domingo, 24 de agosto de 2014

A Omega 3 le faltan flavonoides, fibra, sazón y ángel cinematográfico


Hace bastante, cuando todavía faltaban años para surgir piezas cinematográficas como Molina´s Solarix (Jorge Molina, 2006), Juan de los muertos (Alejandro Brugués, 2011) o Los desastres de la guerra (Tomás Piard, 2012) publiqué un artículo, tildado de “soñador” entonces, donde apostaba por la existencia de un cine de género en la isla. No tardó tanto el futuro para que, además de dichas obras de ciencia ficción o zombies antes estrenadas, ahora esté por llegar en breve un filme vampírico, quizá más adelante otro del oeste, y se exhiba ya en las pantallas del país Omega 3 (Eduardo del Llano, 2014), la tercera incursión insular de acción real en la sci-fi; no la primera, como erróneamente repiten los medios no especializados. No obstante, a diferencia de la literatura, con una tradición extendida desde Oscar Hurtado a Daína Chaviano, Yoss y hasta el propio del Llano -autor de la novela Obstáculo y del cuento homónimo en el cual se base el filme-, así y todo somos casi vírgenes en el tema en materia de séptimo arte.

Del Llano viene con el precedente, en cine, de varios guiones de trascendencia, algunos de ellos emblemáticos de la pantalla de los ´90; y  tanto la escritura como la dirección del decálogo independiente de cortos humorísticos protagonizados por el personaje de Nicanor O´Donnell, compuesto por Luis Alberto García. De su período pre-ICAIC como realizador este comentarista se decanta en preferencias no por la por muchos escogida Monte Rouge (2004) sino por Brainstorm (2009), lúdico corte en canal a las manquedades de la prensa cubana que debía pasarse al inicio de cada congreso de la UPEC. Luego, a la vera del ente, filmó Vinci (2011), u biopic parcial de perfil histórico contextualizada en ambientes europeos, centrada en el período carcelario del genio renacentista Leonardo Da Vinci en la Florencia de 1476. El filme no complació a todos los gustos; sí a quien escribe, que en su momento lo respaldó.
Se trata Eduardo de un cineasta versátil, ecléctico, inteligente, provisto de conocimientos fílmicos, dueño de intereses temáticos amplios y hasta en ocasiones sorprendentes, si los vemos dentro de nuestra dinámica de creación interna. Además, valiente y sin miedo al fracaso, al error, sabedor de que si se le cierra siempre la puerta correremos el riesgo de dejar fuera la verdad.
Por eso, se tiró de frente contra un género de escasísima tradición regional, hecho que, de entrada, concita respeto a todo quien sepa cuanto demanda; pero lo hace con un guion anclado a base argumental ya en el mismísimo papel poco maleable a trasuntos fílmicos. Omega 3 pasa, con aprobado, en cuanto más temía (el apartado tecnológico, salvado con imaginación, pragmáticas soluciones espaciales/ambientales, y también tecnología: que somos pobres pero no facinerosos) y se ve levantada en el aspecto formal merced a la fotografía de Pepe Riera y la banda sonora de Osvaldo Montes; pero sin embargo reprueba en lo fundamental: el relato. Huérfano de numen; carente de flavonoides, fibra, sazón y sal -para ilustrarlo acorde con las analogías culinarias del filme-, el metraje discurre deslavazado, monocorde, plúmbeo.
El ángel del cine no quiso posarse sobre estos fotogramas habitados por el engolamiento, la gelidez discursiva, diálogos soporíferos en cuya concepción poco interés se percibe por esquivar su matriz literaria, actuaciones dispares, una puesta en escena irregular y desbalanceado ritmo narrativo. Resulta punible aquí el reemplazo de la fluencia cinemática a favor de una sucesión de parlamentos inductivos, subrayados y por momentos francamente agobiantes.
Presunto ejercicio de tesis, esta historia de tribus del futuro en pugna por la hegemonía de su menú alimenticio (Vegs, Macs, Ollies) pudiera articularse como el amago de un polisémico diagrama a la inherente beligerancia y proclividad faccional de la especie desde tiempos inmemoriales hasta un presente grupal de reparteros, maras, fraternidades, sectas e infinidad de tendencias gregarias hasta un mañana cercano donde seguiremos, como siempre, en franjas rivales enfrentadas por algo que si quizá no sea un plato macrobiótico sí podría ser el agua común, el aire, la carne humana, nuestros propios órganos…?quién sabe? Ahora bien, el dardo no llega a diana, porque el por el propio realizador confeso aunque nunca concreto a la larga megaobjetivo conceptual (una impugnación “a la intolerancia y el fanatismo ideológico o religioso”, del Llano dixit) se diluye en la hojarasca verborreica desfocada que pinta con barniz de poca fiabilidad un escenario solemne a ultranza, sin posibilidad alguna -para colmo- de distensión de cualquier tipo.
No solo por funcional necesidad de visualizar su supermercado futurista con arreglo a sus intenciones, sino igual quizá intuyendo lo anterior, el realizador opta por el inserto de animación en rotoscopía, el cual beneficia de forma considerable a la narración, pese a que resulta mucho más abrupta e inorgánica su irrupción que, por ejemplo, la análoga ejecutada por Quentin Tarantino en Kill Bill. Dichos cuatro minutos constituyen los momentos más cinematográficos de Omega 3, pues representan la antítesis de toda la otra parte del relato, al ser portadores de libertad narrativa, frescura, planimetría ritmática, charme.
Héctor Noas, merced a su probado oficio, impide la anegación completa del segmento interpretativo, no obstante la discutible escena del llanto catártico y esa decisión de vestuario que lo dibuja menos cual jefe militar de Liberación que en tanto suerte de rara versión dominatrix masculina de su personaje de Verde, verde. Pese a salir airoso con Juan Carlos Cremata en El premio flaco y con Eduardo en Vinci, como hicimos constar en nuestras respectivas críticas de ambas cintas, a Carlos Gonzalvo -¿nuevo actor fetiche de del Llano¿ pues ya suman cuatro los trabajos conjuntos- le es imposible defender su acartonado personaje; mientras que su contraparte Dailenis Fuentes aun tiene mucho por delante que pulir en materia histriónica.
Omega 3, en resumidas cuentas, deviene experiencia válida, tanteo necesario en el incipiente desandar por los géneros del cine isleño y muestra inequívoca del arrojo de su creador (con quien resulta harto difícil no concordar en su criterio de que la pantalla cubana precisa abrirse, como lo hace aquí; y que no todo puede ser en esta “pobreza, marginalidad y represión a los gays”), mas a la vez representa el intento no fraguado de rubricar una sólida sci-fi de planteamientos discursivos. Nada para lamentar, empero; sino pie para exhortar al director a que no ceje en empeños similares u otros, a la postre del todo plausibles en el camino de la consolidación de un cine nacional más distendido, completo e inclusivo.

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