Todo
cuan valiente puede llegar a ser un cineasta dentro de las estructuras de
producción de la industria fílmica estadounidense, Adam McKay levanta en su
película Vice (2018) un largometraje
a contracorriente en dichos predios, si elidimos a Michael Moore en la
documentalística y a Oliver Stone en ese campo y además en la ficción, abocado
a demostrar e impugnar el sofisma como instrumento bélico dentro del poder en
los Estados Unidos.
Lo
hace a través de una de sus figuras contemporáneas más “conspicuas”: el
vicepresidente Dick Cheney, entre los fabricantes de mentiras más grandes
conocidos en los tiempos recientes, a quien en buena medida se debe la
conformación general de las bases y el impulso de la decisión final de la
invasión injustificada contra una nación soberana como Irak en 2003. Esa
agresión, orquestada sobre el engaño de las “armas de destrucción masiva” nunca
halladas de Saddam Hussein, provocó un millón de muertos allí, cientos de miles
de desplazados, la inestabilidad socio-política en toda la región y el
surgimiento de engendros nacidos bajo el aliento yanqui como el Estado
Islámico. Un crimen de lesa humanidad por el cual nadie ha pagado aún.
Todo
el objetivo de Cheney (Christian Bale, otra vez rotundo en una de esas
caracterizaciones suyas de transformaciones totales a las cuales nos tiene
acostumbrados desde El maquinista,
con la magistral Amy Adams a su lado en el rol de su esposa Lynne) consistía en
provocar una guerra para el fortalecimiento del complejo militar industrial, entregar
las cuantiosas reservas de petróleo de la nación asiática a los emporios
occidentales y sacar la mejor tajada posible (como lo hizo con creces) para su
empresa Haliburton, cuyas acciones aumentaron 500 por ciento tras la invasión.
Esto
está dicho sin ambages en una película que, eso sí, no cuestiona en ningún
instante el posible papel, directo o indirecto, de Washington en la voladura de
las Torres Gemelas en 2001, todo lo cual favoreció la puesta en marcha de esta
“guerra contra el terror” de Cheney y los halcones neoconservadores como Paul Wolfowitz
y Donald Rumsfeld, bajo la venia de Bush hijo. A dicho presidente el filme lo
describe como un ser lerdo, totalmente manipulable, en bosquejo que acerca
peligrosamente el personaje a la caricatura. Retrato con el cual quien escribe
tiene sus reservas. Más allá del inobjetable talento malévolo de Cheney y de su
ascendencia sobre W, este tenía detrás la escuela de su padre y a su vera
varios de los tanques pensantes de renombre en su época. Y los objetivos de
cada equipo, la verdad sea dicha, no difirieron en la cruzada global posterior
al 11 de Septiembre. Era un propósito del sistema, no de un hombre. Y a la
larga, ese hombre, Cheney, representó el reflejo más puro de un sistema.
Vice,
cinematográficamente, descuella por cimentar un edificio dramático donde cada
elemento está planteado y planificado sobre la base de la pertinencia, la
organicidad y la fluencia. Los diálogos refuerzan la verdad de cómo el cinismo
y el engaño operan como los blasones principales en la Casa Blanca. Y
determinados resortes técnicos contribuyen sobremanera a apuntalar los
conceptos manejados, al resaltar esta por ser una producción editada con
eficacia desde los preceptos más rigurosos, y por su empleo acaso poco original
pero sí tan pragmático como certero del montaje paralelo de sesgo ideológico.
Esto lo vemos en varias oportunidades a lo largo del decurso del metraje, si
bien resulta encomiable en momentos como el minuto 109 y la alternancia de la
apacible cena de la familia Cheney en su mansión con los bombardeos salvajes
contra Bagdad.
El
ex comediante Adam McKay escribe y dirige en Vice -en inglés el término designa al vicepresidente, pero también
al vicio- una película irónica donde el humor intencionadamente absurdo y el componente
lúdico irrigan a discreción, en el sentido de generar el rechazo del espectador
hacia la sordidez explicitada, desde el territorio de la sonrisa socarrona y el
sarcasmo; no obstante nada risibles sean los terribles acontecimientos narrados
que, además de las carnicerías en Asia, apuntan al desarrollo exponencial de un
modelo de propaganda legitimador de todos los desmanes imperiales (Fox News) o
a la santificación de la tortura como práctica corriente del Ejército y los
demás cuerpos y agencias de la Casa Blanca.
Pero
Vice no se limita a la mera
exposición de hechos y a reflexionar sobre la capacidad del poder para
transformar escenarios. Es la rica aproximación a un ser humano siniestro, un
visionario del mal pero con su lógico costado de valor (la importancia que le
concede a la familia y especialmente a la esposa, quizá la única persona del
mundo a quien respeta). Y es una película que juega con lo metafictivo, hace
plausible planteamiento de la alternancia de los tiempos narrativos y porta secuencias
de antología como el recitado de Macbeth
en la cama de los Cheney o la ruptura de la cuarta pared por el vicepresidente
al epílogo. Con ese mensaje-trampa de Dick al pueblo norteamericano muchos
millones de personas mordieron el viejo anzuelo-engañifa de “debemos responder
a los monstruos, para que ustedes y sus familias sigan durmiendo tranquilos”.
Ya será la siguiente quizá una idea paratextual, pero lo más doloroso es que
constituye el mismo mensaje de instauración de miedo y odio al otro que siempre
les ha funcionado y continúa funcionando en la era Trump. En el caso de Cheney,
con índices de aprobación popular magros del 13 por ciento al cierre de su
mandato; en el caso del emperador lunático todavía con un respaldo popular
interno muy preocupante para el resto de la humanidad.
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