Lucido espectáculo
cinematográfico, Mongol, largometraje del realizador ruso Sergei Bodrov,
tiene la pinta old fashion pero nunca marchitable del buen cine de aventuras de
aliento clásico. Heredero de una briosa tradición que en la pantalla poseyó su
edad de oro más de medio siglo atrás, el filme no renuncia ni un segundo a su
ortografía epopéyica, a la sintaxis épica que combina en luminoso haz de
policromía cinemática combates exquisitamente filmados -como Dios mandaba
antes: sin apenas efectos especiales, sin el habitual apoyo infográfico del
género en Norteamérica hoy día, pléyades de extras de carne y hueso-, paisajes
de tronante majestuosidad y el hálito sentimental-emotivo que suele acompañar a
historias tales desde los tiempos de Cecil B. de Mille.
Salvando las distancias,
como hiciera Walter Salles con la figura del Che en su formidable Diarios de
motocicleta, Mongol, de 2007 y exhibida en salas de provincia, se acerca a los años de
formación del conquistador Genghis Khan (siglo XII), a partir de una
perspectiva de indagación de los resortes humanos que mueven al personaje
histórico, desligada a todas luces del prisma
bajo el cual ha sido visto de forma general (esto es el monstruo
sanguinario…). Si bien comprendo el espíritu de Bodrov de alejarse de la
proverbial estigmatización de “la bestia”, al configurar la moldura del hombre
y resaltar sus virtudes -buen esposo, jefe recto, amigo justo-, así y todo me
parece algo cándida su visión; pero de cierto ello no desvirtúa las buenas concreciones
de su película.
Dicha humanización del
famoso Temudjin no resultó muy bien entendida por los coterráneos del director,
valga aclararlo: “Hacer esta película fue una lucha titánica -ha dicho el
también realizador de Corriendo libre y El beso del oso-, Genghis Khan es
odiado en Rusia por encima de todas las cosas, los mongoles dominaron mi país
durante 250 años y tenemos la costumbre de seguir echándoles la culpa de todos
nuestros males. Además de manejar un material sensible, fue muy difícil encontrar
la financiación”. Pero, sin dudas, el
cejudo Bodrov ama al personaje abordado, contra cualquier cosa que puedan
pensar los rusos: “Su biografía es muy humana, muy conmovedora. Está demostrado
históricamente que él crió al hijo de su mujer como si fuera el suyo propio”.
Empresa conjunta de Rusia,
Alemania y Kazajstán, de equipo técnico multinacional y realizada a un muy poco
usual costo en Moscú de cerca de 30 millones de dólares, Mongol es una
superproducción que pese a tener lazos de parentesco en su sentido del
espectáculo con coetáneas hollywoodinas, concede menos atención a los
habituales excesos de dicha escuela y se interesa más por el establecimiento de
un acercamiento antropológico a la cultura mongola, lo cual marca su principal
punto de diferenciación con las cintas estadounidenses tendentes a abstenerse
de interioridades semejantes y donde sangre y violencia constituyen
denominadores comunes del tiempo en pantalla.
Batallas muchísimo más en la
cuerda de las de Alejandro Nevski, de su admirado Eisenstein, que las corte 10
000 de Emmerich, las contiendas de Bodrov no carecen por ello de menos
magnificencia -al contrario, ganan en legitimidad-; y transcurren con orgánica
fluencia dentro de una cinta cuyo sentido del ritmo no se resiente nunca pese a
superar las dos horas.
Mongol representaría el
pilar introductorio de un edificio fílmico de tres películas en torno al khan
de todos los khanes, las cuales Sergei irá filmando en la medida en que
encuentre presupuesto: si lo encuentra.
Aunque la obra inaugural
tuvo un desempeño taquillero favorable en diferentes mercados y representó otro
de los éxitos locales del nuevo cine ruso (lo cual por fortuna no va haciéndose
tan quimérico, recordemos que en 2004 Guardianes de la noche, la parte inicial
de otra trilogía, batió récord de taquilla a lo largo de la Federación por arriba
de El señor de los anillos y Spider Man; y que luego su secuela Guardianes del
día redobló sus ganancias tres años después), los académicos norteamericanos no
quisieron concederle el Oscar al Mejor Filme Extranjero a la historia del
conquistador asiático -para el cual estuvo nominada la cinta-, pues está claro
que esto no es Corazón Valiente ni El Patriota, con todo el respeto que me
merece la primera de ellas.
En Mongol lo épico va unido
a lo telúrico, a lo raigal, al sentimiento, al respeto hacia culturas,
cosmogonías ancestrales. Y ese no el cine que premian los señores académicos.
Me recuerda los comentarios de Mario Rodriguez Aleman sobre el bodrio "Chapaev"
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