lunes, 18 de abril de 2016

Aquí mando yo: vindicación de la telebasura




La idea de partida de Aquí mando yo (Atresmedia, 2016) parecía interesante, mirándola desde el papel: meterse con la cámara en la casa de distintos espectadores para observar sus reacciones ante la emisión de distintos programas televisivos. O sea, una suerte de reality de presunta vocación sociológica sobre las costumbres caseras que marcan el rating, el tan manipulado e impuesto rating. Pero todo sabe a artificio y montaje barato en este programita, al menos en el primero de estos espacios.

Primero, la selección de las personas con arreglo al entendido de lo políticamente correcto, que a la larga solo indica condescendencia y no aquiescencia: la familia ortodoxa, los gay, las amigas, los amigotes, las abuelitas, las diferentes comunidades étnicas… Unos tienen LED, otros aun a esta altura del siglo un viejo JVC catódico de los ´90, como para que se vean representadas todas las bases sociales y veamos la calidad “inclusivista” de los auspiciantes.
Segundo, y lo más importante, ¿qué ven tales personas? Pues simple y llanamente la telebasura que le interesa promocionar a la cadena (la que más plata da por concepto de publicidad, se entiende): realities que son la copia de la copia de la copia del anterior, en los cuales cunde el morbo y la exaltación de los más negativos antivalores de la especie.
Estoy seguro que, si bien tales bazofias marcan audiencia allí como en el resto del mundo, no resumen los gustos y preferencias del vasto diapasón cultural del receptor español. Pero eso, por supuesto, no es lo que le interesa divulgar a los gestores del espacio.
Aquí mando yo resulta el intento grosero, publicitario, trailero y supra-medio de vindicar su propuesta e intentar hacer pasar el mundo la mentira colada de que, fukuyamistamente, ya no hay más historia en la televisión. La telebasura es el fin de la historia, corolario, summun de las apetencias de una platea hogareña cuya anuencia borreguil, en realidad, ha sido bestialmente condicionada a través de los años. Ya no les basta ni con eso; ahora lo quieren santificar mediante esta loa, carente del más mínimo cuestionamiento ético a nada.

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