Mack Sennett,
creador de la Keystone
y el hombre detrás de la idea de aquellas desmadradas comedias mudas de
tortazos y persecuciones locas de caídas en baches inundados, le dijo hace
noventa años al gordo Fatty Arbuckle. “Yo creo que una comedia es cuando tú te
caes en una zanja y palmas. Tragedia es cuando a mí me sale un padrastro en un
dedo. Todo se reduce a la naturaleza humana, Arbuckle. Es algo natural que a la
gente le encante ver que lo malo empeora". En verdad ello opera casi in strictus sensis dentro de la comedia,
donde mientras más patadas en el trasero sufra el infeliz, más complacencia
tendrá de parte del público; no así en el drama, tierra en la cual esos
calvarios personales experimentados por tantos de ellos, concitan cuando menos
un grado de identificación de muchos espectadores condolidos e incluso avisados
de la hipotética posibilidad de estar en la piel de tales quebradas criaturas.
Tanto así en
algunos casos, que bien pudiera ser ésta la sensación colectiva despertada por
la historia de los homeless (sin
casa) Hernando y Marina junto al East River de Manhattan descrito ya por el
mismo título del filme colombo-norteamericano Riverside, a los cuatro millones de inmigrantes colombianos que por
obra de cualquier zambombazo económico pudieran ser allí mismo, en la “tierra
de las oportunidades”, muy parecidos a estos personajes protagónicos del filme
de Harold Trompetero: seres venidos a menos que un día tuvieron alguna posesión
material y hoy deambulan recogiendo latas durante el día para venderlas en las
tiendas a cinco centavos, y durmiendo en la noche entre cuatro cartones bajo
cualquier puente de la línea de Brooklyn a Manhattan.
Este de la inmigración, con toda su carga de
connotaciones negativas y también las positivas que según los filmes son las
menos, ha sido un tema que la pantalla colombiana ha observado con recurrencia
en los últimos tres lustros, lo que dio lugar a obras interesantes a la manera
de la paradigmática María, llena eres de
gracia o Paraíso Travel, estupendo filme de 2008. Narrar
la vida de los inmigrantes conacionales en los Estados Unidos devino también
gancho de no pocas de las telenovelas de dicho país coelaboradas entre la
industria local y las cadenas hispanas de Norteamérica y consumidas por el
sector latino de EUA con niveles altísimos de rating, al margen de sus
desparejos estándares de calidad (Alma
herida; Anita, no te rajes…), productos que procuran
menos alcanzar cotas elevadas de dignidad en tal sentido que atraer a ese mercado
hispano que -pese a todo, no puede olvidarse-, cuenta allí con un poder
adquisitivo de más de 6 mil millones de doláres.
Riverside (2006), en la cuerda de María…, Paraíso y otros
filmes del país suramericano, sigue las pistas de gente perdida en la bruma de
un sueño para muchos tan solo supuesto, que a la larga se metamorfoseó en
pesadilla de exclusión y cierre. Ante cada intento de Hernando y Marina por
reencaminar un proyecto de vida que los conduzca, ya a los bordes de la vejez,
de retorno a la natal Barranquilla del hombre, hastiados de la humillación
diaria de no tener vivienda, comida, derechos en un país grandioso para la
gente “grande” pero demasiado opulento como para desviar su mirada hacia
intocables descastados como ellos, el tozudo destino del par de indigentes se
los abalanza al estuario donde se yergue aquella estatua de la Libertad de la cual
nuestro Marti hablara ya en su tiempo con prudente reserva o abierta
reticencia. Allí, a sus gélidas y grises aguas por cuya superficie surcaron tantas
naves de gente de todo sitio que configuró gracias a su esfuerzo un país de
extranjeros, echa Hernando las cenizas de su esposa, también forastera pero
ahora rechazada por paradójica como malagradecida pirueta, -no del destino en
verdad sino de la política.
Película
fortísima en su invectiva, todo lo logra en tal sentido sobre el carril de la
mirada, el seguimiento a estas u otras figuras, en el registro de su agobio
cotidiano, sin disquisiciones bizantinas ni declamaciones o parlamentos de
sesgo ideológico. Es que la ideología es la propia imagen aquí. Uno como
espectador siente, padece el drama de la pareja en tierra extraña; a diferencia
de las comedias del viejo Sennet quisiera tenderles una mano para sacarlos de
su mierda diaria, pero su suerte está echada y Harold Trompetero no busca
benévolos aliviaderos para expresarla en pantalla. Hacerlo equivaldría a
mentir.
Valioso en tanto
documento sociológico, el melodrama social que en toda regla es Riverside -la segunda película en inglés
de Trompetero luego de Violeta de mil
colores- no adquiere la trascendencia como obra fílmica, empero, a causa de
su desdoro formal surgido del hecho de que el realizador colombiano plantea su
película en un formato telefílmico de escasez de miras en el trabajo fotográfico
y el montaje, y ausencia de calado en los personajes colaterales e incluso en
los protagónicos, a lo cual se une la indisimulable raíz teatral de un Diego
Trujillo en el rol de Hernando, más preocupado de la cuenta por el curso de sus
ademanes, paisaje facial y esa dicción sajona a los que obliga a todos (sin
mucha razón no sea penetrar dicho mercado) el guión.
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