martes, 8 de abril de 2014

Sexo para acuartelados en Pantilandia


El ciclo Lo bueno, lo malo y lo feo, promovido por la Cinemateca de Cuba a lo largo del país, propone en su tan amplia como sugerente muestra a Pantaleón y las visitadoras (1999), dirigida por el realizador peruano Francisco Lombardi.
Al capitán Pantaleón Pantoja, tipo organizado, meticuloso, puntilloso donde los haya, le asignan insólita misión sus superiores del ejército: abastecer de hembras a la fauna voraz que habita los cuarteles amazónicos. Pantoja (sólida caracterización de Salvador del Solar) se sorprende, porque él está preparado para más y otra cosa mayor esperaba del honorable cuerpo armado; pero esto es una orden militar y hay que cumplirla, de modo que se crece, e intenta dignificar la misión cabalmente.
El hombre escribe deliciosos informes a los jefes en los cuales da cuenta de “la cantidad de prestaciones que deberán cumplir las visitadoras con nuestros heroicos soldados”. El tipo, puro eufemismo, les llama “visitadoras” a las profesionales que van a despejar la bruma de centenares de indios acuartelados, quienes a ciencia cierta ni saben por qué están ahí. Para que ellos no piensen mucho, que lo suyo no es eso, el mando castrense les manda a hacer su trabajo cuerpo a cuerpo a las “subalternas” de nuestro curioso Pantoja en “Pantilandia”.
Panti lleva todo muy organizadito, pero le saldrán escollos en el camino; uno de ellos es una prostituta descomunal llamada La Colombiana, quien le devanará los sesos y vaciará de líquidos el cuerpo.
La Colombiana -incorporada tan resueltamente como nunca jamás lo volvió a hacer por Angie Cepeda- tiene estampa de portada de Penthouse en edición de lujo, bota sexo hasta por los cordales y saca de quicio a un Panti -hombre casado y de familia-, al que a la larga le confiarán otra misión en el fin del mundo, tan igual de estúpida pero físicamente menos gratificante.
Con Pantaleón y las visitadoras Francisco Lombardi logra estructurar una comedia triunfante, boyante, porque este señor -de los mejores narradores fílmicos latinoamericanos-, pese a sus no pocos bamboleos-, aprendió la lección regalada por el género en su vertiente clásica.
Dicha lección se expresa en lo siguiente: personajes ingeniosos y de refinada crueldad, eficacia cómica, lugar para lo farsesco-irracional, diálogos elaborados sobre el carrete de una espiral de réplicas punzantes como garfios, planificación directa, estructura narrativa simple pero llena de agudeza y picardía, un pulso a lo Sturgess-Hawks, ritmo constante, actores que derrochan aplomo en composiciones soberbias a cuya efectividad apoya una edición inteligente siempre preocupada por cortar a tiempo antes de gastar el gag o la frase. O sea, que la película de Lombardi tiene todo cuanto ha perdido la comedia de la actualidad, sobre todo la romántica norteamericana; ahora en el peor momento de su historia.
Todo ese summun rico del género está en esta visita fílmica de Lombardi a  la literatura de Mario Vargas Llosa (antes de Pantaleón… ya lo hizo en el drama La ciudad y los perros, 1985), la cual supone un giro de avión de caza en su obra, al campear en los cielos de la comedia, terreno nuevo para él e inencontrable en el lánguido panorama fílmico peruano.
Pero a través de esta fruiciosa humorada, llena de picardía de resonancias castizas y un modélico uso del erotismo, Lombardi -de lo contrario no fuera él- no solo se propone divertir o alelar al espectador con esos generosos planos frontales y dorsales de la Cepeda, sino más que todo fustigar la institución castrense en el contexto de algunas naciones suramericanas, la cual define de estulta por cuánta vía le resulta posible. A Katryn Bigelow, la directora de En tierra hostil, le hubiera sentado bien ver el filme antes de perpetrar su belicista y escarizada cinta
Se burla de sus tópicos, del sinsentido de muchas de sus tareas, de la inoperancia de los mandos, del facilismo, la burocracia, la corrupción en las filas... Es pues la suya comedia de raíces bien afincadas en el subsuelo del género, interesada además en ventilar tesis sociales; en otras palabras, un exponente total de este tipo de cine. De los que ya casi no hace nadie.

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