lunes, 24 de junio de 2013

Los hombres de la compañía: el pinchazo a la burbuja americana


“La política es la sombra que la gran empresa proyecta sobre la sociedad” confirmó con razón ese relevante filósofo social estadounidense llamado John Dewey. La gran empresa empantanó a la economía norteamericana en 2008 y la política del gobierno y de las corporaciones que lo dirigen consistió en echar a la calle a decenas de miles de trabajadores, con el consiguiente incremento exponencial del grado de pesimismo en gran parte de dicha sociedad. Crack solo comparable al de 1929, este trajo consigo el conocido cuadro oneroso de los bancos hundidos y luego salvados por San Obama, hipotecas subprime, casas abandonadas, ciudades fantasmas, centros comerciales clausurados…

El cine EUA, cobarde y financiado por entes a los cuales no les conviene cuestionar el estancamiento que en todos los órdenes sufre ese país hoy día, no ha podido aprovechar un caldo de cultivo tan fabuloso para emprender la realización de un grupo de filmes político-sociales que documenten de cara a la posteridad el gran engaño, la tremenda traición de los titanes de Wall Street y la Casa Blanca a su pueblo antes, en medio y luego de la crisis financiera.
No obstante, un puñadito de filmes intentaron, con nobles aunque limitadas intenciones, graficar determinados ángulos de la situación, directa o tangencialmente. Amén de observar cuánto contribuye el agobio de dicho socavón económico a la mutación de paradigmas socio-culturales y valores espirituales de la familia y la sociedad norteamericana en su conjunto. Sobresalen dos en el terreno del documental: Inside Job (Michael Ferguson, 2010) y el mucho más históricamente abarcador Capitalismo, una historia de amor (Michael Moore, 2009). En el campo de la ficción cabría anotarse la presencia de las desiguales pero en todo caso interesantes Up in the air (Jason Reitman, 2009); The Joneses (Derrick Borte, 2009) y Los hombres de la compañía (The Company Men, David Wells, 2010).
Lo primero es lo primero. Los hombres de la compañía en ningún momento cuestiona, en tanto aparato, al sistema económico capitalista, ni propone una configuración alternativa del status quo imperante en Norteamérica desde 1786. Así y todo, teniendo en cuenta su procedencia, constituye una película valiente que expone con claridad en su discurso el trastorno provocado por el estallido en la clase media alta de la nación. Sí, ok, no enfoca el tema en los tantísimos obreros despedidos, mas no debe verse como desacierto el territorio en el cual centra su atención. Está diciendo que la crisis, en determinados casos, no llegó a entender ni con altos cargos de compañías, quienes llevaban décadas erigiéndolas y convirtiéndolas en exitosas, cual ejemplifica mediante el personaje de Phil Woodward (Chris Cooper), quien a los 60 años no puede remontar nuevos caminos, ni desea teñirse el pelo y comenzar de cero. Depresión, alcohol y sucidio: en tal orden atraviesa el hombre los tres pasos conocidos por miles de estadounidenses a través de estos tres años.
Boston, la actualidad. Una compañía naviera quiebra por la recesión. Echan a tres mil trabajadores de sus astilleros, pero la sangría demanda más personas. Fuera de la impiadosa GTX irán primero Bobby Walker (Ben Affleck), luego el mencionado Woodward y más tarde hasta el mismísimo gerifalte Gene McClary (Tommy Lee Jones). Gene intentó, a pecho limpio, impedir el despido de su gente. Se trata de uno de los resortes doblones activados por el guionista/director Wells para suavizar los disparos a discreción de su obra. McClary, un buenazo, pone en peligro su millonario empleo. Discrepa del jefe supremo, lo avergüenza en público. Nada que ver con la vida real.
Él y Walker son los personajes principales. El segundo deberá carenar, momentáneamente, en la construcción junto a un familiar. Perder su mansión en los suburbios, el carro del año, la alberca y hasta las comodidades tecnológicas del hijo. Aunque él y Woodward, rumbo al desenlace, lograrán encarrilarse y continuar poniendo el despertador para dormir otro pedacito del Sueño Americano. Dicha clausura representa la otra gran ingenuidad de un realizador con notable experiencia en el medio televisivo, pero que en la pantalla grande no logra ni terminar bien su película, ni soldar ciertas matrices diegéticas ni establecer un continuo narrativo acorde con el ritmo del cual la escuela norteamericana resulta modélica.
Su Los hombres de la compañía destaca, ante todo, por las notabilísimas composiciones actorales de Tommy Lee Jones y ese siempre atinado secundario que es Chris Cooper. Affleck, mejor director que actor si nos olvidamos de su metralleta antipersa Argo, pone su habitual cara de carnero degollado, aunque ahora luce mejor que en otros desempeños anteriores. Valor añadido del filme es su análisis del mecanismo de apariencias sobre el cual rueda el carro familiar en dicha sociedad (debo siempre parecer aunque no lo sea). El propio Walker se lo dice a la esposa, si no juega golf parecerá un perdedor desempleado. También posee diálogos muy elocuentes. Por ejemplo, una empleada de GTX le pregunta a su jefe que les dirá a sus hijos cuando continúe llegando a casa después de las seis de la tarde, al incrementársele su contenido laboral. El hombre se limita a responder: “Que tienes suerte de poder conservar tu trabajo”.

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