viernes, 20 de junio de 2014

Las mujeres de Jafar Panahi


Fuera de juego (2005), filme  ganador en Berlín del Premio Especial del Jurado (ex -aequo), en torno a un grupo de muchachas imposibilitadas de asistir a un partido de fútbol de la selección nacional por las convenciones de la doctrina islámica que lo prohíbe a las mujeres, representa la consecuencia en el tiempo para con la obsesión con el sexo femenino que el realizador iraní Jafar Panahi mostrara desde su inefablemente bella opera prima de 1995 El globo blanco, pasando por El espejo (1997), hasta El círculo (2000).

En este último filme explora a la mujer en la dimensión de la adultez; en los anteriores filmes había sido desde la perspectiva de la infancia. La idea de El círculo (León de Oro en Venecia) la cuenta el propio Panahi: “Parte de un suceso ocurrido en Irán: una madre que había matado a sus dos hijas y se había suicidado después. Pero también tenía razones personales. Cuando nació mi hija, mi madre me vino a ver al hospital con una expresión de funeral, así es que pensé en lo peor. Luego me dijo: Jafar, ten valor, has tenido una niña. Aceptar a una niña es difícil hasta para una mujer”.
La película arranca con el nacimiento de un bebé. A pesar de que la ecografía pronosticaba un varoncito, la linda rajilla entre las piernas de la nenita arrostrará el inevitable anuncio de  una de las peores calamidades para un hombre en la cultura islámica: ser padre de una hembra. La abuela, compungida, está convencida  que su yerno solicitará el divorcio en el acto.
A partir de este suceso dramático comienza a  desplazarse el itinerario narrativo de un filme que sigue las vidas de ocho mujeres, las cuales por una u otra razón (casi todas irrazonables) han pasado por la cárcel. Nargess intenta abandonar la ciudad y volver a su pueblo,  su amiga Arezu hará lo imposible por conseguir el dinero del pasaje. Otra lucha desesperadamente por practicarse un aborto ante el rechazo de sus hermanos, pero la operación no se la hará nadie sin el consentimiento paterno. Una está obligada a prostituirse. Las otras tendrán cada una su propio dilema.
La cámara y el relato van de una a otra, nos presentan sus respectivos casos, sin información en abundancia (para no decir casi nula, pues el director bendice la pregnancia de la imagen, por cuanto las palabras o los hechos referidos vía verbal no tendrán mucho significado en odiseas vitales ya explícitas en cada acto, en cada gesto de las protagonistas), y luego las dejan hasta hacerlas confluir en un cierre concéntrico, circular, que comienza por el principio. Antes de llegar aquí, el espectador se abocará a una travesía desoladora por las calles de Teherán, tomada en planos larguísimos, con un concepto estilístico que confiere preeminencia al sentido del tiempo y que en lo formal tiene en el sonido ambiente uno de sus aliados fundamentales para transmitir esa aura de naturalidad -escuchamos el crujido de los zapatos en los adoquines, el roce del chador y la túnica negra sobre sus cuerpos celosamente escondidos de las miradas masculinas, el claxon de los autos, el vocerío de los niños...-. Las mujeres prácticamente atraviesan las calles como si fuesen fantasmas,  temerosas de los hombres, bajo asedio, lejos de los policías.
Relato minimal en formato de docudrama realista, sencillo pero demoledor, cuya poderosa fuerza surge en gran medida de actrices no profesionales de asombrosas elocuencia en sus registros, El círculo es un retrato desolador, duro y doloroso el cual, amén de portar un mensaje ecumenista sobre la intolerancia, asume una perspectiva crítica respecto a la tradición cultural de sociedades ancestralmente patriarcales. Constituye un impresionante documento sobre la ferocidad de las convenciones de la tradición musulmana hecho a partir de una historia pequeña y real que se mueve entre lo documental y lo fictivo, cual ya resulta común en la Nueva Ola Iraní, desde Kiarostami a Makhmalbaf, desde Ghobadi hasta Majidi. Justamente del estilo de su maestro Kiarostami se impregna aquí el más que avezado discípulo Panahi, sobre todo en la dosificación informativa, en la solemnidad dramática, en la composición de personajes que son espejos de sí mismos, en el concepto sobrio y reposado de la puesta en pantalla, en la transparencia y la sencillez argumental.
Pero no es obligadamente El círculo una lectura exclusiva de los patrones de comportamiento social de un país determinado; se trata de una obra mayor que habla en sentido general de las miserias que aun lleva de fardo inquitable la especie a cuestas de su lomo, de las contradicciones, el abuso y la incomprensión humanas. Fue, en cierto modo, una película premonitoria para Panahi, quien comprendió, en carne propia, que en todas partes cuecen habas cuando, poco después de granjearse honores en el planeta mediante este filme, fuera detenido y humillado, por su condición de árabe, en el aeropuerto de Nueva York. Panahi difundió entonces, en abril de 2001, una carta a toda la comunidad cinematográfica mundial donde afirmaba: “Los policías me pusieron cadenas en mis pies y me engancharon a otros encadenados, todos a la vez, a un banco muy sucio. Por diez horas, sin preguntas ni respuestas, fui forzado a sentarme en ese banco a presión junto a los otros. No me podía mover, estaba sufriendo de una vieja enfermedad que sin embargo nadie observó. No había dormido por dieciséis horas y tuve que pasar quince más en camino de viaje a Hong Kong. Era una tortura, más entre todos esos ojos mirones. En el avión intenté dormir, pero fue imposible. Sólo podía ver las imágenes de esos hombres y mujeres sin dormir que aún estaban encadenados”. Al parecer no solo a las mujeres islámicas les resulta difícil escapar del círculo vicioso de la intolerancia.

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