lunes, 23 de junio de 2014

Desde cero, y en el fin del mundo


Ver lo remoto cual túnel de escape ante la adversidad es algo que está encostrado a los genes de la especie desde su fase ancestral. Las constantes huidas de personas hacia sitios extraños tuvieron muchas veces origen, a lo largo de la historia de la humanidad, en el miedo ante el peligro inminente. Este sentimiento primigenio es el que motiva el desplazamiento hacia Kenya de la familia judía alemana de los Redlich en 1938, antes del exterminio nazi a los de su raza. La pareja de Walter y Jettel Redlich junto a su hija Regina, personajes centrales de En ningún lugar de África (Nirgendwo in Africa) deben replantearse modos de obrar y pensar ante su choque con cultura y condiciones de vida diferentes. El quiebre del particular orden de las cosas de los dos esposos motiva que lo que en principio pudiera haber parecido una estructura con vocación de monolito se esquirle, mucho a causa del cambio abrupto, aunque debido un poco también a que -como le dice el padre de Walter a Jettel antes de partir: “En el matrimonio a veces uno ama más que el otro, y ese otro siempre será más vulnerable. Mi hijo te ama mucho”. La frivolidad de Jettel, su debilidad y pragmatismo eventuales marcarán grietas en la piel de una unión que Walter, defectos personales a un lado, hará lo imposible por preservar.

Caroline Link, la directora y guionista del filme, le concede valor especial dentro del relato al sondeo psicológico de sus protagonistas, a cada meandro sobre el cual discurre esta relación de pareja y su proyección sobre la hija. Con ello, la astuta realizadora -quien ya dio muestras de saber hacer cosa semejante en  Más allá del silencio y Annaluise y Antón, sus dos anteriores largometrajes- , consigue que su película no se diluya en el habitual planteamiento de la narración clasicista del cine norteamericano sobre el tema, a la manera de Soñé con África, de Hugh Hudson, con cuya línea de expresión su filme ciertamente se emparenta bastante en el método constructivo. Lo que hace entonces la Link es fusionar de manera orgánica el discurso estructural hollywoodense con la propensión introspectiva en el estudio de personajes típica del cine europeo, consiguiendo una película que no sangra por tal mixtura y antes bien se legitima en ella. En ningún lugar de África viene a ser pues una de esas pocas cintas a las cuales les queda bien su propuesta de integración de estilos, no resultando nada extraño por consiguiente que recibiera el Oscar de 2002 a la Mejor Película Extranjera por voluntad de la conservadora Academia, pero también 5 premios Lola en Alemania. Aunque, sea dicho claro, le asegura más su trascendencia la parte europea del enfoque, porque no se abstiene de continuar observando elementos morfológico-argumentales ya muy trabajados a esta altura por los estadounidenses: el nativo Owuor, la relación afectiva de la familia con el buen salvaje, el cierre de reconciliación y embarazo...,añadidos a a la partitura academicista, el registro gráfico con el Síndrome del National Geographic... 
Link, proveniente de la prestigiosa Escuela de Munich y contada entre las promesas de la nueva generación de directores germanos de inicios de siglo, consiguió con su adaptación de la novela autobiográfica de Stefanie Zweig un interesante filme que más que de la guerra, habla con objetividad, sinceridad y tino, despojado de sensiblería, de algunos de sus posibles efectos colaterales como el éxodo, el rompimiento de vínculos afectivos, las duras experiencias de aprendizaje en condiciones de existencia extrañas. De oportuna visión dados los tiempos que corren.

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