domingo, 9 de noviembre de 2014

Complicaciones erosentimentales en el D.F


Sólo con tu pareja, aquella estimable opera prima de Alfonso Cuarón, plantó en 1991 el pie fundacional de esas historias eroconflictuales que en la pantalla mexicana de los noventas tuvieron en la vertiente de comedia urbana de problemas de pareja su expresión más adulta en Cilantro y perejil  (1996), del realizador Rafael Montero, y Sexo, pudor y lágrimas (1999), dirigida por Antonio Serrano. Cilantro... reflexiona sobre la ruptura matrimonial, la soledad y la búsqueda de la media naranja y la felicidad. Lo hace desde una perspectiva que aunque se enclave en los promontorios del humor para nada pierde seriedad en el abordaje del fenómeno. La película está bien planteada ya  a nivel de guión y su amago de estructura de cine dentro del cine (la hermana de la protagonista hace su documental a partir de lo que va pasando en la película) no obstaculiza las posibilidades de recepción de amplias capas del público. Existe, empero, un elemento utilizado por las guionistas Carolina Rivera y Cecilia Pérez Grovas a manera de cortinilla verbal al cual se apela en exceso y deviene valladar en la fluidez narrativa: la no muy mesurada presencia de ese psicólogo -magnífica, no obstante, su encarnación- que funciona como sujeto de reflexión de las contingencias de las relaciones amorosas en un superestresado  México de capitales golondrinas en fuga, TLC, expansión demográfica y acentuados conflictos políticos internos. Demián Bechir, aquí en su filme-despegue, y Arcelia Ramírez, el binomio actoral centro de la cinta, está sencillamente fabuloso. Ambos, de una manera muy orgánica, despedazan con mero sabor mexicano los diálogos que se les asignan, apoyándose en un muy digno de ponderar trabajo faciogestual, sin sobredosis de mohínes y otros aberraciones histriónicas delatantes de la sobreactuación. Es ésta una acertada comedia reflexiva que de sabia manera incide en los puntos neurálgicos de las relaciones de pareja en la actualidad, que por el carácter de éstos y el tratamiento dado en la película, coinciden perfectamente con los comunes a otros pueblos y culturas.

Sexo, pudor y lágrimas describe los problemas, deseos, encuentros y desencuentros amoroso-emocionales de seis jóvenes urbanos finiseculares a través de un enfoque conceptual que se queda a caballo entre una reflexión seria en torno a las urgencias inmediatas de la relación de pareja y una asunción que no por ser lúdrica es menos ligth de la supuesta manera en que deben conducirse la mayoría de los trentipicones. A reconocer la factura técnica de la película, algo no siempre conseguido por los mexicanos; su policromía, dada por el hecho de centrar su acción en contextos donde la vastedad de colores nacientes de la luz  alegran el escenario; la fotogenia y altura interpretativas de sus protagonistas; el políticamente correcto aparente mensaje final de que -parafraseando la canción de José José- aunque seamos tremendos gavilanes durante mucho rato, no nos olvidemos cuando aun quede tiempo de, al resguardo de un pecho vitalicio, redimir el espíritu y protegernos  de esas enfermedades que Venus dejó como maldición a los humanos más retozones; el ecumenismo del filme, que le asegura un alcance por mucho más allá del plano local. Pero la película  resulta menos destacable (y agradable) que su antecesora Cilantro..., aunque a todas luces haya sido imaginada más a lo grande. La “orlan” demasiadas situaciones pedantes. Sus reflexiones supuestamente más  agudas tienen muchos ecos ya oídos con anterioridad; por momentos resulta muy predecible: esos cuernos de Ana con Tomás se veían venir de lejos, y por el estilo varias escenas. Se introducen situaciones francamente populistas; el director de fotografía parece estar obsesionado con el plano-contraplano, o es al parecer lo único que conoce;  el filme delata su matriz teatral abusando del verbo; la segunda hora no mantiene el ritmo de la primera y el guión no da todo lo que tiene que darle, eliminando sin justificación al personaje-tabla de salvación del largometraje, Tomás, encarnado por un estupendo y nada intermitente Demián Bichir... Sexo, pudor y lágrimas es una película bastante desigual cuya extraordinaria fortuna en taquilla responde más a razones sociológicas que al resultado de un total éxito artístico.

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