martes, 29 de marzo de 2022

Oscar 2022 para CODA, otro disparate histórico

 


Típico de un universo comunicacional más enfocado en las hojarascas colaterales que en el tema de fondo, la más reciente edición de los Premios Oscar pasará a la historia por el bofetón de Will Smith a Chris Rock y no por cuanto debería pasar: por la muy lamentable miopía de los académicos a la hora de premiar la categoría principal de Mejor Película, regalada a la intrascendente CODA.

 

El poder del perro, El callejón de las almas perdidas, Drive my Car, No mires arriba, West Side Story, Licorizze Pizza, Belfast, Dune y El método Williams, los otros nueve largometrajes presentes en competición dentro del mismo apartado eran superiores, todos sin excepción, al filme objeto del lauro. Los tres primeros de la lista, formidables actos de cine, infinitamente superiores en cada uno de los planos artísticos por los cuales resulta medible algo que no debería serlo como el arte fílmico.

 

¿Qué es CODA y qué saldo nos dejará? Estamos frente a un modestísimo e insulso ejercicio de “feel good movie” o película para hacernos sentir bien, de buen rollo, buena onda…, muy a cuento con los tonos y temas dables para gratificar en los tiempos de una pandemia tan grande como el coronavirus en la inefable tierra del norte: lo políticamente correcto.

 

Además del pecado capital de relegar lo artístico por razones coyunturales o tendencias anímicas de estación, algo igualmente doloroso radica, a mi modo de ver, en la falsedad de los “nobles sentimientos” que operan en los miembros de la Academia y el resto de los elementos que orbitan en esta ignota e ignara constelación llamada Hollywood. Podré pecar de escéptico o pesimista, pero mucho me temo que a quienes premian no les interesan tanto las historias de niñas pobres en el seno de familias discapacitadas pertenecientes a minorías que cumplen sus sueños, como aparentarlo. Los tiempos vividos en la actualidad en ese reino de la hipocresía social que es los Estados Unidos, además, más que inducir, les obligan a tales apócrifos desbordes de “magnanimidad” y “visión inclusiva”.

 

Los Oscar son célebres por sus malas decisiones, pero el nuevo disparate histórico del 27 de marzo no tiene comparación en largos años. Se ha recompensado a un cadáver exquisito compuesto de antiquísimos retales trabajados en el cine comercial, variante melodrama teen, por décadas; se ha conferido un injustificable espaldarazo a una peliculita que ya mañana estará olvidada, cine arcaico que apela a las emociones primarias, a los lacrimales.

 

Aunque pretenda sembrar la idea de que aborda disimilitud de temas de relieve social, en realidad CODA solo se limita a fingirlo. Sus presumibles infantiles cuestionamientos sistémicos se neutralizan por las primeras líneas abiertas en el relato y luego quedan elididos a través del camino a ese epílogo almibarado, tan de fórmula.

 

Me pongo en la piel, al escribir estas líneas imposibles de aguantar, de grandes autores del cine contemporáneo como la neozelandesa Jane Campion, el mexicano Guillermo del Toro, el norteamericano Paul Thomas Anderson o el japonés Ryûsuke Hamaguchi (al menos este alcanzó el Oscar a la Mejor Película Extranjera por su Drive my Car), olvidados de forma ignominiosa en la ceremonia, pienso en la estatuilla que en cualquiera de los casos les fue escabullida y me siento presa de la misma desazón y asombro que ellos deben sobrellevar en estos días.

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