domingo, 20 de abril de 2014

Stoker: suspense a lo Park Chan-wook


Antes de la desigual Soy un cyborg (2006) y de esa deliciosa relectura vampírica que es Sed (2009), el coreano Park Chan-wook (Seúl, 1963) construyó en Old Boy (2003) una película que nada sin salvavidas en los cenagales de la venganza. Cimienta este relato integrador de su Trilogía de la Venganza (junto a la anterior Simpathy for Mr. Vengeance, de un año antes, y la posterior Simpathy for Lady Vengeance, estrenada hacia 2005), sobre un surtidor temático carísimo al arte dramático a lo largo de la historia, del cual mama, pero de un modo harto peculiar y sin acusar deudas de referencia con nada ni nadie.

Más allá del impacto de las imágenes (el genial y heterodoxo trabajo con los encuadres), el virtuosismo estético y formal, o la personalidad visual del tríptico en sentido general, cuanto más me prenda de la labor de Park es su imperturbable decisión de desvirgar a cada tramo del metraje la imaginación del receptor. Parte la pantalla como el Hulk de Ang Lee, jaranea con los géneros con el mayor aplomo, renueva la tradición oriental del cine de acción a través de la potencialización del elemento trágico, solivianta el concepto de estereotipo al grado de redefinirlo en belleza formal, reencarna en pobres diablos del agobio contemporáneo a las almas de los personajes trágicos helénicos, traduce en sus conductas las neurosis sociológicas de un país que accedió al desarrollo en pocos años, atisba su realidad -por consecuencia- desde los ribetes deformados de un cómic de la sobrevida, dinamita el relato con cargas de ironía y un humor que por muy coreano que sea se comprende, hace retroceder los ojos de la pantalla cuando alguien se traga un pulpo vivo o se arrancan lenguas y dentaduras, no muestra compasión ni simpatía por sus personajes -incluido el flagelado antihéroe protagónico de Old Boy- …, en fin, un cine desenfrenado y a veces preso de la total desmesura, tamizado por singulares arranques de bizarra creatividad.
Para su primera incursión en Hollywood (lo cual cada vez irá haciéndose más común con los directores coreanos dada la repercusión internacional de algunas figuras y determinados títulos: el norteamericano Spike Lee facturó en 2013 el remake estadounidense de Old Boy y el Bong Joon-ho estrenó la polisémica distopía de izquierdas Snowpiercer, en inglés y con actores sajones), Park ancla en territorio de Hitchcock, en esta su tercera obra de la Trilogía de lo No Humano. Lo hace a partir de un guion del actor televisivo Wentworth Miller -el Michael Scofield de la serie Prison Break, quien a la larga parece de verdad poseer su geniecillo- inspirado en La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943), del maestro británico del suspenso.
En el filme de 2013, la adolescente India Stoker (Mia Wasikowska) y su madre Evelyn (Nicole Kidman) reciben en casa al hermano del recién fallecido padre de la primera y esposo de la segunda. El tío Charlie, compuesto de forma hábil, dúctil por el inglés Matthew Goode, es un personaje con anverso y reverso, cuyas dobleces irán develándose de forma progresiva. Él tiene en su carne dramática el ADN compartido de los análogos personajes bordados por Joseph Cotten en La sombra de una duda y Terence Stamp en Teorema, de Pasolini, dos películas de interés dentro de la historia del cine.
Pero tampoco India Stoker -cruza de la  Lolita de Kubrick con la Glenn Close de Atracción fatal-, es quien podría parecer; nada así. La relación establecida entre la joven, el tío y la madre, con hálito nabokianamente gore, constituirá el vector central de esta ecuación fílmica; no tan difícil de despejar a la postre, aunque sinuosa en sus vericuetos argumentales. Es que no mucho resulta obvio - al menos no según el entendido de cómo Hollywood nos acostumbró a ver este cine-, en el thriller de suspense de Park donde, pese a que el coreano cambia radicalmente de tercio su constructos cinematográfico, el estilo marca de fábrica confirma su autoría, dentro de una puesta en escena de pulso sostenido, personal cuño visual y narración amalgamada con oficio en comarca genérica tan exprimida.
No obstante, pese a que en casa del trompo dejen que el invitado lo baile a su gusto -algo nada común en la industria EUA, donde el huésped debe plegarse de inmediato al molde de ese consumador del discurso hegemónico; si bien la cinta la produjeron los mucho más mentalmente abiertos hermanos Scott y no un gran estudio-, a la postre el guionista Miller y el viejo Park deben encarrilar su resolución dramática postrera por derroteros conocidos. Apuntar sí, que ello ni descalifica a la obra; ni resta placer ante el visionaje de un filme en cierto grado cautivante, magnético, poblado de enrarecidas atmósferas muy bien urdidas; un completo trabajo de cámaras dirigido por Chung-hoon Chung, habitual colaborador del director; notables actuaciones e inquietantes perfiles caracterológicos, cuyo gusto refinado se acrecienta al hacer uso de una banda sonora de exquisitez, a cargo de Clint Mansell. 
Stoker, por tanto, sería, aunque última en orden cronológico, el paso intermedio (en términos cualitativos) del tríptico de lo No Humano, de Park, luego de la inferior Soy un cyborg y la más sobresaliente de las tres: Sed.

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