Después
que el realizador ruso Sergei Bodrov propusiese un largometraje del calibre de Mongol (2007), estupenda película de
aventuras que a mi juicio figura entre las primeras cinco de su género en el
último cuarto de siglo a escala planetaria, cabía esperar en lo adelante nuevas
aproximaciones fílmicas a la figura histórica del conquistador Genghis Khan que
tuviesen en cuenta tal listón cualitativo.
Mas
no es cuanto sucede precisamente con Genghis
Khan, superproducción china de 2018 dirigida por Hasi Chaolu que no pisa ningún
terreno firme e intenta un imposible camino sobre las aguas de la aventura, el
fantástico, la comedia (involuntaria) y el hacerle el juego a los emergentes y
crecientes gamers de la nación de la Gran
Muralla.
El
modelo inocultable del filme es ese cine hollywoodino de las nuevas versiones
de La momia, el de El príncipe Persia, Furia de titanes, Dioses de Egipto… El espejo son tales
piezas, dependientes de la fanfarria atonal, la fabricación en serie catalista
y la grandilocuencia mastodóntica, cuyas premisas responden al imperio dentro
de la industria del high
concept, el cálculo frío, la superproducción hipertrofiada, la
puesta en formol eterno de cualquier resorte de rentabilidad.
La
política pop corn
de los estudios en Hollywood se decantó del todo, en buena parte del género, a
favor del armatoste hiperdigitalizado, con empleo sobresaturador del efecto
surgido de dicho soporte. Asidas tales producciones genéricas, extraídas del
óvulo del CGI, a ucases inamovibles y a una lógica dramática de escalofriante
simpleza, que cada vez se acerca menos al planteo dramático del guión para el
séptimo arte y canibaliza más los esquemas o las estrategias del videojuego, en
el sentido del encadenamiento constante de la acción hacia niveles superiores:
centro de gravedad donde cuanto único importa es justo eso, no el continuo
narrativo. Ello, en claro desmedro tanto de los estilemas y mecanismos internos
naturales al género, como del ritmo secuencial, el discurrir de la diégesis, el
sentido de las gradaciones en la peripecia del héroe; o sea, su universo de
representación, su alfabeto de discurso. Y esto es lo que lamentablemente
remeda sin ambages la repetitiva, torpe e irritante cinta china, mucho peor que
la película homónima y del mismo país en 2000 por Saifu Mailisi.
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