viernes, 1 de enero de 2016

El desconocido: el capital y la bomba

Si en el drama norteamericano 99 homes (Ramin Bahrani, 2014), uno de los infelices desalojados de su casa a consecuencia de la iniquidad bancario-inmobiliaria inherente a la crisis económica de 2008 en los Estados Unidos arremetía a rifle limpio contra quienes pretendían sacarle la familia del hipotecado hogar, en el thriller español El desconocido (Dani de la Torre, 2015) el perjudicado de turno por los truhanes de cuello blanco encargados de resguardar y duplicar el capital de la clase explotadora coloca una bomba debajo del asiento del auto de quien, asegura, le robó su dinero. Si el hombre y sus dos hijos pequeños se levantan, el artefacto explota. Cuanto veremos a partir de aquí, durante hora y media - tiempo real, escenario casi único-, será, pues, el pugilateo verbal y psicológico, vía móvil, entre el secuestrador telefónico que exige la devolución de su plata y el director de sucursal bancaria conminado a hacerlo, so caso de perecer si no responde a las exigencias del expoliado devenido terrorista por obra de la desvergüenza ejecutiva.

Aunque a estas alturas del cine poco novedoso resulte ya lo de los 90 minutos dentro del automóvil (recordemos que, ya fuera en un ómnibus, un aeroplano, un tanque de guerra u otros coches, luego que Alfred Hitchcock rodase Náufragos, 1944, sobre aquel bote, durante los últimos años el recurso fue explotado por Jan de Bont en Velocidad, 1994; por Joel Schumacher en Última llamada, 2002; por David R. Ellis en Serpientes en el avión, 2006; por Samuel Maoz en Líbano, 2009; por Rodrigo Cortés en Enterrado, 2010 o por Steve Knigth en Locke, 2013) el ibérico De la Torre no luce nada mal en este thriller alucinante donde si bien no sigue a pies juntillas esa cuerda -sin perder de vista nunca al protagonista, también emplaza foco de forma vertiginosa en otros escenarios, a fin de airear la trama- se las agencia para que la mayor parte de la historia corra hacia/desde el interior de ese carro, fluida y sin deslaves dramáticos, con funcional alternancia de planos frontales y laterales del personaje central asumido mediante su eficacia habitual por Luis Tosar; más vistosos planos-secuencias, otros generales de la ciudad y movimientos circulares de cámara igual de bien incorporados, un sentido tan orgánico como pragmático del diálogo y la sostenibilidad permanente del ritmo.
Varios críticos españoles le han censurado al gallego De la Torre que se pase en las alusiones a la crisis económica y social de su país; sin embargo dicho apuntalamiento diegético en realidad resulta uno de los aportes del guion de Alberto Marini, al cual no solo le interesa remover el sistema endorfínico del espectador (la tarea se la echa al hombro a placer una puesta en escena que nada debe envidiarle en su tratamiento narrativo de la tensión al más destilado thriller estadounidense)- sino además su componente neuronal, activar los sensores del comprometimiento colectivo ante la total depredación verificada cuando el exceso de plusvalía muta en la abierta tropelía capaz de convertir a un Juan Pérez en un rebelde, con (mejor o peor llevada) causa. A cierto filósofo alemán, a Camus y quizá hasta a Kazan antes de convertirse en delator les hubiera gustado mirar un ratico este entretenido thriller de resonancias sociales. Al día de hoy ambos conceptos no tienen que ser necesariamente antitéticos y El desconocido lo demuestra, como del mismo modo lo hiciera la también española, y excelente, El Niño (Daniel Monzón, 2014).


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