martes, 7 de enero de 2014

Epic, miniaturas aladas en un mundo verde


El cineasta japonés Hayao Miyazaki, la mayor sensibilidad viviente del universo de la animación pese a su lamentable retiro hace unos meses, nos enseñó a conmovernos con pequeñas grandes historias donde los muy distintos conceptos de bosque, vida salvaje, medio ambiente, pequeñez física, amistad y solidaridad alcanzan una sensación desconocida, con flechas de sentido dirigidas a corroborar la certeza de lo colosal, magno y bello de este mundo en que vivimos y las personas que lo habitan, por arriba de cualquier prejuicio negativo o posible presunción desvirtuada. Esto, sin los desbordes melifluos de la escuela Disney, y desprovisto del corte tan cargante de algunas fábulas morales del cine de acción real.

De Mi vecino Totoro a La princesa Mononoke, Ponyo en el acantilado, El viaje de Chichiro, El castillo volante u otras gemas de su estudio Ghibli, Miyakaki se preocupó por justipreciar en sus mágicos relatos animados desde la nube hasta el microbio, como hubiera dicho José Martí de haber apreciado sus películas.
En Pixar, lo mejor que le ha sucedido a la animación estadounidense en toda su historia, no obstante y todo el estudio se halle ahora en la primera gran fase de inestabilidad creativa de su trayectoria, siempre estuvieron influenciados por el maestro nipón. No es un secreto, al punto de que los creadores de la maravillosa Up expresarían que lo tuvieron presente en cada discusión y en cada solución, franqueza nada usual en el mundo intelectual.  
Para su Epic, de 2013 y estrenada en Cuba este mes de enero, la Fox y Blue Sky Estudios (los responsables de la saga La era del hielo) también tuvieron en  cuenta a Miyazaki: desde la concepción de las miniaturas fantásticas que vertebran la historia, hasta la policromía de ese bosque deudor de La princesa Mononoke, así como el respeto por la naturaleza y el interés por alertar una vez más sobre la riqueza verde que está siendo exterminada por la depredación humana.
Basada en el libro del australiano William Joyce, Epic narra la historia de los pequeños “hombres hoja”, seres casi indivisibles para los humanos por su reducida estatura. Ellos habitan en un bosque más encantador que encantado, donde deben luchar contra los Boogans, terríficas criaturas tan reducidas en tamaño como ellos pero inmensas en su maldad, decididas a contaminar el esplendor verde del jardín natural.
Dirigida a un público eminentemente infantil, sin abocarse a muchos guiños para adultos, sus metáforas son bien claras, tanto como sus analogías y cuentas finales de la necesidad de resistencia contra el mal; además de su mensaje ecologista.
Epic destaca por el despliegue polícromo, el movimiento y el cuidado diseño de producción general, marca de fábrica de los estudios Blue Sky, donde -si bien no tantos como en Pixar- también labora un notable grupo de talentos de la animación norteamericana.
Al correctamente empleado tema de Beyonce que puntea la atrayente banda sonora de ese compositor todoterreno que es Danny Elfman, el realizador Chris Wedge añade otros atractivos como un ritmo acertado y personajes arquetípicos pero sólidos, algo que también supo hacer en sus anteriores Robots y parte inicial de La era del hielo.
Verdad es que tras la trama de Epic hay bastante de fórmula y de reiteraciones argumentales, escasean los matices y que mucho de su historia es un condensado mejunje de Miyazaki y Arriety con Los Borrowers, la Leyenda de Ridley Scott, el Avatar de James Cameron y los Arthur y los Minimoys, de Luc Besson; sin embargo sería mucho pedirle mayor originalidad a una producción animada mainstream dirigida al público más chico en la época del palimpsesto posmoderno. Epic se deja ver, e incluso hasta con cierto placer. No placer culpable precisamente.

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