martes, 24 de junio de 2014

Incontenido mapa sentimental de Olivier Assayas


Olivier Assayas, el mismo que hace casi cuatro décadas fuera entrevisto por la revista Cahiers du Cinema -de la cual fue uno de sus críticos más polémicos- como uno de los cineastas a tener en cuenta al inicio del tercer milenio, luego de la por casi todos elogiada Finales de agosto, principios de septiembre, se apareció  en el 2000 en Cannes con su Los destinos sentimentales, amodorrante película parcialmente lograda. Es esta una ambiciosa obra sobre el paso del tiempo y su reflejo en una pareja vinculada al incipiente desarrollo industrial de la Francia de las décadas iniciales del pasado siglo. El filme descuella por su portentosa descripción y reconstrucción de época, su pulcritud técnica, fotografía e iluminación y, sobre todo, por las poderosas composiciones de los personajes centrales por Charles Berling y Enmanuele Béart. Empero, resulta sobremanera lastrado por su decisión indeclinable de nunca acabar, que lo hace, en sus tres prolongadísimas horas en tempo de cine francés, ser ora bamboleante, ora tautológico, ora redundante.
Los destinos sentimentales (Les destinées sentimentales), de haber contado con un guión más atildado y un montaje más cauteloso, hubiera sido una interesante pieza sobre la incidencia en la pareja de los años con toda su carga de factores externos atentatorios de la estabilidad en la unión: conflictos laborales, estallidos bélicos, enfermedades, quiebras financieras, enfermedades, infidelidades...

Sin embargo, a pesar de su abotargante metraje, consigue inyectar a su tejido dramático una sutil veta nostálgica que la levanta mucho en las postrimerías, decididamente la zona más conseguida del filme. Hay mucho aquí  de la vida y sus cosas más caras: la unión entre dos seres; el acompasamiento espiritual en que las vueltas del calendario meten a dos; el desvelado total de dos almas que contribuye mucho al ahorro de palabras y a la telepatía espiritual.  No importa que a ese estado se llegue ya sin verdadero amor, y esté revestido más bien de afecto que de romance.  Bastante de amor debió haber antes, para siquiera arribar, entre dos, a ese momento.
Este cuadro familiar (con, por etapas, visos viscontianos), basado en la novela homónima de Jacques Chardonne, está provisto de un delineado estudio de personajes, que se manejaron en el papel y fueron defendidos por sus intérpretes con fuerte convicción, que coadyuva asimismo a la defensa de un cuerpo fílmico ambivalente: trazos maestros en medio de un lienzo difuminado por su irrefrenable desdén por la contención.

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