martes, 1 de julio de 2014

Comedia de un crepuscular Jiri Menzel


Stetsí constituye el vocablo checo para designar la felicidad. Se supone que el septuagenario realizador Jiri Menzel y su equipo hayan tenido mucho de aquel (lla), durante el rodaje de su comedia Yo serví al rey de Inglaterra (2006), por el desenfado abierto de un relato erigido en mancuerna sobre la espalda del humorismo tragicómico primitivo e irónico marca de fábrica del realizador bohemio desde su oscareado debut en Trenes rigurosamente vigilados (1966), y las extremidades del fundacional código corte golpe y porrazo Sennett´s copyright: a cuya factoría rinde homenaje mediante la hilaridad semipueril generada en disímiles situaciones concebidas desde una elocuente apertura -a un no menos testificador de intenciones- cierre en iris, o escenas filmadas  haciendo empleo de pleno protodiscurso genérico silente.

Pues sí, aunque no la más madura, ésta su obra de la veteranía (supongo ya ni en la propia Praga se acordaban del añejo blasón del “nuevo cine checo” de los ´60) contagia alegría, relaja, distiende, opera un efecto lisérgico sobre los sentidos..., si bien no rebasa dicho estadio primario del género. Extráñase aquí tanto la densidad, el peso alcanzado en precedentes adaptaciones de Menzel al cuerpo literario-fetiche de Bohumil Hrabal, como sus leves dosis de vitriolo a discreción; pues lo que en principio iba de acíbar acaba en amable relajo hedonista. Resuelto por regla sobre la saturación de recursos de lenguaje fílmico ya no muy contemporáneos (esos raccontos, incluso el excesivo of). Para más, con una discutible bifurcación diegética de los planos temporales, o vías abiertas -sin mucha razón-, al erotismo postalero que recorre este retrato de vida del pícaro camarero checo Jan: asumido eso sí a convicción y ganas por el actor búlgaro Iván Barnev. Un personaje dibujado sobre el esquema clásico del pícaro oportunista, sin embargo tan tonto a la larga en dinero como en amores, al caer rendido a los pies de una alemana belicista en pleno pórtico de la II Guerra Mundial. La etapa “germanófila” del filogumpista -léase en el sentido de la necedad de conciencia- Jan da pie, no obstante, a pinceladas sin desperdicio: la fanática nazi ardiendo de fe patriótica ante el retrato de su Führer mientras hace el amor con nuestro pequeño antihéroe (rica mofa menzeliana a la estupidez de las idolatrías posibles y además marca de posicionamiento ante el cuestionable punto de vista del protagonista); las bellezas arias puestas en engorde para criar los por suerte imposibles bebés hitlerianos futuros dueños del mundo en el hotel-burdel-centro de experimentación; la chaplinesca secuencia del banquete al rey de Abisinia donde Jan acapara honores justo al ejecutar su deporte predilecto de manipular las circunstancias…

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