara el universo del séptimo
arte en su país junto a contemporáneos como Danny Boyle o Guy Ritchie, tras
emerger en su caso de los epicentros catódicos de Thames y la BBC. Exponente,
sí, del prototipo clásico de cineasta ecléctico y prolífico, es Winterbottom
además paradigma del concepto de ese autor líquido posibilitado de sedimentar
una impronta sin recurrir a las marcas de agua formo-conceptuales de otros
colegas. Ganador de un Oso de Oro y un Oso de Plata en Berlín por,
respectivamente, In this World (2003)
y The Road to Guantanamo (2006); y de
una Concha de Plata en San Sebastián merced a Genova (2008), el cineasta se desplaza con habilidad pasmosa del
relato fictivo al documental, o difumina las fronteras entre ambos, al tiempo
que succiona con pericia las tendencias expresivas de la contemporaneidad
dentro de un corpus atípico donde cohabitan piezas tan heterodoxas como 24 Hour Party People, Código 46, Tristram Shandy, Nine Songs,
El asesino dentro de mí o El viaje a Italia, todas experiencias
fílmicas sui generis, más allá del mayor despegue artístico de unas con
relación a otras.
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