Género patidifuso que
respondió en alguna medida a las líneas trazadas por el cartabón sociopolítico
peninsular, la comedia cinematográfica española, a través de sus distintas
expresiones artístico/históricas (la españolada blanca franquista y sus
esperpentos finicaudillistas, la de maestros como Berlanga, la del
destape/movida, la ochentera, la del país del euro, la trash y la post 11-M con
los años del paro y el quiebre del contrato social, donde germina la replicante
del modelo televisivo) por regla dependió más que de movimientos o tendencias
creativas grupales, de talentos o artesanos individuales que en franjas
próximas desde Trueba y Colomo, pasando por Gómez Pereira y Martínez-Lázaro u
otros pocos, hasta varios bien nuevos entre los cuales forma fila Daniela
Féjerman se encargaron de impulsarla con menor o mayor suerte. La Féjerman, con experiencia
previa en guiones para cine y televisión, así como en la codirección de par de
filmes (A mi madre le gustan las mujeres; Semen, una historia de amor), se
lanza a su primera realización en solitario a través de 7 minutos (2009), el
cual escribió a cuatro manos con la ex ministra de Cultura hispana, Ángeles
González-Sinde.
Los 420 segundos
comprendidos en el título es el tiempo disponible para que varias parejas, en
citas programadas por una agencia, puedan intercambiar simpatías u oler
inconexiones en una futura o una imposible relación. Previo pago, en dicho
corto espacio temporal, estos necesitados de afectos, solitarios o desesperados
a la búsqueda de tirar sus cartas más preciadas -y también, su listillo
oportunista, que siempre los hay-, tienen la posibilidad de establecer las
bases del añorado enyunte.
Como lúcidamente apuntara un
crítico español a la hora de su estreno, “las carencias amorosas son un gran
tema para una tragedia. Pero también pueden formar parte de un envidiable
material cómico. Como bien sabía el Billy Wilder de El apartamento, se apunta a la diana del patetismo sin
llegar a alcanzarla; se roza la tristeza a partir de la negrura; se
distorsionan los comportamientos provocando la carcajada, y se acaba definiendo
al género humano a través de un retrato cómplice pero feroz, ahogado pero
desternillante. Eso sí, hay que saber mezclar el material, casi en paralelo,
para que se congelen las sonrisas, para carcajearse de las desgracias”.
Eso es justo cuanto no
sucede en 7 minutos. Un en teoría rico material para la comedia de situaciones
no halla el justo equilibrio en pantalla, al desperdigarse los distintos
músculos dramáticos de este plexo coral sin identidad propia, que o bien hala
demasiado la cuerda del estilo y el planteamiento de escena con el cual se está
trabajando el género en las cadenas televisivas ibéricas (apreciable los ecos
catódicos y tics de Aída u otras teleseries), ciertos cortometrajes de citas y
romances (El paraguas, Nada que
perder, Post coitum o La explicación) o bien recicla estrategias ya
manidas desde que películas como la italiana Manual de amor reconcibieran estas
neoaproximaciones contemporáneas a la galaxia inabarcable de Eros.
Película coral, gana algo
cuando se enfoca en uno o dos personajes, pero vuelve a perder fuelle cuando
retorna a la visión de conjunto necesaria en este tipo de filmes. Convicción
actoral y algunos gags para sonreir con obsecuencia alivian el resultado final
de esta comedia polícroma, ligerona y no del todo despreciable para olvidar un
ratos los agobios del calor.
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