Sangre de Sami (2016),
debut de la realizadora Amanda Kernel con coproducción de Suecia, Noruega y
Dinamarca, resulta una película triste, bien triste, como todos los relatos sobre
seres humanos incapaces de aceptar cuánto son, qué representan y las raíces de
las cuales son portadoras.
Elle-Marja
(Lene Cecilia Sparrok, formidable en su composición) es una adolescente del
pueblo Sami, personas que en Laponia, al extremo norte de Escandinavia, se han
dedicado ancestralmente a la crianza de renos, en pleno contacto con la
naturaleza y una vida semi nómada. Los Sami fueron y son discriminados en la “paradisíaca”
Suecia, tanto por los propios lapones como por los suecos, hecho bien graficado
en la película. Parte de sus tierras originarias resultaron usurpadas por los
gobiernos de Estocolmo y Oslo, elemento este no introducido.
La
chiquilla se apropia de los mismos recursos retóricos excluyentes de los “arios”
(el cerebro “pequeño” de los Sami para labores intelectuales e imposibilidad
derivada para realizar estudios superiores y vivir en las urbes, su baja
estatura, “malos” olores…) en pos de renunciar a su nombre -se lo cambia a
Christina-, su familia y su comunidad, con la cual no se reconoce.
Eso
no la hace un ser humano malo; sino perdido, encandilado por un modo de vida
que en su entorno no podría materializar jamás, presa del desarraigo (toda la
vida, no solo de adolescente) y deseoso por integrarse a una sociedad que, eso
sí, desprecia al diferente y de cuyo seno y valores ella se hace partícipe, aun
cuando haya sido por la causa de forjarse un futuro.
Su
lucha por acomodarse en el contexto que la atrae -más allá de sus connotaciones
de valor, variables según las diferentes ópticas de recepción-, es épica,
tesonera, precisada del extraordinario valor que acompaña a esta adolescente,
quien apenas una niña y recién llegada a la ciudad, en los años ´30 del pasado
siglo, se entrega a un joven burgués, con el inocente fin de permanecer en su
casa.
Huelga
decirse que tal objetivo será coartado por la racista familia del muchacho:
réplica en miniatura de un país que alfabetizaba en sueco a los Sami hasta
terminar la escuela primaria (donde eran objeto de experimentos
pseudocientíficos y humillaciones reflejadas en el filme), con el propósito de
que luego retornasen al pastoreo.
Toda
la existencia del personaje central será una mascarada cuyos orígenes evoca, en
largo flash back de casi hora y media, insertado al retornar, octogenaria, a
los parajes nativos de su pueblo Sami, tras la muerte de su hermana Njenna. La nota
postrera del largometraje da cuenta, de forma certera, de esa suerte de auto
engañifa que ella decidió vivir. Le pide perdón, en el ataúd, al familiar que
relegó y ofendió. A continuación, esa mirada final nostálgica, de recriminación
interior y solicitud telúrica y espiritual de redención, a la tierra donde
nació (plano conmovedor), clausura con suma elocuencia este filme.
¿Se podrá ver en Argentina?¿Cuando? Gracias.
ResponderEliminarCristina Pailos