El estreno nacional de la semana dialoga sobre el choque ético dignidad-poder en los Estados Unidos
Envuelve a la atendible franja como director de George Clooney un interés por atestiguar subyacencias y evidencias de la política norteamericana, cuyo origen habría de rastrearse en cómo el artista aprendió a tener uso de razón al calor de las movilizaciones sociales registradas en su país durante los años ´60, o quizá en las recurrentes conversaciones hogareñas sobre el tema dilecto de la familia o las siempre latentes aspiraciones políticas de su abuelo, intendente de Ohio, y su padre, el animador televisivo Nick Clooney, postulado como representante demócrata al estrado bajo bicameral.
Como fuera, da igual. Lo importante es que este actor-realizador ha logrado cimentar en la segunda de las áreas una personalidad autoral cuyo blasón distintivo es la agudeza en la forma de observar y plasmar los entretelones, el backstage, los entresijos de ese asqueante pero a la vez magnético (por su proclividad a utilizarse en tanto magma dramático conflictual) ítem de los manejos del poder desde el ala oeste de la Casa Blanca y todo un universo subordinado de políticos del partido de los burros o el de los elefantes, instituciones, agencias de inteligencia, medios de comunicación, periodistas… , lo cual el creador de Confesiones de una mente peligrosa (2002) o Buenas noches y buena suerte (2005) condensa, de forma destilada, en su reciente Secreto de estado (The Ides of March, 2011).
Inspirada en la pieza teatral Farraguth North, de Beau Willimon, y de nuevo a cuatro manos con Grant Heslov en la escritura del guión, apoyados ambos por el dramaturgo, el realizador, actor y productor de Secreto de estado monta una película que, sin acentuados innecesarios, habla con sencillez mas con elocuencia en torno no solo ya a cómo se trabaja el cardinal asunto eleccionario desde la perspectiva del diseño de fórmula, sino además sobre cuán difícil puede resultar -imposible, vista la historia reciente-, la intención de prosperar en la vida política norteamericana si no se realizan concesiones, entregan principios en bandeja, o establecen pactos espúrios. Puro Maquiavelo y Fausto. Incluso, comentan las secuencias del filme, es necesario tranzar allí hasta cuando la persona -en el caso del filme este aspirante a la presidencia por los demócratas, interpretado por el propio Clooney-, porta un decálogo ético basado en la potencial decisión de impedir las carnicerías yankis en el planeta o contribuir por primera vez en la historia presidencial de esa nación a preservar el medio ambiente a escala planetaria.
Mas, siempre hay un pero. Nuestro aspirante Mike Morris, a lo Bill Clinton, tiene un tan (in)evitable como imperdonable lance romántico con cierta becaria, el cual es utilizado por Stephen Meyers, un asesor de su campaña metido en problemas y quien también compartió cama con la rubia ventiañera (encarnado por el ahora muy en boga actor canadiense Ryan Gosling) para chantajearlo, convertirse en el guía de esta -lo cual en la práctica es, pues hasta sus parlamentos escribe: impagable la escena inicial de la representación del discurso- y maridar al político con otro colega adscrito a filosofía política antagónica, aunque sin embargo sumador de las simpatías estamentarias requeridas para proseguir el camino del primero hacia la Sala Oval.
Clooney, cincuentenario, quizá el último rostro de galán al perfil del Hollywood dorado, no abusa aquí de su charme ni se autorregala la película, sino que prefiere entregársela al asesor encarnado por Gosling. Este se la echa a espaldas provisto del suficiente aplomo para incorporar, sin sucumbir en ningún caso, la pertinente disimilitud de registros de su progresiva transformación ética signada por un pragmatismo feroz, e hilvanar dos de las escenas mejores del filme. Dialoga en ambas, desde diferentes posiciones de poder una u otra vez, con su adversario dentro del propio equipo asesor de campaña: Paul Zara, el primer jefe de esta, personaje interpretado por Philip Seymour Hoffman. Lograr sin tambalearse un tú a tú consigo, señor intérprete dueño del mayor arsenal de recursos de la escuela americana de actuación hoy día, dice mucho de las facultades de Gosling. Para no hablar de las conjuntas con otro realmente grande, de la guisa de Paul Giamatti.
En suma, una película a estimar, tan pesimista como afincada a la verdad en sus planteos en derredor a la dicomotía, disyuntiva o choque ético entre el mantenimiento de la dignidad y el acceso al poder dentro de los Estados Unidos, blindada por un buen guión defendido por actores extraordinarios. Sin dudas, la más rotunda composición de Gosling hasta el momento; incluso por arriba de la, a mi modo de ver, bastante sobrevalorada Drive. Y Clooney, avanzando como director en cada nuevo intento.
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