El ciclo Lo
bueno, lo malo y lo feo, promovido por la Cinemateca de Cuba a lo largo del país, propone en
su tan amplia como sugerente muestra a Pantaleón y las visitadoras (1999),
dirigida por el realizador peruano Francisco Lombardi.
Al capitán
Pantaleón Pantoja, tipo organizado, meticuloso, puntilloso donde los haya, le
asignan insólita misión sus superiores del ejército: abastecer de hembras a la
fauna voraz que habita los cuarteles amazónicos. Pantoja (sólida
caracterización de Salvador del Solar) se sorprende, porque él está preparado
para más y otra cosa mayor esperaba del honorable cuerpo armado; pero esto es
una orden militar y hay que cumplirla, de modo que se crece, e intenta
dignificar la misión cabalmente.
El hombre
escribe deliciosos informes a los jefes en los cuales da cuenta de “la cantidad
de prestaciones que deberán cumplir las visitadoras con nuestros heroicos
soldados”. El tipo, puro eufemismo, les llama “visitadoras” a las profesionales
que van a despejar la bruma de centenares de indios acuartelados, quienes a
ciencia cierta ni saben por qué están ahí. Para que ellos no piensen mucho, que
lo suyo no es eso, el mando castrense les manda a hacer su trabajo cuerpo a
cuerpo a las “subalternas” de nuestro curioso Pantoja en “Pantilandia”.
Panti lleva
todo muy organizadito, pero le saldrán escollos en el camino; uno de ellos es
una prostituta descomunal llamada La Colombiana, quien le devanará los sesos y vaciará
de líquidos el cuerpo.
La Colombiana -incorporada tan resueltamente como
nunca jamás lo volvió a hacer por Angie Cepeda- tiene estampa de portada de
Penthouse en edición de lujo, bota sexo hasta por los cordales y saca de quicio
a un Panti -hombre casado y de familia-, al que a la larga le confiarán otra
misión en el fin del mundo, tan igual de estúpida pero físicamente menos
gratificante.
Con
Pantaleón y las visitadoras Francisco Lombardi logra estructurar una comedia
triunfante, boyante, porque este señor -de los mejores narradores fílmicos latinoamericanos-, pese a sus no pocos bamboleos-, aprendió la
lección regalada por el género en su vertiente clásica.
Dicha
lección se expresa en lo siguiente: personajes ingeniosos y de refinada
crueldad, eficacia cómica, lugar para lo farsesco-irracional, diálogos
elaborados sobre el carrete de una espiral de réplicas punzantes como garfios,
planificación directa, estructura narrativa simple pero llena de agudeza y
picardía, un pulso a lo Sturgess-Hawks, ritmo constante, actores que derrochan
aplomo en composiciones soberbias a cuya efectividad apoya una edición
inteligente siempre preocupada por cortar a tiempo antes de gastar el gag o la
frase. O sea, que la película de Lombardi tiene todo cuanto ha perdido la
comedia de la actualidad, sobre todo la romántica norteamericana; ahora en el
peor momento de su historia.
Todo ese
summun rico del género está en esta visita fílmica de Lombardi a la literatura de Mario Vargas Llosa (antes de
Pantaleón… ya lo hizo en el drama La ciudad y los perros, 1985), la cual supone
un giro de avión de caza en su obra, al campear en los cielos de la comedia,
terreno nuevo para él e inencontrable en el lánguido panorama fílmico peruano.
Pero a
través de esta fruiciosa humorada, llena de picardía de resonancias castizas y
un modélico uso del erotismo, Lombardi -de lo contrario no fuera él- no solo se
propone divertir o alelar al espectador con esos generosos planos frontales y
dorsales de la Cepeda,
sino más que todo fustigar la institución castrense en el contexto de algunas
naciones suramericanas, la cual define de estulta por cuánta vía le resulta
posible. A Katryn Bigelow, la directora de En tierra hostil, le hubiera sentado
bien ver el filme antes de perpetrar su belicista y escarizada cinta
Se burla de
sus tópicos, del sinsentido de muchas de sus tareas, de la inoperancia de los
mandos, del facilismo, la burocracia, la corrupción en las filas... Es pues la
suya comedia de raíces bien afincadas en el subsuelo del género, interesada
además en ventilar tesis sociales; en otras palabras, un exponente total de
este tipo de cine. De los que ya casi no hace nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario