lunes, 14 de septiembre de 2015

Interestelar



Calificada injustamente por algunos críticos de “inextricable”, “grandilocuente”, “pomposa”, “hermética”, Interestelar (Christopher Nolan, 2014) no es nada de eso. Se trata de la obra más impresionante y de mayor calado artístico emergida dentro del género de la ciencia-ficción desde los ya lejanísimos tiempos de 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1969), la cual queda reverenciada aquí.

Estreno de la semana en Cuba, el último opus nolaniano constituye una parábola sobre el destino de la humanidad y la voluntad en tanto palanca gravitatoria y el sacrificio por amor como únicos resortes posibles camino a la salvación de la especie.
Las reflexiones del relato se sobreimpresionan en la base dialogística sustentadora de la imagen y la secuencia, sin necesidad de la verbalización acostumbrada en Hollywood cuando van a dar el sermón. Eso se agradece, como igual se precisan palmas para el realizador por su decisión de tomar en sus manos cuanto era un viejo proyecto de Steven Spielberg y para suerte nuestra el sensiblero cineasta no cristalizó.
Hay honestidad, sentido de la responsabilidad, temor ante el sinsentido capaz de aniquilar el proyecto de futuro y el espacio vital de toda una raza en los fotogramas surgidos del guion escrito por el propio Christopher junto a su hermano Jonathan durante prolongado período de seis años e inspirado en las teorías del cosmólogo Kip S. Thorne.
Filmada su película merced a toneladas de talento e imaginación, en Interestelar el autor de Origen (2010) configura otro escenario fantástico donde todo opera con arreglo a la bestial capacidad de este señor para concebir ideas que caen en cascada sobre otras y del tropel brotan universos de ensoñación creadora.
La proverbial habilidad como narrador de Nolan permite que el metraje discurra sin los presumibles socavones ritmáticos que pudieran haber lastrado un producto camino a las tres horas de duración, bajo otra dirección.
El director de Memento (2000) fundamenta una propuesta cinematográfica cuya densidad conceptual podría hacer ascos a algún tipo de receptor. Ahora bien, si el espectador asiente a compartir la construcción de sentidos propuesta por Nolan dentro de las capas narrativas de su polisémica e inquietante historia, se arrobará al placer de sucumbir ante este posible diagrama de nosotros mismos cuando estemos a punto de que nos quede nada y el polvo interestelar borre hasta las mismas fronteras de los días y las noches.
Es esta fantasía épica espacial una rara avis en el cine mainstream hoy, solo permisible -dada su rarísima condición de blockbuster de pensamiento- a creadores como Nolan. Es congoja, grito de alerta, una suerte de último SOS antes del patinazo final con el cual el firmante de El caballero oscuro (2008) se suma al concierto de pensadores contemporáneos que han reflexionado sobre los posibles destinos de la humanidad en la era del cambio climático.
Interestelar deja su trazo sobre el celuloide de la década con el paso seguro y trepidante de un dinosaurio que pareciera revivir en ese nuevo planeta donde los cosmonautas buscarán la continuidad de la vida: una vida que el propio hombre estaría a punto de hacer imposible en el universo de sus ancestros, en la patria de unos recuerdos que ahora tendrá que construir, desde cero, allende las galaxias y los universos conocidos.

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