La
recién estrenada Icebox (cuya
premier mundial tuvo efecto antes, en el pasado Festival de Toronto) es una cinta para
la televisión que la cadena HBO no pudo haber emitido en fecha más indicada, al calor
de las caravanas de migrantes y el duro drama de los niños bajo custodia del
Servicio de Control de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos,
donde, en Nochebuena, Felipe Gómez Alonzo, un pequeño guatemalteco de ocho años,
murió; como antes había sucedido con su compatriota, un año menor, Jakelin Caal
Maquin, el 8 de diciembre.
Interrogado
por Amy Goodman y Dennis Moynihan para Democracy
Now¡, Baher Azmy, director legal del Centro por los Derechos
Constitucionales de los Estados Unidos, opinó: “Estas y otras muertes en la
frontera provienen de la política disuasoria del gobierno de Trump. Quieren que
el ingreso de las personas al país sea lo más difícil posible y, en cierto
punto, están satisfechos con los informes de las horribles condiciones en ambos
lados de la frontera y las muertes. Estas personas [están] huyendo de
condiciones de violencia y privación, en parte creadas por este país. Que se
encuentren con la exclusión por parte de este gobierno, por problemas de los que
somos en parte responsables, y que se les niegue a estos seres humanos su deseo
de libertad para reunirse con sus seres queridos y buscar una oportunidad, es
el colmo de la crueldad y la arbitrariedad”.
Película
tan discreta en términos de puesta en escena como efectiva en su
conceptualización del fenómeno y en subtextos alusivos a sus causales e
incidencias humanas -tanto en las familias que permanecen en los países desde
donde emigran estos seres humanos reflejados, como en las que lograron llegar e
introducirse dentro de los Estados Unidos-, Icebox refiere la odisea de un niño hondureño para trasladarse, e
intentar permanecer, junto a su tío, en la tierra del “sueño americano”: ese al
cual Noam Chomsky le hizo la autopsia en Requiem for The American Dream (2015), documental que muchos precisarían
visualizar.
Óscar,
el menos de doce años, es detenido por los servicios de inmigración
estadounidense y enviado a uno de estos centros de detención ya tristemente
célebres. El chiquillo (incorporado, correctamente, por Anthony González) huye
de la violencia de las pandillas en su país, una de cuyas estructuras lo fichó.
La
película escrita y dirigida por el cineasta sueco Daniel Sakwa expone
vívidamente las peripecias experimentadas por estos críos en el laberinto del
sistema legal del país del norte, incluidas esas temibles audiencias con
jueces-robots, a quienes poco les importa el pasado de sufrimiento de esas
criaturas.
El
confinamiento de Óscar y otros muchos niños en un centro de detención
transitorio -eufemismo para designar a cuanto en la práctica es una prisión
infantil-, da cuenta de las privaciones y humillaciones del régimen carcelario
y de los celadores de la instalación, aunque HBO se guarda en todo momento de
presentar siquiera un solo caso de abuso físico por parte de un estadounidense
hacia los muchachos latinoamericanos.
Icebox
trabaja muy bien con el sentimiento de miedo que anida en estos niños y,
principalmente, en el personaje del tío, quien como todo inmigrante, vive en
permanente desasosiego. El retrato de desesperación y pavor de este hombre es
el mismo de muchos de ellos, sin o hasta con papeles, en la “tierra de los
sueños”.
La
aplicación del neoliberalismo más atroz en Centroamérica y la inmanente pobreza
extrema a la cual ha conducido, conjuntamente con la inseguridad ciudadana, la
violencia social en escalada, el cambio climático que se ceba contra las
comunidades más indefensas, las violaciones y la extorsión cotidiana, unido al
deseo natural de sobrevivir, son algunas de las motivaciones de las personas
que avanzan, cada día, hacia el norte: entre selvas, ríos, riscos, caminos,
carreteras, puentes, desiertos.
El
analista mexicano Ángel Guerra Cabrera fundamenta en el diario La Jornada la génesis de la actual e
incontenible corriente migratoria en el hecho de que “Los pueblos de América
Latina y el Caribe están siendo sometidos a una segunda reconquista y
recolonización, por medio de las grandes empresas y la militarización impulsada
por Estados Unidos, que incluye la presencia de bases militares en nuestros
países. Gobiernos satélites del imperialismo brindan todas las facilidades a
las trasnacionales en sus planes expansionistas de acelerada depredación de los
recursos naturales y superexplotación de la fuerza de trabajo. Todo ello
mediante el despojo de sus tierras y aguas a comunidades indígenas,
afrodescendientes y campesinas, reprimidas, cuando se rebelan, no sólo por los
cuerpos de seguridad (…) Unido a esto, la ruptura de cadenas productivas que ha
conducido a la desindustrialización y a la pérdida de miles de puestos de
trabajo”.
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