martes, 28 de abril de 2015

La emboscada: crítica del filme cubano de estreno



Pese a la discreta visualidad cinematográfica, tendente a acomodar la pieza dentro de un formato telefílmico -en tanto resultado de las opciones de rodaje impuestas, el escaso presupuesto manejado para el diseño de producción y el impróvido registro naciente del empalme entre modelos de fotografía y montaje sujetos a la plena ortodoxia, más allá del oficio del primer departamento- La Emboscada (Alejandro Gil, 2014) plantea dispositivo narrativo con ciertas cuotas de atracción e interés.

sábado, 25 de abril de 2015

Los 53 infames años de Sábado Gigante



Nuestra Belleza Latina (le dedicamos aquí un post titulado En busca de la mujer florero); Caso Cerrado (en breve lo reseñaremos también para La Viña de los Lumière) y Sábado Gigante conforman una tríada con sorprendentes niveles de recepción en un país culto e instruido como Cuba, cuyos parámetros educativos no guardan relación alguna con el público al cual se dedican aberraciones audiovisuales representativas de la versión más pedestre de la telebasura contemporánea.

viernes, 17 de abril de 2015

Fátima o el Parque de la Fraternidad



Arranca mal Fátima (o el Parque de la Fraternidad) (Jorge Perugorría, 2014). El paisaje inicial del filme remite a la bastardización de Brokeback Mountain con una visión en clave de pesadilla de un Carlos Enríquez lisérgico en brindis contranatura con Servando Cabrera. El joven homosexual Manolito, Fátima más tarde en su etapa profesional, se cepilla casi entera a la comunidad guajira del sexo masculino en su natal pueblito rural. Los labriegos, no contentos con sus consortes callosas o las prácticas zoofílicas a algunos de ellos imputadas con o sin causa, van por el codiciado trasero del jovencito, menos como si fueran a raptar mulatas que a encontrarse con un dibujo de Pepe el Romano. La frase sobre la oquedad preferida de los miles de hombres de la vida del muchacho (a) no es mía, que conste, pues cabalga en alguna verbalización desafortunada del filme, como lo hace el adolescente con alma de mujer en esa imagen desesperantemente horrenda -y del todo inverosímil en contexto tal- de la zona introductoria en la cual monta a caballo, descamisado, junto a ese nervudo lugareño con pinta de modelo sueco. Parece que Perugorría se creyó que todavía estaba en Roble de olor (2003), cuando él le hacía el amor a la morena a lomos del alazán, en aquella escena-pastel que en su momento impugné con ardor. Subyacente por todo el segmento de inicio acá, dígase, la tan añeja como rebatible creencia de cierta franja homosexual de que todas las personas lo son, lo cual ya viene molestando un poco cuando se machaca hasta la rutina en el “arte”. Freud y Jung pasados por aguas albañales.
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