martes, 7 de junio de 2016

Carancho



Pablo Trapero, uno de los mejores narradores del cine argentino contemporáneo, contó una historia dura, negra, de fortísimo trasfondo social, mediante los bemoles precisos, en ese notable exponente de la pantalla de su país y latinoamericana en general que es Carancho (2010).

El director, de nuevo en el registro dramático de un espacio cerrado, similar a la previa Leonera (2008), genera un clima desasosegante en esta película filmada sin resuello, en la cual emprende un ejercicio radiográfico del alma compungida del más sórdido y desesperanzador Buenos Aires. Ciudad en cuyo vórtice de desazón surge la luz vindicatoria de sensible romance, atisbado/manejado de forma hábil, nada forzado y -por el contrario- fundido de manera orgánica al relato.

Con el levantón actoral de ese todoterreno llamado Ricardo Darín, dando cuerpo a otro de los antihéroes del creador de El bonaerense, y Martina Gusman, Trapero consigue una película siempre arriba, que nunca pierde el fuelle ni le sobra siquiera uno solo de los numerosos planos-secuencias mediante los cuales la cámara se vuelca sobre esta noche capitalina de abogados carroñeros y doctoras drogodependientes, ninguno completamente malo ni del todo bueno en el fondo.

Es una película para apreciar la mano de un realizador trabajando a placer en su hobby más placentero de narrar en cine, filmada eso sí desde un distanciamiento programático, y acaso resentida por ello de la misma gelidez derivada de dicha forma de proyectar la historia.

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