A través de Reina y Rey, estrenada en 1994 al ecuador del período especial en la mayor de las Antillas, el desaparecido cineasta cubano Julio García Espinosa concretaba un manifiesto fílmico de extraordinario valor artístico, ontológico y social alrededor del efecto de una época histórica sobre el segmento vital postrero de un ser humano; bien visto el caso quizá más requerido este de humanidades afectivas que hasta de las mismas fibras nutricias no correspondidas por un tiempo aciago en tal materia, u otras, para quienes lo vivimos en este país.
En
aquella filo-neorrealista obra maestra (no reconocida todavía), el teórico del
cine imperfecto, notable cineasta continental y aguzado hermeneuta de las
circunstancias socio-económicas de una nación en pleno estado de supervivencia,
configuró el hondo, sincero y desgarrador retrato de una vieja dama, a lo Umberto D con su perrito cual única
compañía, bogando por chuparle oxígeno a la superficie casi imposible de la
última década del siglo XX en Cuba. Período
este, el eufemísticamente denominado especial, que como el autor de estas
líneas ha considerado en varios textos, requiere todavía de una mayor
aproximación cuantitativa y cualitativa por parte del cine de ficción nacional,
en real consecuencia para cuánto significó para los cubanos en todos los
órdenes.
Las
ausencias siempre se llenan. Ha tenido que interesarse un director francés por
filmar la historia de nuestros Cinco Héroes, como otro de Colombia a decantarse
por el contexto del período especial en pos de armar el relato de su película Candelaria (2017), filme de resultados
ambivalentes que arranca con el siguiente exergo, el cual sin duda apunta hacia
las acciones extremas a las cuales son conducidos sus dos ancianos personajes
centrales: “A fines de los ´80 y principios de los ´90 se establece un nuevo
orden mundial, cae el Muro de Berlín y colapsa la Unión Soviética. Cuba,
sumergida en un bloqueo salvaje sin gasolina y prostituida por el hambre, cae
en un oscuro hoyo sin fondo también conocido como Período Especial”.
Antes
de valorar el filme, solo par de apuntes aclaratorios. Ese bloqueo salvaje, si
es ese al que se refiere el preámbulo e imagino lo sea, lleva ya seis décadas y
afecta cada uno de los frentes de esta nación. Fue instaurado, con carácter
extraterritorial y genocida, por la potencia mayúscula del planeta a una isla
del III Mundo cuyo único delito ha sido no besarle los pies a ese imperio
criminal y déspota. Cuba pasó hambre en el período especial, pero no se
prostituyó. Su pueblo nunca lo hizo: ni cuando estaba recluido en los campos de
concentración de Valeriano Weyler, ni cuando era exprimido hasta la asfixia por
los gobiernos títeres pronorteamericanos de antes de 1959, ni en la etapa de marras
de los años 90, ni ahora ni nunca. En aquel momento, como siempre, hoy y
después, sí existe gente que se prostituye a modo individual; pero Cuba, en
tanto nación y bandera, no lo hizo ni lo hace. Son dos cosas del todo distintas.
La dignidad moral y la grandeza histórica de este país no pueden asociarse
jamás, en ninguna circunstancia, con dicho término.
Dicho
tal, vayamos a Candelaria,
coproducción entre Colombia, Noruega, Alemania y Argentina. Verónica Lynn y
Alden Knight, dos venerables actores cubanos -necesitados como tantos otros de
cualquier edad, y sobre todo de la más adulta, de mayores necesidades
profesionales, verdad de Perogrullo asociada al deficitario estado productivo
de la industria cinematográfica insular-, dan vida a los personajes centrales de
esta historia fílmica con diversos resultados en el circuito internacional de
festivales.
Son
ellos par de viejecillos, Candelaria y Víctor Hugo, cuya rutina diaria es
seguida con precisión en los detalles, correcta dirección de actores por parte
del realizador Jhonny Hendrix Hinestoza, un plausible trabajo fotográfico (este
apartado clasifica entre lo más sobresaliente del filme) y fluencia en el
decurso de la narración.
Hay
belleza y delicadeza en el seguimiento a este amor interracial en la tercera edad
a lo largo de su segmento introductorio y del área de arranque del nudo. Tanto
los ademanes, mohínes y silencios compartidos como el rastreo de su rutina
intervienen en la comprensión y evolución de la trama y de los personajes.
Verónica Lynn y Alden Knight, como los dos grandes actores que son y aquí
reconfirman que lo siguen siendo sin importar en absoluto la veteranía,
levantan sobremanera el interés por lo expuesto en pantalla.
El
naturalismo de la primera hora de la película, su minimal planteamiento de la puesta en escena y su enfoque central en
los dos blancos humanos de principal interés de la trama prefigurarían, pues,
que estaríamos frente a una producción al parecer no dispuesta a dejarse tentar
por esas historias sucias de La Habana, instauradas en un imaginario
exterior de la etapa condicionado a partir de obras literarias y fílmicas
producidas fundamentalmente en el exterior desde una perspectiva que más que
interiorizar o intentar comprender desde un plano humano los dolores de la Isla
en aquella circunstancia los convierte en tópicos exportables, sobre la base de
un constructo definido por tropos irrenunciables donde la prostitución ocupa
posiciones punteras.
Es,
entonces, a lo largo de su segunda hora que Candelaria se escora hacia un costado de tremendismo que incluso
riñe con la carnadura moral de sus personajes. La película suelta ahora la
cuerda de la historia íntima de dos seres humanos, para aferrarse a la -muchas
veces traicionera- soga del mensaje. Y eso esquirla a sus intenciones, amén de
desviarlas. La bifurcación escogida en pos de ondear la tesis erige a los dos
ancianos como símbolo mendaz de un pueblo que debió vender, literalmente, su
cuerpo para sobrevivir, según los enunciados del largometraje. Huera e impropia
sinécdoque.
Resulta
triste esta zona resolutiva del filme, torpedeada para mayor inri por diálogos
grandilocuentes, como si fueran de otra película, del personaje cubano de El Negro (defendido
por el actor colombiano Manuel Viveros) y por la incidencia en la conformación
y desencadenado del conflicto de personajes estereotipados por el cine mundial
que sin embargo en Cuba nunca tuvieron cabida, ni en el período especial, ni
ahora, cual es el caso de ese mafioso europeo dueño de La Habana (asumido por
el austriaco Philipp Hochmair).
Los personajes interpretados por actores extranjeros, inherentes casi más que al régimen de coproducción a una película sobre Cuba que no es cubana, tampoco contribuyen a redondear la verosimilitud requerida por un trabajo fílmico del perfil dramático de Candelaria.
Los personajes interpretados por actores extranjeros, inherentes casi más que al régimen de coproducción a una película sobre Cuba que no es cubana, tampoco contribuyen a redondear la verosimilitud requerida por un trabajo fílmico del perfil dramático de Candelaria.
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