viernes, 26 de septiembre de 2014

La calidad de la piedad: los fantasmas de las liebres

La calidad de la piedad, coproducción entre Austria y varias naciones europeos, recompensada por el Premio Especial del Jurado en la edición de 1994 del Festival de San Sebastián, así como premio de la crítica en disímiles países ese propio año, es una película valiente que en épocas propensas a olvidar el pasado, lo llama a alaridos para usarlo como fundamento de esa suerte de exorcismo nacional que es. El demonio que quiere arrancar se hallaba calmo y arropado por la desmemoria en algún sitio infrecuentado del cerebro de la nación austríaca: la llamada “caza de liebres”, bochornoso episodio histórico ocurrido en febrero de 1945 en la región de Mülviertel, cuando la milicia civil y los propios pobladores de la zona cumplieron las órdenes de las SS y las apoyaron en la misión de exterminar a centenares de prisioneros soviéticos escapados del campo de concentración nazi de Mauthausen. Según el propio realizador le confesara a este crítico hace más de una década, la cuarta película de Andreas Gruber (Shalom General, La culpa del amor), realizador y guionista de 42 años a la altura de este filme, deviene una reprimenda de las jóvenes generaciones de austríacos a sus predecesores, un cuestionamiento lanzado con pesar desde la pantalla: “¿Por qué, más allá de la presión psicológica ejercida sobre sí por el terror y la amenaza, ejecutaron esas órdenes¿, ¿qué hicieron aquellos hombres para ser masacrados como conejos¿, ¿por qué nadie más tuvo el coraje de la familia recordada por el filme, la cual protegió a dos de los nueve sobrevivientes de la cacería¿

La pieza de Gruber se vale de una historia de tanto peso dramático para analizar las reacciones de esos seres humanos, ahora convertidos en personajes,  ante estados topes; para mostrar la multiplicidad de respuestas del hombre en situaciones extremas, y la capacidad o incapacidad de obrar y pensar en los momentos de espanto.
En el cine son válidas y necesarias elipsis e inducciones, pero en determinados temas deben cuidarse mucho. La requerida mayor rotundez narrativa del largometraje está coartada por carencias en el subrayado motivacional casuístico de varios individuos al emprender la matanza, por arriba de las razones obvias. Pero lo que la cinta pierde en escrutar lo gana en su puesta en pantalla, jalonada por certeras intuiciones expresivas y un perfecto equilibrio entre el decir y el cómo hacerlo a partir de recursos fílmicos utilizados con intencionalidad y eficacia como el sonido ambiente, la semimperceptible y comedida música -ora parece advertencia funesta, ora semeja el crujir de los cipreses en el camposanto tras un golpe de viento- y la sobria cromía de imágenes tomadas por un lente reacio a evadir en sus filtros los tonos grises-blanquiazules. Todo lo cual responde al afán del realizador de elaborar un material que graficase dolorosas evocaciones en medio de una concepción estilística conjugadora de técnicas de la ficción y el documental. Aprovechando sobre todo las posibilidades dramáticas de ésta y el verismo de aquel.
La calidad de la piedad un larguísimo período de ocho años para su terminación. El público local la recibió con admiración; no así la clase política, que pretendió ignorarla a raíz de su estreno. Y es que existen ciertos pasajes pretéritos de la historia que algunos gobernantes prefieren olvidar. La “caza de liebres” representa un capítulo pasado por alto en los libros de historia de esa nación europea, los tribunales vieneses absolvieron a los principales culpables, los hijos reciben el silencio por respuesta de la boca de sus padres, en fin… El filme removió los rescoldos; los rescoldos lo necesitaban, para que en ellos comenzasen a quemarse los fantasmas de las liebres.

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