A
propósito de la presentación especial durante el reciente Festival
Internacional de Cine de Gibara del filme Miedo
y asco en las Vegas en ocasión de los veinte años de su estreno, y del
intercambio de su protagonista, Benicio del Toro, con los asistentes al evento,
les proponemos la siguiente reseña crítica sobre esta tan peculiar como hoy
casi olvidada pieza cinematográfica.
Desde
Adiós a Las Vegas (Leaving Las Vegas, Mike Figgis, 1995),
el cine estadounidense no se había topado con gente tan contumazmente viciosa
como el personaje central de aquel filme protagonizado por Nicolas Cage, hasta
que el realizador norteamericano-británico Terry Gilliam se apareciera en 1998
con su Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas).
En
este filme -basado en el libro semiautobiográfico del periodista y escritor
Hunter S. Thompson, publicado en 1971-, Benicio del Toro y Johnny Depp destapan
quince veces más frascos de drogas que las mil botellas descorchadas por Cage
en el largometraje de Figgis. Y, por si fuera poco, dejan en pañales a los
“yonquis” (toxicómanos) de farmacia de Drugstore
Cowboy (Gus Van Sant, 1989).
En Miedo y asco en Las Vegas estamos
en 1969 y Depp y Del Toro son un periodista y su abogado, a quienes el mundo
les importaría un comino…, si no existiesen las drogas. Pretextos para
ingerirlas, siempre tienen; si bien la compulsión de ambos personajes
constituye la causa de un efecto de orden social y político, relacionado con la
deriva moral de un país sumido en el atolladero de las mentiras gubernamentales
relacionadas con la guerra imperial contra el pueblo vietnamita. Y también
vinculado al atropello a los derechos
civiles, al engaño mediático al cual es sometida la población, al asesinato de
líderes de hondo calado popular…
Entre
pastillas y su alcohol acompañante, el periodista Raoul Duke (Depp) y el Dr.
Gonzo (Del Toro) echan pestes sobre el sistema, al cubrir un rally y una convención de narcóticos en
la “ciudad de oro” del desierto de Nevada, punto de expresión mayor del engaño
y la enajenación capitalistas, pues todo ese oropel y riqueza son meros cantos
de sirena para recopilar toneladas de dinero y, ocasionalmente, entregar un
premio con el objetivo de dar la sensación de que “todo es posible en
“América”.
Ambos
dan cuenta, sin miramientos, del “arsenal” de drogas que llevan en sus maletas.
La película se complace en mostrar cómo este dúo se “vuela” hasta la muerte en
su delirante evasión psicodélica. Toman de todo, todo el tiempo, con un placer
maldito que los hace correr de una a otra anfetamina. El “loco” Gilliam, quien
no dudo se haya drogado unas cuantas veces antes de rodar la película, no
obstante guarda la compostura (porque a la larga ese era el plan) para meternos
dentro del cuerpo de sus dos personajes centrales, evanescernos con ellos. Y el
muy villano lo consigue, porque Depp y Del Toro se colaron en el alma a un
drogadicto.
En
Miedo y asco…, nos fugamos con esta
pareja, transportándonos a un mundo frenético. Vemos el mundo de patas arriba,
vomitamos en su dormitorio, confundimos al cantinero con una serpiente,
caminamos por las paredes mejor que Gene Kelly, abominamos nuestro ser con el
miedo y el asco de la culpa, tal cual lo haría Ray Milland en su opaca
habitación de dipsómano de Días sin
huella (The Lost Weekend, Billy
Wilder, 1945). Y es que, por ende, tenemos en pantalla a una película que opera
por efecto de redargución; y de ahí parte su exitoso acercamiento al fenómeno
de la drogadicción, desde el punto de vista de la plasmación al interior de los
seres que lo experimentan.
Sin
embargo, cuanto por el contrario lastima a esta suerte de extemporáneo Easy Rider de hotel es la ausencia de
un guion dotado de las ramificaciones narrativas precisas para que la historia
de estos dos personajes tuviese los soportes dramáticos que la hicieran más
convincente y creíble.
El
cine no es un monolito, ni un monólogo teatral. Es como la arena esparcida por
el viento, requerida de aire para volar. A los conflictos les resulta imprescindible
la recreación, a partir de un, aunque sea mínimo, tejido de relaciones
causa-efecto. Una película no puede circunscribirse al mero hecho de dejar al
desgaire situaciones inconexas, sin rodearlas de una argamasa dramática nuclear:
justo lo ocurrido de manera desafortunada en este filme.
Los
guionistas Terry Gilliam y Tony Grisoni, abjurando a veces del espíritu seminal
del propio material de Hunter S. Thompson y en otras ocasiones somatizándolo de
a pleno, se interesan de una forma tan aplastante por los personajes, que
tienden a soslayar contexto y trama. Se esmeran sobremanera en expresar, pero
se olvidan un poco de focalizar y, bastante,
de contar. Con su relato sucede exactamente lo mismo que con el de Pret-a-Porter (1994), aquel análisis
del universo de las modas del maestro Robert Altman, el cual pudo haber sido
magnífico de poseer un trabajo escritural de necesaria mayor consolidación.
Miedo y asco…,
vista dentro de la ejecutoria general de su director, Terry Gilliam, encaja bien
con su línea estilística y complementa el círculo experimental comenzado a
trazar en su paradigmática Brasil
(1985). Certifica su fama, justamente acreditada, de director heterodoxo e
impulsivo, a quien algunos estudios cinematográficos le tienen verdadero pavor.
Su
cine nunca ha sido recibido por el gran público y Miedo y asco… no es la excepción de la regla, pues no la vieron ni
cuatro gatos en los Estados Unidos. Este comentarista la apreció en la sala
Luisa, de la ciudad de Cienfuegos, en 1999, con menos de cinco espectadores dentro
del cine. Que no sea pasto de multitudes al autor de Doce monos (1996) siempre le ha importado un bledo. Al artista que
invirtió treinta azarosos años para finalizar El hombre que mató a Don Quijote
(recién presentada este mayo en el Festival de Cannes), eso no le da miedo. Tal
vez sí asco, porque abomina el cine comercial hecho para públicos mayoritarios
y generalistas. El antiguo humorista del grupo inglés Monty Phyton ya lo
consideraba así en 1998, cuando estrenó Miedo
y asco en Las Vegas; y lo continúa pensando a la altura de 2018, algo
evidenciado al apreciarse su último estreno arriba mencionado: lúdico “vacilón”
pro y anti cervantino, el cual comentaremos al momento de su exhibición en
Cuba.
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