lunes, 17 de junio de 2013

El gagueo del rey

Como sospechaba este comentarista muchas semanas antes de la premiación, Winter´s bone, la película más “independiente” -si bien el término a la fecha es ya cuando menos ambiguo y contiene varias subcapas de análisis que no vienen a cuento destripar ahora- no iba a llevarse ni las gracias en la edición del Oscar de 2011. Lesa injusticia, no poseía rival entre las diez nominadas, pero como el año pasado le otorgaron la estatuilla a ese paradigma del “nuevo cine bélico imperialista de corte intelectual” titulado The hurt locker, también clasificado como “indie” (y con el cual, por cierto, soltaron la baba hasta críticos del planeta considerados de izquierda), resultaba del todo imposible el doblete.

Desde inicios de 2011, e incluso antes, el veredicto estaba cantado. Ningún tanque, ni siquiera la por muchos preferida La red social, podría contra la película defendida por esos extraordinarios promotores naturales que son los hermanos Weinstein. El tío con tinte de oro iría a manos de El discurso del rey (The King´s Speech), una de las “presidenciables”; o sea, el tipo de películas hechas al molde y gusto de la Academia. Tanto que los miembros del “selecto” comité le concedieron otros tres espaldarazos: el de dirección para Tom Hooper; el de guión original para David Seidler y el de mejor actuación protagónica a Colin Firth: cuarteta envidiadísima que nadie acaparaba desde El silencio de los corderos, casi dos décadas atrás. 
Este es un largometraje (reestrenado ahora en Cuba) que se podría mostrar en las escuelas de cine como representativo de un modelo de practicar tal expresión audiovisual desde los conceptos más ortodoxos e inmutables de lo académico. Aherrojado bajo los fórceps de la convención, sujeto a una estructura rígida que no le permite airear la trama en momento alguno, el filme pertenece a otra época (aunque por desgracia su “estilo” ha sido y seguirá observándose hasta el hartazgo por norteamericanos o británicos, no quepa duda a nadie) y no a la franja de la pantalla interesada en explorar nuevos perímetros narrativos, en escrutar con linternas de espeleología psicológica los entresijos a veces insondables del alma humana, en movilizar las dinámicas expresivas del montaje o el hecho total cinematográfico.
La coproducción anglo-norteamericano-australiana dirigida por Hooper (Damned United, Red Dust y varias teleseries) bebe de tres manantiales, donde le obsesiona abrevar al gran cine comercial anglosajón: la biografía ejemplar, el relato de crecimiento humano o fábula de superación y el cuadro del discapacitado genial a lo Rain Man, Forrest Gump, I am Sam, et al. Al verla también merodeaban por mi mente los fantasmas de múltiples piezas, metidos sin vacilar en su eje maestro, desde Shakespeare apasionado hasta Ray, desde Shine, Mi pie izquierdo o Una mente brillante hasta La joven Victoria o Slumdog millonaire… O de varias teleseries de la HBO y la BBC en torno a la realeza british. De la ochentera Paseando a Miss Daysi, of course ¿no recuerdan la relación arcangélica del chofer y la señora? Si no lo hacen, no se preocupen, pues ni aquella ni El discurso del rey traspasarán los umbrales del mañana.
La conocida vicisitud fonética del monarca tartamudo Jorge VI (Colin Firth en El discurso…), quien gagueaba y fue enseñado a articular panfletadas completas por un autodecretado logopeda maravilloso de la tierra de los canguros, estaba que ni pintada para continuar el mutuo romance hollywoodino-londinense de alabanzas a la monarquía de Albión. Tal devoción la manifiestan de forma recurrente en sus apuestas o predilecciones, donde siempre sale muy bien parado el reino de sus majestades del archipiélago europeo. Algo de amor les queda a los norteños de las Trece Colonias -sobre todos a quienes integran la Academia- por la metrópoli, un imperio tan sanguinario a lo largo de la historia como lo es el estadounidense ahora, asunto del cual aquí no se hace ni siquiera somera alusión, por supuesto. Como tampoco, cual significara Christopher Hitchens en su ensayo Churchill no dijo eso, Radar, 6/2/11, de cierta vinculación del monarca, padre de la actual reina de Inglaterra, y su hermano mayor David (Eduardo VIII) con el fascismo.
Para que Bertie -como le decían en casa al duque de York antes de convertirse en ese soberano de no demasiadas luces nombrado Jorgito Sexto-, llegue al clímax de su autorrealización personal al pronunciar la histórica declaración de guerra a Alemania durante la II Guerra Mundial, merced en grado sumo a la labor de su insistente terapeuta-psicólogo Lionel Logue (Geoffrey Rush), hay que soportar dos alargadísimas horas de cine predecible, fosilizado, de qualité. Políticamente correcto e interesado en remarcar los “valores” occidentales y ese gran timo sobre el cual se levantó la cultura gringa de que “todo el mundo puede llegar a conseguir lo que quiere”. Cuando las generaciones futuras visionen películas semejantes se reirán de cuanta estulticia motivacional fue filmada en este mundo. O, a lo peor, no. Como vamos hoy, de cierto no lo sé.
Está claro que El discurso del rey tampoco es un desastre. Según los raseros de lo que se entiende como una puesta en escena correcta, constituye un filme solvente, pese a la grandilocuencia y alambicamiento de varios ángulos de la funcional fotografía de Danny Cohen, con mucho plano y contraplano. Sería como aprobar un examen de tránsito sin haber pisado un auto que una cinta de tal moldura no contase con una precisa reconstrucción epocal, en tanto tarea ineludible del diseño de producción (cada aspecto de este último ítem resulta de veras exquisito, si bien no porta este exponente la fastuosidad de otros “de época”).
Y sí, cómo no, el dúctil actor británico Colin Firth y su colega australiano Geoffrey Rush, dos histriones de primera fila de la industria fílmica de habla inglesa, componen con maestría sus respectivos roles, de cuya interacción emana algún chorrillo humorístico que baña ciertos diálogos y descondensa un tanto el ditirámbico filme. “La representación de Firth es un tour de force del lenguaje corporal concentrado en los ojos y la boca. Incluso cuando su voz y expresión cambia de soberbia, a un tono desafiante o a desesperación, Firth se esfuerza por mantener una actitud noble", apreció un crítico de The New York Times.
Sin degradar un átomo el trabajo de Colin, sucede que a su contra cuenta con que ya son demasiados cojos, gagos, tontos, autistas o ciegos que se superan y se superan hasta el infinito y más allá en la pantalla occidental. Está bien para Buzz Ligthyear, pero caramba, sinceramente el tema aturde por lo reiterativo. Si en realidad hubiese una pizca de seriedad en la Academia, al intérprete debieron haberle concedido el Oscar por su profesor de literatura gay de A single man en 2010; no ahora. Su recompensa actual no se trata tanto de un premio, como del pase de mano académico al discapacitado fílmico de turno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...