lunes, 3 de diciembre de 2018

Ave, Flynt



La visión de Milos Forman de la sociedad norteamericana nunca fue contemplativa, pero tampoco realmente pugnante. Con Hair (1979), el director de origen checo llevó a imágenes el desconsuelo juvenil de la era Viet Nam y el movimiento hippie; si bien, de forma más o menos velada a la larga propinaba un espaldarazo a la “libertad” de las drogas y a otros fenómenos del espectro social de los Estados Unidos, su patria adoptiva.


Mediante Larry Flynt, el nombre del escándalo (The People vs. Larry Flynt, 1996), de reciente exhibición en uno de los ciclos de la Cinemateca de Cuba, Forman enjuicia el puritanismo mental y la intolerancia dentro de sectores de poder de ese país y, hasta cierto punto, las estructuras de su sistema legal: actitud cuando menos valiente en momentos en que el pensamiento político preponderante allí a la sazón, como hoy día, estaba marcado por fortísimo conservadurismo.

Pero tal enfoque crítico, para decirlo a través de un símil castizo, se parece a la azotaina del padre al hijo travieso que, al final, sabemos, se tornará en caricia engendrada por un cariño profundo. El fallecido Forman amó a Norteamérica. “Lo mejor de Estados Unidos es que es una nación condenada a la libertad”, constituye una frase suya propalada durante el estreno del filme, que da bastante para pensar.

A Larry Flynt, el editor de revistas pornográficas de su relato basado en hechos verídicos, intentan defenestrarlo, hundirlo; incluso lo dejan inválido tras un ataque armado perpetrado por sectores opuestos al porno, de esos que entorpecen el paso a los premiados del sector en el tercer capítulo de la segunda temporada de The Deuce, la serie de HBO del gran David Simon sobre el origen del “cine adulto” en Nueva York.

Pero, el emprendedor Flynt (y esto es cuanto único le importa contar a Milos aquí) triunfará, porque él posee un escudo protector inigualable: la Primera Enmienda de la Constitución, defensora a ultranza de la libertad de expresión, acápite legal con el que el filme tiende lazos orgásmicos.

Flynt es un pornógrafo, un drogadicto, un tipo que viola a su hija adolescente y en su revista Hustler alaba todas las expresiones del vicio, sin llegar a ser capaz de delimitar donde sus tentáculos deben sofrenarse. Pero no, eso no importa, porque él es un “americano” que, mal que bien, paga sus impuestos, y quiere “decir algo”. Y eso sí se ha de permitir en la tierra donde, caso contrario, nadie le puede chistar a la Asociación Nacional del Rifle, donde le niegan la estancia a niños de padres inmigrantes y donde el emperador sube al estrado del Tribunal Supremo a un acusado de varios asaltos sexuales.

Forman, embelesado con la presunta grandeza de su objeto de estudio, se pregunta aquí: ¿Si la máxima instancia legal de los Estados Unidos no hubieran absuelto de culpas a Flynt en aquella “histórica decisión”, adónde iría a parar el país una vez coartado su derecho a difundir la pornografía o cualquier otra cosa¿ ¿Qué sería de la nación más “libre” de la Tierra si hubiese emprendido un solo paso para coartar sus márgenes de expresión¿

Estos son los pueriles conceptos de libertad de una nación, según el canon del Forman más acomodaticio de su extraordinaria carrera (título increíblemente premiado con el Oso de Oro en el Festival de Berlín 1997). Y todas sus preguntas resultan despejadas a través de los razonamientos de su pornodefensa fílmica: “Estados Unidos es grande, porque si allí puede vivir y hacerse millonario un tipo como Larry Flynt, hay cabida para todos y para todo”, pareciera decir.

A esa conclusión Forman no arriba ni por asomo desde una perspectiva crítica y, por el contrario, con la mirada comprensiva del huésped agradecido de vivir en la tierra generosa que lo salvó del comunismo, le dio casa, comida y los catorce Oscar de One Flew Over the Cuckoo´s Nest y Amadeus.

Es Larry Flynt, el nombre del escándalo una película engañosa, la cual bajo sus visos de denuncia, de cierto emboza el más furibundo beso en la mejilla a un sistema político, que en años viera este comentarista. Tras su supuesta advertencia de la fragilidad de las libertades democráticas, subyace una certidumbre tácita, que nos quieren vender, de lo imbatible de una ideología, un modelo cultural y una forma de vida. Lástima que Forman se politizara y redujera intelectualmente tanto aquí.

Por tanto, no comprendí nunca su asombro por el recibimiento del filme en los Estados Unidos. Se sorprendió que la polémica hubiese provenido de la izquierda y no de la derecha. ¿Creería Forman que los ideólogos del régimen saldrían molestos por unos pocos alabardazos, si a la larga la reivindicación de su estrategia sería plena¿

Más allá de la rebatible cuestión ideológica, la película tiene concentrados varios de los elementos que permitieron proyectar la personalidad artística del director europeo y algunas de sus características expresivas: la solidez del guion y el cuerpo de diálogos, su preferencia por los antihéroes (Flynt y su narcótica esposa Althea), la determinación del ritmo de la narración por la recreación situacional y la indagación psicológica en los personajes enfocados, presentes ya desde la etapa checoslovaca de Oveja negra y Los amores de una rubita.

Algo de lo mejor fraguado del largometraje estriba en el diseño del personaje de Flynt y su compañera: el bojeo a su peculiar mundo y universo moral se hace en submarino y no en barco, pues están ante nosotros detalles introspectivos difíciles de captar por los más agudos guionista. La sordidez de sus vidas y lo poco dulce y diáfano que pudo haber en ellas se evidencia con elevado realismo.

Ambos personajes, asumidos por Woody Harrelson y Courtney Love, representan la base en torno a la cual se recrea el ambiente sensorial que tan bien acopla la anécdota. Absolutamente convincentes en cada momento, dúctiles y acordes con los distintos estadios emocionales a transitar por Flynt y Althea están Harrelson y la Love. Dicha rockera, acá en plan de actriz, opera cual auténtica revelación e irradia sorprendente fuerza dramática, al punto que nunca llega a desentonar junto al polifacético Woody.

(Texto publicado originalmente en el portal de la UNEAC).



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