Surgido en agosto de 1962 (casi en el mismo parto que el mucho más venerado Spider Man) gracias a la omnipresencia de la divinidad marveliana de Stan Lee junto a su hermano Larry Lieber y el dibujante Jack Kirby, en el No. 83 de la revista Journey into mistery, el personaje versión comic de Thor experimenta ahora otro brinco gigante al desplazarse entre las capas de mundos fantásticos que lo transportaron de quintaesencia de la mitología nórdica/germana a pasto de historieta, hasta carne ya de superproducción fílmica merced al filme homónimo del shakesperiano realizador británico Kenneth Branagh a estrenarse estos días en las salas cubanas.
Aunque se le suela reconocer más por sus traslaciones cinematográficas de los clásicos del autor de Romeo y Julieta a la manera de Enrique V (1989) o Hamlet (1996), no puede olvidarse que a su mano debemos ese riquísimo Frankenstein mediante el cual aún Robert De Niro hiela la piel desde una de las cimas del terror posmoderno de los ´90. Si bien ni de lejos muestra aquí la maestría o el vigor narrativos derrochados allí, su visualización del dios del trueno y el martillo convertido en superhéroe pop no es tan roma como algunos críticos la apreciaran ni desaprovechada en ningún momento en tanto vehículo correcto para un mero objetivo de entretención constante.
La criatura Paramount-Marvel 3D de 155 millones de dólares no procura, e incorrecto sería fuese tal su intención, ir por las densidades u obscuridades burtonianas o nolanianas. Mucho más palomitero, el guion del nuevo tanque hollywoodense no se esfuerza en compensar acción con complejidades ontológicas, si nos olvidamos del triángulo de algunas reminiscencias trágicas articulado entre Odín, deidad rey de Asgard (el galés Anthony Hopkins) y sus hijos Thor (el australiano Chris Hemsworth) y Loki (el inglés Tom Hiddleston).
Odín quiere quitarle fanfarronería y agregarle prudencia a Thor, mandándolo a la Tierra de 2011. A 80 kilómetros del sitio de Nuevo México donde caerá ante la presencia de un equipo de investigadores en el cual figura el respaldo romántico de la trama -la astrofísica compuesta por Natalie Portman-, lanzará el dios aleccionador el martillazo del vástago. Una vez mostrado sus rubios pectorales a la platea femenina, derretido por la Portman ¿quién no? y aprendiditas unas cuantas reglas, Thor logra sacar a Mjolnir, su martillo -el cual como Excalibur del siglo XXI, no había quien lograse arrancar de la roca donde estaba clavado.
Lo demás es coser y cantar: derrotar al megarrobot enviado por Loki (en contubernio con los gigantes de hielo del reino enemigo de Jotunheim), invalidar los alevosos planes del hermanastro y recuperar tanto la confianza como la salud del padre en coma virtual. Solo algo le sale mal en el camino, al no quedarle más remedio que destruir el puente Bifrost, encargado de unir al hogar del rubio con Midgard: en lenguaje no thoriano la Tierra. Esto le impedirá, de momento, retornar con la Portman; pero ya Branagh nos deja claro en el cierre que el dios y el guardián de la camp Asgard hallarán alguna solución para no romper el corazón de la mortal. Eso será en la próxima aventura, diciéndolo en idioma juanpadronesco.
Además, el director de Mucho ruido y pocas nueces no se olvida de dejar por escrito que veremos a Thor, very soon, en esa nueva carga de los 600 que será Los vengadores: próxima feria de las vanidades superheroica a la cual están invitados también Iron Man, Hulk y el Capitán América (quien, a lo Thor, tuvo su filme particular este año).
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