sábado, 2 de mayo de 2015

Camino de la Cruz


Con un desasosegante picado que escudriña la tumba recién tapada de una niña y la posterior imagen del amigo de la pequeña alejándose de ese entierro en el cual él fue el único testigo, finaliza el décimocuarto y último segmento narrativo de la perturbadora película alemana Camino de la Cruz, una de las rarezas del panorama europeo durante 2014, que diera lugar a interpretaciones de diverso signo a lo largo del planeta.
El largometraje del realizador Dietrich Brüggemann es una reproducción a escala del Via Crucis de Jesucristo, desde la peripecia de una niña germana criada al calor de férrea doctrina religiosa y los dictados de una madre de inexpugnables e invariables atalayas morales, las cuales no modifican su posición ni aun después de muerta su hija.
Estructurada en catorce magníficos planos- secuencia estáticos que recrean desde la Última Cena (esto es el primer cuadro del sacerdote con los seminaristas) hasta la crucifixión en el Gólgota (el suicidio por inanición de la adolescente), la obra sigue la odisea de María, chiquilla empeñada en tomar sin desvíos sendero de sacrificio absoluto, en pos de ulterior bien redentor: la cura de su pequeño hermano de cuatro años, al parecer afectado de autismo.
Aunque ancle en el mencionado motivo esencial del Nuevo Testamento y el personaje protagónico sea esta chiquilla dominada por fervores tales, más que una película sobre la fe de la doctrina o una crítica a las creencias de ningún sistema teológico, Camino de la Cruz obedece o halla puntos de concatenación con la idea de confundir el sentido del sacrificio por parte de algunos seres humanos. María ofrenda su vida para revertir el mutismo de su hermano, ni siquiera para preservar la existencia del pequeño; de manera que el espectador tiende a preguntarse: ¿cuál fue el motivo de la autoanulación¿
Por otro lado, la actitud de María presupone mayúsculo contrasentido, en tanto alguien asido a tamaña devoción conoce a la perfección que el suicidio va contra la primera regla de la religión.
Podría estar hablando el director Brüggemann aquí de la irracionalidad de ciertos actos cometidos al amparo de determinada fuerza mayor del juicio personal. Podría… En cualquier caso los planos de lectura abrazan la más rica polisemia, de acuerdo con las percepciones religiosas, culturales, éticas, ontológicas del narratario. Filme harto difícil de digerir, con independencia de su inobjetable factura y su exquisitez técnica, es factible de hallar niveles de interpretación diferentes por cuantos receptores fuere apreciado.
Asimilador del ascetismo crispante y la opresión tonal de un Michael Haneke - acaso la influencia más acusada de la obra-, el filme corta el aliento durante su recta conclusiva, recta cuando el verbo machacador esa madre que remarca su doctrina vital a la hora de decidirse por el ataúd de María remite al agobiante modelo paterno de una obra excepcional como La cinta blanca, del mencionado realizador.
Acierto formal de Camino de la Cruz, a todo lo largo del metraje, es su decisión formal de prescindir de cortes o planos de recurso durante la conformación de esos catorce soberbios planos-secuencias, donde la cámara cobra humanidad y parece activarse en sujeto mudo del calvario de los hombres, sus dudas, dolores e incertidumbres eternas. Las palmas para el cuadro interpretativo íntegro del largometraje, y en especial para la adolescente Lea van Acken en el papel del personaje central de María.

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