sábado, 22 de agosto de 2015

Elpidio Valdés ordena Misión Especial



Al maestro de la animación Juan Padrón (Matanzas, 1947), Premio Nacional de Cine, le debemos el surgimiento de  Elpidio Valdés, personaje cuya irrupción alcanza la friolera de 45 años, desde que el 14 de agosto de 1970 el semanario infantil Pionero publicara la historieta fundacional.

De cierto resulta difícil medir el increíble significado del coronel mambí para el orgullo, el patriotismo y la autoestima de este país. Es una de las tradiciones culturales patrias, eso ya lo dice todo.
No hay inyección mayor de ideología que mediante la imagen, bien lo saben quienes pretenden dominar el planeta mediante la guerra cultural total e intentos de implantación absoluta del discurso hegemónico. Y gracias a la imagen de Elpidio, millones de cubanos de varias generaciones tuvimos una mejor idea de conceptos, virtudes y valores como autoctonía, soberanía nacional, independencia, resistencia, dignidad, amor al prójimo, respeto al ser humano, comprensión, camaradería interracial, amistad, sensibilidad, amor a la pareja y hasta relación con la naturaleza.
Lo anterior se comprueba al repasar los fotogramas de Elpidio Valdés, el filme de setenta minutos de 1979 (primer largometraje de animación en la historia del cine cubano); Elpidio Valdés contra dólar y cañón, estrenado cuatro años después y la veintena de cortos previos o posteriores.
El spin off (variante tan en boga traducida como la elongación de un personaje de la obra original en otra creada para sí) encontraría en Fito, María Silvia, Palmiche y varios personajes cercanos al “pillo manigüero” base dramática para contar con sus propias películas o series; claro está, si a las posibles intenciones de hacerlo le correspondiera el necesario respaldo financiero, porque el dibujo animado, como el género histórico, es caro.
En medio del ocre panorama de vindicación de nuestra historia en el audiovisual cubano de ficción, acontece la buena nueva del estreno -en consonancia con el aniversario 45-, del corto Elpidio Valdés ordena Misión Especial, producido por los Estudios de Animación del ICAIC. Al menos en provincia, es proyectado en solitario, no como complemento de un largometraje (lo típico, inmemorialmente, en casos tales); lo cual constituye un error craso de programación, pues a los ocho minutos los espectadores deben abandonar el cine.
Confieso que, tras el tiempo transcurrido en estado de hibernación, al menos yo esperaba más del material. El corto baraja las buenas intenciones mensajísticas del universo elpidiano (justipreciar el valor de todos los trabajos, o las pruebas como forja del temple: explícitas en el envío de El Niño, ese Goliat mambí afrocubano al hospital de sangre de Ñá Mercé a lavar sábanas y dar de comer a los heridos…) y no creo haya sido resultado del azar en alguien tan agudo como Juan Padrón el correcto tratamiento de la racialidad ni el subtexto del respeto a la ancianidad y a la sabiduría de los abuelos, en tanto país con elevada tasa de envejecimiento poblacional, lo cual por asociación indica la flexibilidad temporal de la criatura a los signos de las épocas. Pero el trabajo adolece de garra, bríos, intensidad, magia, brillo en una paleta que parece ser la misma pero no es igual. Se contagia, de alguna manera inescrutable o difícil de traducir por la vía verbal, de la depresión emocional atravesada por la pantalla nacional de más fresca factura.
La trama de Elpidio Valdés ordena Misión Especial fluye laxa, evanescente de numen y se echa en falta el antaño esplendor en el diseño escenográfico de la puesta en pantalla y aquella ordalía creativa de miles de dibujos al servicio de una idea. Por otro lado, tiende a extrañarse más del humor implícito de la saga, del mismo modo que una aparición menos pálida del coronel mambí en el mojón fílmico demarcador de su necesaria resurrección en pantalla tras ese fin de ciclo marcado por Elpidio Valdés ataca Trancalapuerta (2003). Parafraseando a la rockera mexicana Alejandra Guzmán, no es que esté mal, ni hablar; pero le falta madurar. Es casi un boceto.
Mejor suerte en la próxima aventura, compay; y ojalá no demores otros doce años en cabalgar en nuestros cines.

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