viernes, 22 de agosto de 2014

Amar, dudar, partir


Una historia de amor y disyuntivas, de situaciones que tercian para propiciar lo primero y aliviar lo segundo. Parecería un juego de palabras destinado a cualquier spot publicitario, pero de eso va Personal Belongings, película pequeña, sencilla, límpida; de carne y sentimientos, habitada por dos personajes centrales obsedidos por fantasmas y precisados de yunques que los fijen a tierra ante el bamboleo tormentoso de sus circunstancias.

Traza el filme (Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine Pobre) un relato contenido e interesante, al cual no solo lo sostiene la ternura que lo irriga o la interpretación de los protagónicos Caleb Casas y Heidi García, sino además ciertos brotes de humor que policromizan un paisaje argumental donde el agobio y la desazón no son meros elementos de ambiente, sino definitorios de la psicología de los personajes.
Ernesto (Caleb Casas) es un joven decidido a emigrar del país, quien visita constantemente embajadas junto a un grupo de amigos interesado en lo mismo, recitándole parlamentos conmovedores a los funcionarios de las misiones, sin suerte aparente. Su exceso de opresiones (la madre muerta de forma prematura, un padre al que culpa por el hecho, su negativa a ejercer el título…) lo conduce a refugiarse en su automóvil, parqueado recurrente —y nada gratuitamente— al frente de la costa: el mar no solo marca líneas divisorias o la frontera entre su realidad y su sueño, sino además la soledad del personaje. Desde este carro, representación de la fortaleza inextricable donde pretende resguardarse, defenderá la intención de esquivar cualquier potencial lazo afectivo o emocional que lo pudiera sujetar aquí y poner en peligro su partida.
Ana (Heidi García), harta de desilusiones, no quiere volver a enamorarse ni —al contrario de Ernesto— le interesa nada relacionado con abandonar su país. A la busca de cierto examen físico requerido en los trámites migratorios, Ernesto acude al hospital donde ella, quien ejerce de doctora allí, lo atenderá.
Durante la ocasión se produce sustancioso cruce de diálogos entre los jóvenes que habla tanto, en tan pocos instantes, sobre el tiempo perdido y los esfuerzos sin sentido librados a través de la vida, como el más exhaustivo tratado existencial. Ya esas palabras comienzan a unirlos sin saberlo aun. A partir de dicho encuentro surge una relación que bascula del platónico tramo inicial al retardado pero por ambos deseado momento carnal; de la asepsia sentimental (entre los dos así pactada, para no comprometer sus sentimientos) a algo mucho mayor que ninguno quiso pero que, saben o intuyen, no podrán eludir.
Ana enfoca esta peculiar unión entreviendo la clave de la felicidad desde la filosofía arcaica de no pedir nada. En el camino, en cambio, entrega cuanto tiene para que Ernesto logre su objetivo, incluso a pesar mismo de la muchacha, quien diverge de él en su óptica en torno a «la maldita circunstancia» del viaje.
El director Alejandro Brugués aprovechó bien tal disparidad de criterios para puntear los rasgos de este dibujo de la dicotomía de pensar en torno a un tema que divide a algún segmento de la juventud cubana, subrayando con precisión el dilema entre el irse y quedarse de muchos inmigrantes; y lo hace, creo, de forma honesta, despojado de moralina y retoricismo, y sin cargar las tintas en las razones de cada quien. Al creador, mucho más que las ideologías, le ocupan los comportamientos y reacciones humanas. Su mérito mayor estriba en representar con sencillez —pero sin superficialidad— un asunto tan complejo, y  haber convertido una pequeña historia de la vida cotidiana en esta  hermosa ficción compartible.
Pero, por arriba de todo, en lo personal lo que más prende de Personal Belongings es la definición de este romance, el delineado conductual de los amantes, las escenas de fuerte contenido emocional que los actores y el guión sanan de toda infección sentimentaloide. Hacía años que el cine cubano no veía nacer un amor tan bonito (la palabra puede sonar pueril, de doble lectura o roma incluso a fines críticos, pero la asumo en su acepción más sencilla y noble). Ana y Ernesto nos conmueven y destrozan, nos estremecen y mortifican…, logran que los comprendamos y amemos, con todas sus imperfecciones, también con todos los rasgos de entrega y nobleza que los identifican.
Caleb Casas logró zafarse aquí de su narcisismo congénito al componer este personaje, y consigue momentos de impresionante intensidad en la actuación. Alabanzas extras amerita Heidi García, artista plástica en verdad y no actriz profesional, que bien pudiera llevar a dos manos ambas carreras tras su exquisito trabajo en Personal Belongings.
Las historias secundarias a la narración principal de los personajes que vagan en su inacabable tournée diplomática aportan el líquido desdramatizador o descondensatorio al torrente sanguíneo del filme, si bien al personaje de Osvaldo Doimeadiós pudo extraérsele muchísimo más, dada la genialidad humorística del intérprete.
Pese a cuanto me agradó el debut de Brugués en la dirección (fue el guionista de las estimables Frutas en el café y Tres veces dos —uno de sus cuentos—, así como de la impasable Bailando Cha Cha Chá), no sería objetiva esta reseña de no constatar la endeblez de alguna solución narrativa del filme: la principal, el «ingenioso» lance de la foto doblada descubierta por Ana, que descubre la identidad del padre de Ernesto. Esto hiede a  folletín de los ´40 mutado con comedia sentimental americana de la peorcilla.
El recital explicativo que le da en este momento el hombre, jefe de Ana en el hospital, es deplorable en términos dramáticos y de diálogo. Al punto de que a un buen actor como Rubén Breña se le atraviesa en la Nuez de Adán, y de ahí no le sale.
Por otro lado, la concepción del personaje homosexual amigo de Ana resulta demasiado estereotipada; lo que pudo ser el elemento humano esencial para el desdoble de sinceridad emocional de la protagonista femenina se convierte en baratija argumental para robarle al espectador tres o cuatro sonrisas ocasionales.
Deslices semejantes a un lado, el debut del director argentino—boliviano—cubano graduado de nuestra Escuela de Cine de San Antonio de los Baños (cuyos compañeros  de la institución  lo apoyaron en esta largamente acariciada cinta de bajo presupuesto de Producciones 5ta Avenida, por ellos integrada) constituyó en su momento una grata sorpresa, otro saludable brote de verdura en la vid de la pantalla hecha por jóvenes creadores.

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