Antes de la desigual Soy un
cyborg (2006) y de esa deliciosa relectura vampírica que es Sed (2009), el
coreano Park Chan-wook (Seúl, 1963) construyó en Old Boy (2003) una película
que nada sin salvavidas en los cenagales de la venganza. Cimienta este relato
integrador de su Trilogía de la
Venganza (junto a la anterior Simpathy for Mr. Vengeance, de
un año antes, y la posterior Simpathy for Lady Vengeance, estrenada hacia
2005), sobre un surtidor temático carísimo al arte dramático a lo largo de la
historia, del cual mama, pero de un modo harto peculiar y sin acusar deudas de
referencia con nada ni nadie.
Más allá del impacto de las
imágenes (el genial y heterodoxo trabajo con los encuadres), el virtuosismo
estético y formal, o la personalidad visual del tríptico en sentido general,
cuanto más me prenda de la labor de Park es su imperturbable decisión de
desvirgar a cada tramo del metraje la imaginación del receptor. Parte la
pantalla como el Hulk de Ang Lee, jaranea con los géneros con el mayor aplomo,
renueva la tradición oriental del cine de acción a través de la
potencialización del elemento trágico, solivianta el concepto de estereotipo al
grado de redefinirlo en belleza formal, reencarna en pobres diablos del agobio
contemporáneo a las almas de los personajes trágicos helénicos, traduce en sus
conductas las neurosis sociológicas de un país que accedió al desarrollo en
pocos años, atisba su realidad -por consecuencia- desde los ribetes deformados
de un cómic de la sobrevida, dinamita el relato con cargas de ironía y un humor
que por muy coreano que sea se comprende, hace retroceder los ojos de la
pantalla cuando alguien se traga un pulpo vivo o se arrancan lenguas y
dentaduras, no muestra compasión ni simpatía por sus personajes -incluido el
flagelado antihéroe protagónico de Old Boy- …, en fin, un cine desenfrenado y a
veces preso de la total desmesura, tamizado por singulares arranques de bizarra
creatividad.
Para su primera incursión en
Hollywood (lo cual cada vez irá haciéndose más común con los directores
coreanos dada la repercusión internacional de algunas figuras y determinados
títulos: el norteamericano Spike Lee facturó en 2013 el remake estadounidense
de Old Boy y el Bong Joon-ho estrenó la polisémica distopía de izquierdas
Snowpiercer, en inglés y con actores sajones), Park ancla en territorio de
Hitchcock, en esta su tercera obra de la Trilogía de lo No Humano. Lo hace a partir de un
guion del actor televisivo Wentworth Miller -el Michael Scofield de la serie Prison
Break, quien a
la larga parece de verdad poseer su geniecillo- inspirado en La
sombra de una duda (Shadow
of a Doubt, 1943), del maestro británico del suspenso.
En el filme de 2013, la
adolescente India Stoker (Mia Wasikowska) y su madre Evelyn (Nicole Kidman)
reciben en casa al hermano del recién fallecido padre de la primera y esposo de
la segunda. El tío Charlie, compuesto de forma hábil, dúctil por el inglés
Matthew Goode, es un personaje con anverso y reverso, cuyas dobleces irán
develándose de forma progresiva. Él tiene en su carne dramática el ADN
compartido de los análogos personajes bordados por Joseph Cotten en La sombra
de una duda y Terence Stamp en Teorema, de Pasolini, dos películas de interés
dentro de la historia del cine.
Pero tampoco India Stoker
-cruza de la Lolita de Kubrick con la Glenn Close de
Atracción fatal-, es quien podría parecer; nada así. La relación establecida
entre la joven, el tío y la madre, con hálito nabokianamente gore, constituirá
el vector central de esta ecuación fílmica; no tan difícil de despejar a la
postre, aunque sinuosa en sus vericuetos argumentales. Es que no mucho resulta
obvio - al menos no según el entendido de cómo Hollywood nos acostumbró a ver
este cine-, en el thriller de suspense de Park donde, pese a que el coreano
cambia radicalmente de tercio su constructos cinematográfico, el estilo marca
de fábrica confirma su autoría, dentro de una puesta en escena de pulso
sostenido, personal cuño visual y narración amalgamada con oficio en comarca
genérica tan exprimida.
No obstante, pese a que en
casa del trompo dejen que el invitado lo baile a su gusto -algo nada común en
la industria EUA, donde el huésped debe plegarse de inmediato al molde de ese
consumador del discurso hegemónico; si bien la cinta la produjeron los mucho
más mentalmente abiertos hermanos Scott y no un gran estudio-, a la postre el
guionista Miller y el viejo Park deben encarrilar su resolución dramática
postrera por derroteros conocidos. Apuntar sí, que ello ni descalifica a la obra;
ni resta placer ante el visionaje de un filme en cierto grado cautivante,
magnético, poblado de enrarecidas atmósferas muy bien urdidas; un completo
trabajo de cámaras dirigido por Chung-hoon Chung, habitual colaborador del
director; notables actuaciones e inquietantes perfiles caracterológicos, cuyo
gusto refinado se acrecienta al hacer uso de una banda sonora de exquisitez, a
cargo de Clint Mansell.
Stoker, por tanto, sería,
aunque última en orden cronológico, el paso intermedio (en términos cualitativos)
del tríptico de lo No Humano, de Park, luego de la inferior Soy un cyborg y la
más sobresaliente de las tres: Sed.
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