jueves, 6 de agosto de 2020

Eficaz sátira política de Luis Estada

El notable director Luis Estrada, entre las personalidades del cine nacional más interesadas en rastrear los entresijos políticos del México contemporáneo, ha constituido una obra abocada a exponer los males que asolan su país; de forma específica, la corrupción institucional. Esa capaz de permitir o favorecer el crimen, el narcotráfico, la extorsión, los fraudes electorales...

 

Desde La ley de Herodes (1999) hasta La dictadura perfecta (2014) para el cineasta mexicano ha estado claro que los hilos del retablo nacional son movidos desde sórdidas poltronas, en contubernio con capitales e instrumentos disímiles asociados al poder. Nada nuevo, sino la veterana realidad del continente; pero algo que él traduce como pocos al lenguaje del cine de ficción.

 

Uno de esos mencionados instrumentos hoy día resultan los medios de comunicación, foco de interés de La dictadura perfecta: fruitiva sátira política en torno a la alianza televisión-política y el empleo de ese medio, a la fecha del relato transmutado en amo casi total de las circunstancias, para domeñar las voluntades de los receptores sobre la base de construcciones tendenciosas que posicionan favorablemente a los candidatos partidistas en posibilidad de de pagar dicha faena.

 

El Juan Vargas de La ley de Herodes, dados los tiempos en los cuales se ambientaba aquel guion, no tenía a su servicio con esa fuerza más al imperio de una imagen que destruye y rehace, mitifica y re-significa; pero sí lo posee en cambio su continuidad natural, el Carmelo Vargas de La dictadura perfecta, también político y del mismo Partido Revolucionario Institucional (PRI). Un personaje tan intelectualmente nulo como su predecesor, pero con la inteligencia emocional y los billetes sucios necesarios para, de la mano de la cámara sobornada y su cháchara de encantador de sonámbulos, avanzar en su escalada al poder, hasta obtener la mismísima presidencia de la República.

 

El aporte fundamental de La dictadura perfecta (el filme toma su nombre del concepto homónimo del escritor Mario Vargas Llosa para calificar el sistema político del PRI) estriba en la analogía articulada entre la telenovela televisiva que ve Carmelo Vargas en su despacho, la telenovela social de un país embalsamado y la telenovela reporteril montada en el canal comprado para auparlo hasta Los Pinos. Todo irremisiblemente coligado. Todo tan ridículo, pero tan real.

 

El trío Luis Estrada/Jaime Sampietro/Damián Alcázar (los dos últimos el guionista y el actor protagónico fetiches del director) ha vuelto a entregar una película que halla su venero argumental en la más cruda realidad local -y latinoamericana por extensión-, llena de energía narrativa, sin grandes pérdidas de ritmo no obstante su demasiado extensa duración y jalonada por las descargas de hilaridad de ese torrente de la actuación llamado Damián Alcázar en la piel del Carmelo Vargas personaje central.

 

Lancinante pese a sus dosis de humorada, apreciar esta película supone una experiencia tan dolorosa como el anterior trabajo del realizador, El infierno (2010), largometraje que constataba cómo la corrupción total y el irrespeto absoluto a la vida humana mutaron la faz de una nación que vive en duelo permanente la muerte de sus hijos.

 

Eso sí, ya a Estrada le convendría variar temas y, sobre todo, tonos, de cara a próximos trabajos. De modo personal, considero que esa suerte de trilogía no declarada que ensartan La ley de Herodes, Un mundo maravilloso (de 2006 y, de todas, la menos convincente) y La dictadura perfecta han dicho cuanto tenían que decir, bien; aunque sobre bemoles, discursos, sensibilidades y matices tonales bastante semejantes.

 

También le ayudaría al cineasta, en el futuro, ser algo menos reiterativo y tender menos al subrayado (la boda del presidente Vargas y la protagonista de la telenovela en La dictadura… remachan el mensaje hasta lo cansino e inutilizan, por consiguiente, algo de su fuerza).

 

Estrada cuenta con el talento y la escuela para narrar y conducir una película de manera acertada; quizá un cambio de aire temático-formal sería lo mejor que le podría ocurrir ahora mismo.   

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