miércoles, 23 de marzo de 2016

Cine cubano bueno y necesario



Bien dirigida y mejor escrita por Jorge Luis Sánchez, Cuba Libre (2015) sitúa el eje gravitacional del relato en los tiempos del inicio de la intromisión norteamericana en Cuba, a finales del siglo XIX, coyunda que continuaría, bajo distintos mantos, hasta el 31 de diciembre de 1958, a despecho de la dignidad pisoteada de un pueblo sometido a los designios del poder extranjero.

En la película, los bíblicamente nombrados Simón (Alejandro Guerrero) y Samuel (Christian Sánchez), dos niños afrocubanos, pura chispa y los más inteligentes del aula de esta escuela para los pequeños pobres perteneciente a la pro-española iglesia insular, representan pivote narrativo y resortes humanos esenciales sobre los cuales se despeñan los acontecimientos descritos. El realizador de El Benny (2006), cinéfilo impertérrito, conoce la pantalla tanto por dentro como por fuera, y sabe que en el celuloide han funcionado de lejos las historias con niños y adolescentes. Al cuadrilátero eterno Chaplin-Tarkovski-Truffaut-Tornatore (El chicuelo, La infancia de Iván, Los 400 golpes, Cinema Paradiso) el séptimo arte sumó innumerables exponentes a los cuales la cinematografía cubana agregaría Viva Cuba, Y sin embargo, Habanastation, Pablo, Conducta o la insuperable José Martí, el ojo del canario, verbigracia. Y Sánchez no queda mal parado en el reto de adentrarse en este territorio.
 Cuando Simón y Samuel advierten, bajo la puerta del aula —en esa mirada de complicidad filial, pese a las diferencias entre ambos— la señal ruidosa de cuanto se avecina, están sembrando una imagen y un concepto inéditos en el cine cubano de ficción, por vez primera centrado en la ocupación yanqui en la Isla cual resultado de la llamada guerra hispano-cubano-norteamericana y el Tratado de París (en otras palabras, por meterse en el conflicto cuando ya los españoles tenían perdida la guerra contra nuestros mambises, en pie de lucha a través de treinta años, idos completamente por el caño a gloria gringa).
 La configuración caracterológica de los dos chiquillos representa uno de los aciertos más sobresalientes del filme. Son pequeños en el colimador de turbulenta etapa de la nación, blancos de una situación que los supera y no comprenden cabalmente. Hay en ellos miedo, dolor, frustración; también la imborrable alegría infantil, el candor de esa inocencia tendente a evaporarse pero aún con vida, e igual la pizca de pragmatismo que los ayuda a sobrevivir dentro del intraducible contexto social. Son el reflejo en pequeño de un pueblo a la deriva, burlado en sus propósitos y sin, a ciencia cierta, un palo al cual asirse. El mismo sujeto sociológico que Julio Antonio Mella deconstruyó en su irrenunciable ensayo Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre (1924).
 Aconsejaría al espectador apreciar Cuba Libre en tanda doble con el díptico Wake (John Gianvito, 2015), en torno a la estela devastadora del imperialismo norteamericano en Filipinas como recompensa de la misma guerra hispano- cubano-americana, donde la potencia del norte también se sirvió de postre el pastel de Puerto Rico. Pese a que el filme cubano no posee, ni resulta su objeto, el grado de exhaustividad de un documental —casi imposible para una pieza de ficción incorporar toda la dimensión factual de los hechos históricos—, el guion de Sánchez captura en tan pertinentes como precisos trazos cuanto significó la llegada del Ejército Norteamericano a Cuba, en tanto expresión concreta, por un lado, del sueño acariciado por décadas en Washington, y por el otro, de la pérdida de la ilusión colectiva de los nacionales en la posibilidad de la victoria final y el truncado proyecto de futuro propio.
 El suicidio de José María —el coronel mambí padre de Simón—, al ver timados a los suyos por los ocupantes y la posterior cobertura de su ataúd con la bandera extranjera; la angustia de Samuel tras saberse objeto de la mentira por parte de unos usurpadores que solo lo usaron en su momento y luego lo echaron al lado; la “norteamericanización” del teniente coronel del Ejército cubano, Lamberto, devenido alcalde entreguista, u otras son plausibles concreciones fílmicas de sucesos acaecidos no solo a escala micro, sino bastante comunes al calor de las circunstancias históricas aquí aludidas.
Con precaución martiana, Cuba Libre dice, bien audible: nadie espere algo bueno, sano y sin interés, del monstruo, sea cual sea la expresión adoptada en pos de sus intenciones.
El largometraje, producción íntegra del ICAIC con el apoyo del Fondo Cubano de Bienes Culturales, se adentra en el económicamente poco redituable en el tercer mundo cine histórico y de época, donde sin embargo Cuba exhibe áurea aunque escasa trayectoria, siempre facturados sus opus magnus antes del cisma del período especial, desde la germinal El joven rebelde (Julio García Espinosa, 1961), pasando por Lucía (Humberto Solás, 1968), La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, 1969), El hombre de Maisinicú (Manuel Pérez, 1973) y La última cena (Tomás Gutiérrez Alea, 1977) hasta Un hombre de éxito (Humberto Solás, 1986). De igual forma se incluyen par de bodrios como Che (Miguel Torres, 1997) y Camino al Edén (Daniel Díaz Torres, 2007) y películas mediocres, Baraguá (José Massip, 1985)... En el épico cada plano cuesta dinero. Y no todo luce bien en Cuba Libre, la verdad sea dicha. El acorazado Maine destruido en los fotogramas del comienzo remite a aquellos decorados cartón piedra del cine de romanos de los años 50-60; casi peor que los aviones de Kangamba. La ambientación de época y la dirección de arte en sentido integral son eficaces, si bien los desplazamientos de uniformados y las escenas de masas en general precisaban mayor compactación, uniformidad, verosimilitud, menos “sensación de extras” de los hambrientos en harapos.
Ya algo no imputable al financiamiento, el casting pudo haber sido mejor (el caso del general español encarnado por Serafín García, el más evidente) y la dirección de actores no resulta todo lo orgánica que hubiese sido aconsejable, al evidenciarse desbalances. Las palmas para el niño Alejandro Guerrero por su asunción de Simón. Es un verdadero descubrimiento de la pantalla nacional.
Hay varios guiños de actualidad encomiables en Cuba Libre, y no me refiero al muy explotado por la prensa del 17 D y el inicio del proceso de normalización de las relaciones con EUA. Tienen otro carácter más íntimo, más sutil, más autoral. Por intermedio de la anticarmeliana maestra, interpretada por Isabel Santos, el director y guionista no solo nos quita un poco de la melaza docente dejada por el melodrama de Ernesto Daranas, sino además nos lanza lúdricos aunque no por ello menos hirientes baños de actualidad (la actitud de la profesora, variable en consonancia con la magnitud del regalo de los chiquillos), al tiempo que recuerda, en ángulo diferente y salvando las distancias con la posición de Doña Alfonsa, los lazos irrenunciables entre el magisterio y la ideología. Por conducto de la mayoritaria presencia de los buffalo soldiers (soldados negros) en las fuerzas interventoras, pone el acento en cómo localizan su carne de cañón, entonces y ahora, los ejércitos del imperio. Por la vía de la respuesta del bodeguero: “por cuuuuuuuuulpa del bloqueo americano, hace más de un mes que no entra una libra de harina de trigo”, ante el pueblo enardecido que le inquiere porque subió el precio del pan de ocho a diez centavos, no solo alude a nuestra sempiterna excusa para todos los males (de hecho el bloqueo yanqui sí es una causa, y grande, pero no la única, por supuesto, porque también hay demasiado bloqueo interno), sino a cómo quienes dictan los gravámenes en Cuba se agarran a lo primero que encuentran para justificar sus desmanes. De eso bien puede dar cuenta el ejército privado nacional vinculado a la agricultura hoy día. Por el personaje del soldado estadounidense Freddy y su interés por llevarse al Simón hijo del jefe mambí a su país, con la anuencia del pequeño y la reticencia del padre, se está apuntando no solo a la invariable “política de secadora” de la nación de arriba para con nosotros, sino de igual modo a la disparidad de criterios existente, en ocasiones y no de modo generalizado, entre las distintas generaciones de cubanos, debido a múltiples condicionantes y la económica en primer grado.
 Esta película dedicada por Jorge Luis a su bisabuelo Simeón Armenteros Calvo, coronel del Ejército Libertador, no solo es honesta, lúcida, digna y aportadora dentro de un audiovisual precisado de incrementar la presencia del género histórico en el cine de acción real en la animación tuvimos los Elpidios, pero igual hace falta. Del mismo modo, constituye una obra artística muy útil de apreciar por los jóvenes espectadores, quienes tienen aquí, de forma entretenida, empática, sin panfletos ni didactismos (baza del filme es no sobrepasarse en explicaciones ni subrayados, no obstante tenerlos) a nuestra historia en canal, abierta como tan grande, bella, triste y aleccionadora ha sido, para que quienes tengan ojos, vean; y para quienes tengan oído, oigan.

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